lunes, 2 de junio de 2025

El reloj de arena…

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Recuerdo que estaba algo nervioso por volver a verla, pero también sabía que debía enfrentar esa situación. Había algo que me lo pedía en mi inconsciente.
Encendí el motor y el ciclo Diesel respondió como debía hacerlo. Respiré profundo y fijé la vista más allá del capot. La ruta estaba llena de camiones y polvo, el viento hacía gala de su presencia tirando hacia la derecha. Con movimientos calculados trataba de mantener el rumbo, a sabiendas de que no iba a ser sencilla aquella noche…
Una vez allí, bajé de manera instintiva, casi sin pensar y toqué el timbre. Miré al piso mientras la puerta se abría y en un instante el mundo se detuvo al escuchar su voz. Todo era familiar, como si el tiempo no hubiera pasado. Su mirada, su sonrisa, sus ademanes. Puedo jurar que la iluminación fría no me molestó.
Me invitó a sentarme mientras sacó una botella de vino. Sabía como agasajarme. Nos miramos un rato, sin decir una palabra, contemplando lo que el paso del tiempo había hecho para los dos. No sabía que decir… calculo que ella tampoco.
Con su ternura habitual me preguntó cómo estaba; yo intenté disimular mi realidad entre arcaísmos y sinécdoques. Ella me miró, me conocía bien, sin embargo, prefirió creer en mis argucias y subterfugios. Sabía que era vano cualquier intento para ahondar más allá en detalles. Su mirada estaba intacta, llena de esperanza y alegría (aunque en el fondo yo veía más).
Sacó un reloj de arena, como si fuera una maga, lo hizo desde abajo de la mesa. Quedé anonadado al verlo. Su risa dijo todo, sin decir nada.
—Este reloj de arena lo compré pensando en vos —dijo, con tono misterioso—. El tiempo no es eterno, por eso te propongo que mientras dure lo que la arena nos permita, seas totalmente sincero conmigo.
La miré de reojo, sabía que el duelo no era de igual a igual, menos cuando jugaba de visitante. Sostuve mi mirada, serio, pensando en sus palabras.
—¿Cuál es la trampa? —pregunté con una sonrisa.
—La trampa es que sólo vos podés responder o hablar. Yo sólo escucho, pregunto y veo —respondió, con un brillo perspicaz en sus ojos marrones, mientras servía una copa de vino para ambos y le dio un fuerte sorbo a su copa.
Quedé expectante, algo en la propuesta no me gustaba, si me pongo a pensar en aquel momento, hubiera querido un mano a mano, un ida y vuelta. Pero siempre con ella las cosas no me salen como quiero y de algún modo, con el paso del tiempo entendí (comprendí), que el timón siempre era suyo.
—Acepto —dije—, pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Que finalizado el ritual, me des el beso más hermoso.
Ella rió, con la ternura que la caracterizaba.
—Vamos a ver, depende de cómo salga —arremetió.
Sonreí, sin dejar de ver sus labios.
Entonces, dio vuelta al reloj de arena y mirándome fijo dijo:
—El tiempo corre, como corre la vida. Sabés que no es algo infinito, por eso es que voy a ser rápida en algunas cuestiones, y te pido que no me vengas con divagues heroicos o divagantes—exclamó, clavando su mirada en la mía.
—Así será —respondí, sin dejar de sostener mi mirada en la suya.
—¿Cómo pensás tus próximos años? —indagó con astucia.
—No lo sé. No me veo con un horizonte claro en el futuro. Estoy tratando de sacarme el enojo de los últimos meses… mis pérdidas, mi lejanía. Veo todo como si estuviera observando desde un catalejo. Todo es distante, a veces medio borroso, veo niebla —respiré profundo, buscando aclarar mis ideas— creo que perdí el rumbo, otra vez. Ya no me conmuevo con las cosas que antes lo hacían. Intento encontrar belleza en donde la encontraba y no la hallo. Creo que me encerré en mi seguridad… mi casa, mis mascotas… quizás en alguna historia que invento.
Ella me miró, haciendo un leve gesto de asentimiento.
—Vos sabés, tanto como yo, que cuando caiga ese último granito de arena, no nos vamos a llevar nada. Y si te animás a pensar en serio, sabés que, a lo mejor, nada de esto tenga sentido— dije, dando un sorbo profundo a la copa.
—No te ponga metafórico —dijo, sirviendo un poco de vino en mi copa— A este ritmo vamos a necesitar un tubo más.
Sonreí, pensando que era inevitable lo que proponía.
 —¿Qué venís pensando en este tiempo? —propuso, bebiendo vino, sin dejar de mirarme a los ojos.
—Creo que en nada —respondí, dándole un sorbo corto a la copa.
—Dale, te conozco. Veo cuándo te evadís —dijo entre risas.
—¿En serio? —indagué.
—¡Claro!, te veo en los gestos. Tomar vino, evadir la mirada, esa mueca que ponés con los labios de costado —dijo—.
En ese momento, me sentí incómodo, como si estuviera desnudo, a la intemperie.
—¿Estás triste? —preguntó tras un silencio—.
—Creo que si —dije sin pensar— pero siempre estoy triste.
—¿Por qué? —interrogó con argucia.
Sonreí, una forma estúpida de evadirme.
—Creo que es porque no se me da el mundo a mi forma de ser.
—¿Y cómo es ese mundo? —consultó.
—Menos injusto —respondí de modo espontáneo.
—Pero entonces lo que vos querés es una utopía —inquirió.
—No, no soy tan romántico, sólo quiero algo más justo, algo que entiendan todos —respondí mirando al reloj.
—¿Y cómo es eso? —preguntó acercando su mano a las mía.
Pude sentir el frío de sus manos en las mía. Recordaba bien esa sensación.
—Tenés las manos frías —dije.
—Y los pies también —respondió.
—Entonces vayamos a calentarlos —propuse.
Ella sonrió. Me miró fijo y con su pierna, por debajo de la mesa, acarició la mía.
—No te olvides de la propuesta que consensuamos —dictaminó.
La miré con ternura, sin proferir palabra alguna.
—¿Extrañás al pasado?
—Si, claro, siempre —respondí, con seguridad.
—¿Por qué?
—Creo porque es… —miré al reloj de arena— porque no se puede cambiar, no se puede volver, porque es lo que nos hace lo que somos.
Ella me miró, se quedó pensando un instante, luego miró al reloj. Sonrió, finalmente.
—¿Volverías a Buenos Aires? —preguntó, mientras tomaba vino.
—Creo que no —dije de manera rotunda.
—¿Por qué? —preguntó mirando el reloj de arena que se que agotaba y volviendo su mirada a la mía.
—Porque no hay nada allá que me conmueva —respondí.
—¿Y acá? —disparó como un arpón.
—Tampoco —solté sin pensarlo.
Ella me miró sorprendida, mientras acabábamos la botella de vino. Se levantó sin decir palabra alguna buscar otra botella, mientras mi mirada no se apartaba de aquel reloj.
—¿Quién sos? —preguntó mientras descorchaba la otra botella.
—Un tipo que, como muchos, hace lo que puede, con lo que tengo, con mi educación, con mis valores, con mi nivel cultural. A veces hago las cosas equivocándome —hice una pausa para beber— busco que los demás encuentren la felicidad, el placer intelectual y cultural, y creo que lucho y trabajo por eso… quiero morir pensando que trabajé por ello y que lo que hice trascienda mi vida…
Ella asentía mientras hablaba, midiendo mis palabras.
—Pero vos sabés que vivo haciendo cagadas, que me enojo, que hago cosas que están mal, que no me acepta todo el mundo y a veces puedo parecer soberbio; pero sin embargo, pienso que lo que pude haber hecho, pudo haber sido más… siempre voy a ser muy autocrítico… quizás debería haber gritado o tener más carácter, pero siempre hice lo que pude con lo que tengo y creo no estar solo en ello.
—Creo que no —respondió. Se está terminando el tiempo
—Veo —dije, bebiendo un poco.
—¿Hay algo que me quieras decir? —preguntó.
—Muchas cosas, pero no es el momento —dije, viendo cómo caía el último grano de arena.

jueves, 6 de marzo de 2025

En absoluta secrecía...

La impresionante suposición de que un momento en el tiempo puede ser marcado por la infinita complejidad que una tragedia supone, un bucle al que nos sometemos para no ser soltados. La finitud se disfraza de nuestra condición.
Creamos las cosas en nuestros pensamientos y luego lo pasamos a lo físico, buscando eternamente una estrella que quizás nunca alcancemos, pero es peor llegar a viejos sin nunca haberlo intentado. Es la circularidad del tiempo la que nos somete y nos doma en la más absoluta secrecía.
La indescriptible unión basada en cenizas, sólo deriva en la consecuente consecuencia del desagrado. Estamos hechos de la madera de los sueños, somos sueños que sueñan, dos notas que no pueden sonar sin la otra, por eso este pobre quiere vivir, aunque la angustia sea suprema.
Si la muerte es liberadora, es nuestro remedio, pero en medio está la necesidad innata de conocer lo que nos despertó y allí agazapada está la ciencia. Es necesario conocer para vivir y aquella necesidad de vivir, fuerza a la ciencia a que se ponga a su servicio... buscamos en la vida siempre la verdad. 
Cicatrices... aquel recuerdo de lo que se rompió, de lo creado con dolor y que el tiempo disfrazó de otra manera, pero ¿Y si el tiempo es sólo eso y no hay más? ¿Cómo se quita ese dolor? Uno nace, crece y al final las horas se eternizan, con promesas al mar, con sueños, canciones y poesías... Todavía nos queda tanto por vivir entre vos y yo... 

martes, 4 de febrero de 2025

Desatino...

Cuando se está en un mismo lugar te parece que nada cambia, que la sucesión de días no trae nada nuevo consigo. Todo parece indiferente, inalterable, casi sin un sentido… pero después, cuando te vas por un tiempo largo y decidís volver, todo es diferente. Es en ese momento donde se rompe aquel hilo que te ligaba a ese lugar. Recorrés con la mirada todo y no lográs reconocer lo familiar, no encontrás lo que buscas; lo que era tuyo desapareció.
Miraba por la ventana, apoyando el mentón en la palma de mi mano derecha. Observaba con admiración la infinita sucesión de nubes y me dejaba seducir por el sonido de los motores y el paisaje que estaba debajo. La azafata me llamó señor dos veces, hasta que salí del trance. No me gustó que me llamara así.
Lo mejor de los viajes es poder volver, reencontrarse con paisajes, recuerdos y anécdotas. Sin dudas el mejor de los paisajes es el de los amigos que sé que me están esperando con una copa de vino, aquella copa que permite que me abran la puerta de sus corazones y de sus secretos.
Lo cierto es que soy afortunado de tenerlos conmigo, y aunque a muchos los he perdido con el paso del tiempo, a veces me voy a la juventud a renovar aquellas amistades. En la nada está la explicación del todo... Por eso cuando con mis amigos estallamos de risa en las fiestas, bailamos borrachos, hacemos carnes asadas, o cantamos, hay un momento casi imperceptible, donde nos miramos a los ojos, y cierto brillo, en nuestro encuentro fugaz, nos dice que sabemos lo inevitable... Vamos a morir.

jueves, 17 de octubre de 2024

Callar y que hable el viento…

Se hace difícil leer los labios del silencio,
y contener la respiración ante tu mirada.
Tus manos pequeñas no me sostienen
y me caigo agitando banderas blancas.
Mostrando los dientes digo que muero
por vos y enviudo con tu mirada.
Pasos al costado, lluvia en la ventana,
triunfar es llegar al fin de una ilusión
como aquel viejo y gastado refrán.
 
Un verso voy a escribirte cuando esté triste,
dopando las endorfinas que generan este amor.
Siempre con miedo en el corazón,
el espejo me devuelve una mirada de desesperación.
Cada encuentro sabe a despedida
y entre mis te quiero
y tus nos vemos,
mi futuro se baña en melancolía.
 
En esta noche miles cenando y compartiendo,
afuera, soldados rindiéndose
en esta guerra contra el olvido.
Lágrimas se desparraman
y no sé si vale la pena sufrir por vidas ajenas.
 
Y me pierdo día a día por ahí,
coleccionando todo lo que perdí.
Me bato a duelo los domingos,
sin padrinos, ni pistolas,
mirando lo que el tiempo hizo conmigo
solo, frente al espejo que ladra y muerde.
 
¿Qué dirán los vecinos viéndome
deambular como un zombi borracho?
Si me vieras llorando en los rincones
con tu ausencia abrazándome.
Muerdo el polvo del olvido,
gritando que soy un Cyrano de cartón
que se enreda cada vez que hablan de vos.

jueves, 10 de octubre de 2024

Albricias…

La fiesta y las risas se apagaron,
entre lágrimas, dolor y diclofenac.
Muebles por el mar tragados
y un corazón cansado de naufragar.

Ella en la bahía y yo en las sierras
convirtiéndonos en camaradas del olvido,
agitando banderas blancas,
aprendiendo a olvidar lo aprendido.
 
¿Te despertaste a la mañana
diciendo otra vez vos acá?
Merced de las torpezas
propias de un enamorado,
la edad, almohada y espejos
son los peores enemigos.
 
Yendo a buscar un tesoro,
nada vale más que un beso,
ante tanta tristeza en la ciudad.
Pierdo el hígado de un cachetazo
siguiendo un arcoíris
que llega a ningún lugar.
 
En este laberinto fijo rumbo,
el iceberg frente a la proa;
aguantando, nos esforzamos
ante los vientos del azar.
 
Y se va bajando el telón,
como recién llegados
a este nuevo principio del fin,
que vino por vos y por mí.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Buenos Aires...

Refugio de dos caminos que no se cruzan,
algo que cambia y no es lo que esperaba.
Esto pasa siempre que ando pensando
en dejar de pensar, allá dónde
nadie dice nada y todos hablan.
 
Buenos Aires se quedó con
un pedazo de mi corazón,
pero cada vez que toca volver,
no voy a recuperarlo.
 
Guardo en mis pulmones,
cual tesoro un poco de tu aire,
buscando de alguna manera
no pensarte, olvidarte.
 
Con el eterno temor de regresar,
de haber olvidado todo,
pero me encuentro con lo que dejé,
a pesar del correr del tiempo.
 
Bailo este tango con mi pasado,
las esquinas, el invierno cruel.
Tu perfume, bares y empedrado,
me pierdo en vos Buenos Aires.
 
Aquellos vientos, trajeron estas tempestades
y aunque te busque en mil ciudades
siempre escondida estás,
en el fondo de la mirada, Buenos Aires.
 
Allá, donde el progreso llega
demasiado tarde.
Allá donde está todo y no hay nada.
Allá, lejos, donde siempre,
allá estará siempre Buenos Aires.

martes, 24 de septiembre de 2024

Temporada mala…

La memoria está clavada en mi cabeza,
con los sentimientos no hay nada que entender.
¿Por qué sigo teniendo esperanzas?
por fabricar ilusiones prisioneras de realidades.
 
Esta vez te pedí que me dijeras
cuál es el final de esta canción.
Serás una presencia en la soledad,
como si nunca me/te hubiera/s ido.
 
Serás otra vez la razón para escribir
y se despierta un deseo al pensar en vos.
Doscientas cincuenta y seis noches y sigue aquí
y ese adiós atravesado en mis bolsillos.
 
No quiero oírte decir más nada,
andá, sólo quiero oír de vos.
Todo fuego se vuelve cenizas,
mientras me desnudo en silencio.
 
Cuando quieras desaparecer del mundo
y no entiendas porqué suceden las cosas así,
mirá en un rincón de tu alma y
agasapado me hallarás alentándote a seguir.
Y si locas penas te invaden,
confundiendo tu corazón,
sé que siempre serás fuerte
para reponerte y dar lo mejor.
 
Nos mentimos diciendo que
creíamos nuestras mentiras.
Los pensamientos se presentan
y discuten, buscando una señal.
Cuando entra el vino, el secreto sale,
ya me cansé de aquel disfraz.

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Siempre seguir…

En esta nueva temporada
de risas que no divierten
y tristezas que se acomodan
en mis insomnios y madrugadas,
va el cuarto desvelo de la semana
y son las seis de la mañana otra vez,
tendrías que verme…
 
Este invierno, llegó para quedarse,
quizás sea mejor dejar que
el viento sea quién hable.
¿Qué te trajo de nuevo acá?
a esta nueva desilusión,
a este adiós a mano armada.
 
Y Marga me dice que hay que seguir:
juntando los centavos,
pidiendo cartas, guiñando un ojo.
Me dice que hay que seguir:
jugando con los dados,
mirando bien el paño,
pero siempre seguir.
 
Y este dolor no es negocio,
se apilan los sinsabores
como platos sucios,
como cicatrices que no se ven.
Sin ganas de nada,
yendo siempre al pasto,
descorchando por descorchar.
 
Y vagando el invierno,
me vé llorar por los rincones,
mirando esta herida
que no deja de sangrar.
Matando aquel orgullo
por ese beso que no llegará jamás.
 
Y Marga me dice que hay que seguir:
cortando clavos,
viendo los naipes, cargando balas.
Me dice que hay que seguir:
apostando piedra, papel o tijera,
mirando la ruleta,
pero siempre seguir.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Dibujando la noche II...



Había vuelto de trabajar, tarde, como todos los viernes. Al llegar, toqué su timbre rodeado de otros en ese marco de bronce. Me hacía la idea de una batalla naval, casillero “C”, piso 9. Tardó un poco en bajar, pero allí estaba, con su sonrisa. El cansancio tenia su aliciente en aquel gesto tan esperado. La máquina elevadora nos llevó a la novena cumbre y ella abrió la puerta, dejándome pasar. Desde mi ubicación observé un lienzo blanco y virgen que dominaba la centralidad de aquel ambiente.
Irina con su rostro suave, se tiró inmediatamente en el sofá grís que daba a la ventana, recostada sobre su lado derecho, sin mediar palabra alguna. Su expresión era relajada, pero con un toque de melancolía o introspección en su mirada. Sus grandes ojos claros y azules, se entrecerraron ligeramente, como si estuviera pensativa o descansando, buscando un mejor momento. Sus pestañas sutiles pero definidas, complementaban aquella escena.
Me detuve un segundo a apreciar aquella imagen, su cabello castaño claro, liso, de textura fina, y peinado de manera sencilla, cayendo hacia adelante y cubriendo una parte de su frente y oreja derecha. Su pelo dividido con una raya al costado, y el largo suficiente para llegar cerca de su hombro me encantaba. El ángulo en el que se había recostado hacía que su cabello se viera algo desordenado, pero de manera natural.
Instantes después, su postura cambió un poco apoyándose sobre su codo derecho, con la mano parcialmente cerrada frente a su boca, tocándola levemente. Su remera negra sin mangas dejaba ver su hombro y eso me gustaba mucho.
—Iru ¿Querés que prepare algo de comer? -pregunté, tratando de sacarme de encima lo atontado.
—Ajam.. -respondió sin cambiar de posición.
Me saqué la corbata y colgué el saco en un perchero que estaba al lado de la puerta. Me desabroché el botón del cuello de la camisa y me dirigí a la heladera. El panorama fue desolador al ver lo poco que había.
Me dispuse a realizar un soliloquio sobre mi día, el trabajo y lo que debía estudiar al día siguiente, mientras ella se levantó, aparentemente sin escuchar lo que decía. Encendió un cigarrillo, tomó la paleta y comenzó a poblarla con colores de la infinidad de pomos que tenía sobre una pequeña mesa.
Desde mi ubicación era imposible ver lo que hacía, sólo veía como fumaba y con distintos pinceles intervenía aquel lienzo que estaba de espaldas a mi. No quise invadir aquel instante de inspiración, por lo que me dediqué a hacer dos omelettes de jamón y queso con una ensalada de lechuga y tomate. Luego descorché un vino y serví una copa para ella y otra para mí. Para que no se sintiera invadida, se la dejé apoyada en la mesa pequeña donde tenía los pomos de pintura.
—Gracias -me dijo con una sonrisa.
Le acaricié la cara y volví a la preparación de la ensalada, mientras caminaba, le di un sorbo a aquel Shiraz-Bonarda cosecha 2009. Luego cenamos. Inmediatamente, volvió a lo suyo.
—¿Por qué siempre usas trajes grises? -me preguntó mientras me miraba.
—¿Siempre? Sólo tengo dos, el otro es negro, uno es beige y después queda el que es medio verdoso -respondí con una sonrisa.
—Pero el gris de hoy es tu favorito ¿No? -insistió mientras miraba el saco colgado.
—Si, es probable… si… ahora que lo decís, si, es mi favorito -respondí dubitativo, sin dejar de hacer lo mío.
—El hombre de traje gris… -agregó, encendiendo otro cigarrillo y tomando un poco de vino.
—Como la canción de Sabina -agregué.
Mientras seguía inmersa en su mundo, yo no dejaba de pensar en todo lo que debía hacer el fin de semana. Por un momento, me acerqué a la ventana de la cocina y miré al horizonte. El ruido de la calle iba disminuyendo y la sucesión infinita de edificios iba apagando de a poco sus luces.
Todos van a descansar, pensé.
Aproveché para ir al baño y al regresar, sonaba un disco de Silvio Rodríguez. Pasé por su lado sin mirar aquel lienzo. Algo me lo impedía, una voz interna me sugería que no cayera en la tentación. Después de todo era su momento, su arte, su creación; y conociéndome, terminaría sugiriendo algo o realizando alguna apreciación. Luego quedé hipnotizado con el brillo de aquel filamento de tungsteno que brindaba incandescencia demandando 40 Watt. Me tiré en el sillón, a fumar y beber vino, pero el sueño me ganó la pulseada.  
Amanecí abrazado a ella. Miré la hora y se me estaba haciendo tarde para ir a estudiar. La idea de cruzar la ciudad a toda velocidad un sábado por la mañana no me gustaba mucho.
—Me pego una ducha y me voy Iru ¿Me hacés un café? -le pregunté mientras le di un beso en el cuello.
—Buen día -respondió con una sonrisa- Dale, ya lo preparo.
Cuando salí, tenía el café preparado y un regalo sobre la mesa.
—Espero que te guste -me dijo mientras me abrazó y me dio un beso – No lo abras hasta llegar a tu casa.
—Pero no me voy a aguantar tanto tiempo -le respondí sorprendido.
Apuré el café y nos despedimos con uno de los besos más hermosos que me dieron jamás. Sus labios finos y dulces, me hicieron olvidarme de todo por un instante.
Al llegar a casa, luego del largo día, no podía creer lo que veía. Era la primera vez que me habían retratado… era la primera vez que era arte… tiempo después me regaló una canción que de alguna forma marcó mi vida, pero eso se los contaré en otra ocasión.

martes, 27 de agosto de 2024

Disfrazado de olvidar...

Tu sonrisa se convirtió en mi guarida,
refugio seguro de los días crueles.
Con cada día más heridas y menos tiempo,
pero en el fondo de mi pecho una voz susurra
por lo que nunca existió y jamás olvidaré.
Y así, en tus noches obscuras y
de frío siempre te voy a querer.
Cuando la ansiedad dice presente y
los días se vuelven grises,
piensa en mí y en algún lado estaré.
 
Vos, mi sueño y mi desvelo,
ese nudo en la garganta.
Aquel escalofrío que me invade
cuando pronuncian tu nombre.
Vos, mi recuerdo más bello,
mi travesía jamás concretada.
Mi utopía más contada,
la luz que evapora la escarcha.
 
No existe en la bahía, ni en mi país
princesa alguna, pero si bien se mira
existe una entre cualquiera,
mi musa preferida, mi tinta china,
mi papel en blanco donde fantasear.
Y acá va este poema que cual testamento
da cuenta de mi amor unilateral,
qué cual trago ya pasó,
disfrazándose de olvidar.
 
Cuando llueva en la mirada y
de la tristeza quieras huir,
pronuncia bajito mi nombre
y sola volverás a reír.
Y mientras papeles les ganen a piedras,
cual regalo de un poeta,
yo juego a olvidarme,
mientras el mundo avanza 
y el frío de tu ausencia me invade.