Podría empezar diciendo que
Martín, junto a Alejandro, son de mis nombres favoritos, seguido de Iván, Julio
y el mío… pero nada agregaría de espacial a un relato que tampoco pretende
serlo.
Hoy les voy a hablar de Martín, porque es la última persona con la que conversé esta noche y me dijo algo que hace mucho tiempo que nadie me decía, y eso lo vuelve raro en él. Pero eso lo vamos a dejar para más adelante.
Cuando me vine a vivir ventania, pensé que mis amigos se iban a quedar en Buenos Aires y que iba a ser muy difícil encontrarme con personas distintas en este lugar. Sí, bien Es cierto, que ya tenía mis amigos como Agustín, o Bruno, encontrarme con Martín fue distinto. Nos unió de alguna manera a la pasión por las camionetas y los fierros, y entre charlas y consultas, nos fuimos frecuentando en el diálogo. Me llamó la atención desde el primer momento su generosidad, su forma de compartir con nosotros su espacio y también de alguna manera su familia.
Con el correr del tiempo y una vez establecido en dónde vivo actualmente, fuimos manteniendo contacto y estableciendo comunicación cada vez más fluida hasta que eso redundó en más de un encuentro, y con el tiempo se fue transformando en una relación sustentable. No quiero extenderme mucho en el relato, pero con Martín me he ido de viaje más de una vez y creo que es de los compañeros de viaje que he tenido más eficaces en su labor, toda vez que conversa sobre temas entretenidos, se queda callado cuando la situación lo amerita y no impone jamás un carácter dominante, sino más bien, construye el viaje (salvo cuando levanta gente en la ruta, pero ese es otro tema).
Finalmente, Martín puede considerarse como un misterio encerrado en un acertijo. Difícilmente pueda entender que es lo que está pensando, o qué es lo que pasa por su cabeza. Muchas veces para no discutir te va a dar la razón, pero va a estar en las antípodas de todo lo que vos venís pensando o diciendo. De alguna manera Martín es un cabeza dura, pero tiene bien claro a dónde quiere ir, y además, cree profundamente en sus impresiones, aunque no duda en pedir consejos u opiniones al respecto de todo lo que pueda llegar a ser de su interés para hacerlo de una manera más eficaz. Yo creo conocerlo bastante a Martín, pero, me es muy difícil poder describirlo, lo miro siempre, lo estudio a mi manera, sin ánimos de juzgarlo, y de alguna manera veo muchas cosas de mi adolescencia en su forma de actuar o de pensar. Martín no tiene medias tintas, muchas cosas y lo que piensa es lo que vale, y quizás, eso no está tan mal. Lo cierto es que en algunas cosas es intolerante y en otras todo lo contrario. Creo que Martín es de las personas con las que más kilómetros he recorrido en este planeta, y eso me permitió de alguna manera, compartir con él un sinfín de anécdotas e historias. Recuerdo cierta tarde, viajando hacia Bariloche, en algún tramo entre Choele Choel y Piedra del Águila, en la que él me preguntó en algún momento por alguna historia mía; y yo le conté mi historia con Lara, de una manera sintetizada, y quizás, bastante esquiva, pero aparentemente fue lo suficientemente entretenida para él, como para interesarse al respecto y sostener esa charla, dando impresiones de los que pensaba y sentía. A lo mejor era la manera más sencilla que él tenía para poder entretenerse en un largo viaje y caluroso, por cierto.
Muchas veces lo ví a Martín en sus ataques de ansiedad, y si hay algo que me encanta en cada una de esas oportunidades, es verme reflejado de pibe. Lo veo como que muchas veces le apuesta a un sueño que puede ser concretado y que a pesar del esfuerzo y el dinero que uno pueda disponer para llevarlo a cabo, no deja de ser utopía. Eso está muy bien. porque de alguna manera me hace creer que todavía hay gente que apuesta y sueña a las cosas que realmente nos pueden hacer bien.
Martín no es una persona que expresa sus sentimientos. Generalmente esquiva cualquier tema relacionado a lo mismo, y de alguna manera, creo, que reserva todo eso para su pareja actual; pero puedo contarles que, últimamente en mis días que no estoy tan contento, y podría definirme con una persona triste, introspectivo, y reflexivo, encontré en Martín, tal vez, una oreja; alguien que escucha, alguien que mira tratando de entender un fenómeno que difícilmente pueda ser entendido, como lo soy yo. Encontré en Martín una suerte de amigo que busca acompañar, omitiendo algunas veces un juicio de valor, pero sin comprometerse demasiado con él, por temor de herir, o de alguna manera, provocar algún enojo en quién les escribe.
Pienso, sin temor a equivocarme, que Martín nunca podrá entender todo lo que yo quiero explicarle, sobre qué pasa por mi cabeza, en temas inherentes a mis pensamientos y forma de sentir y de padecer el mundo. Pero también, sin dudas, puedo asegurarles que Martín está y sé que de alguna manera se preocupa y lamenta por todo lo que me pasa. Y también, se pone feliz cuando son cosas buenas, al igual que a mí me pasa con él, me encanta celebrar cada uno de sus triunfos y sus aciertos. Festejo cada vez que alguna de sus movidas sale bien.
Martín tiene planes y sueños que no va a contar a nadie, o quizás sí lo haga con aquella persona que eligió para compartir sus emociones y su felicidad. Pero también, yo creo, que Martín guarda consigo el secreto de no mostrar una personalidad que puede ser vulnerable con alguien.
Mis amigos que han venido de Buenos Aires y han tenido el gusto de poder compartir con él alguna charla comida, y demás, siempre dicen lo mismo: “como que cuesta sacarle a Martín algunas palabras, como que hay que usar un tirabuzón o un sacacorchos para poder hacerlo” y es que muchas veces es cierto. Quizás Martín escucha más de lo que habla, pero cuando habla y generalmente cuando habla con una mirada puesta de manera objetiva, lo hace con una eficacia que me trepana todos los sentidos.
Últimamente las charlas más profundas que he tenido han sido con él, y si bien desde mi perspectiva no entiende mucho de las cosas con las cuales yo puedo llegar a participar (porque ni yo me entiendo), creo que está muy bien que él, a pesar de tener una visión diametralmente opuesta, no la calla, o en el caso de creerlo necesario, lo dice y lo expresa sin temor a suscitar algún enojo, es como que ya sabe a dónde va y porqué lo hace de esa manera.
No quiero aburrirlos, podría escribir muchas hojas y ganas no me faltan de hablar de Martín y de lo sorprendente que puede llegar a ser conocerlo; pero sin dudas, es lo que más me impactó, es que el otro día cuando más lo necesitaba, en un momento que me hubiera gustado quedarme callado y quizás hundirme en las profundidades de la noche distrayéndome viendo alguna película, o leyendo algún libro, Martín rompió con toda esa rutina. Me dio su usuario y contraseña de una plataforma de películas, para que ya no piense, para que yo me distraiga, para que pueda dedicarme a descansar, al menos un rato, en una noche calurosa de febrero en ventana.
Pero lo más importante no fue el gesto desinteresado y conveniente de Martín, lo más interesante es que Martín se despidió, como hacía mucho tiempo que nadie lo hacía, diciéndome te quiero mucho.
Hoy les voy a hablar de Martín, porque es la última persona con la que conversé esta noche y me dijo algo que hace mucho tiempo que nadie me decía, y eso lo vuelve raro en él. Pero eso lo vamos a dejar para más adelante.
Cuando me vine a vivir ventania, pensé que mis amigos se iban a quedar en Buenos Aires y que iba a ser muy difícil encontrarme con personas distintas en este lugar. Sí, bien Es cierto, que ya tenía mis amigos como Agustín, o Bruno, encontrarme con Martín fue distinto. Nos unió de alguna manera a la pasión por las camionetas y los fierros, y entre charlas y consultas, nos fuimos frecuentando en el diálogo. Me llamó la atención desde el primer momento su generosidad, su forma de compartir con nosotros su espacio y también de alguna manera su familia.
Con el correr del tiempo y una vez establecido en dónde vivo actualmente, fuimos manteniendo contacto y estableciendo comunicación cada vez más fluida hasta que eso redundó en más de un encuentro, y con el tiempo se fue transformando en una relación sustentable. No quiero extenderme mucho en el relato, pero con Martín me he ido de viaje más de una vez y creo que es de los compañeros de viaje que he tenido más eficaces en su labor, toda vez que conversa sobre temas entretenidos, se queda callado cuando la situación lo amerita y no impone jamás un carácter dominante, sino más bien, construye el viaje (salvo cuando levanta gente en la ruta, pero ese es otro tema).
Finalmente, Martín puede considerarse como un misterio encerrado en un acertijo. Difícilmente pueda entender que es lo que está pensando, o qué es lo que pasa por su cabeza. Muchas veces para no discutir te va a dar la razón, pero va a estar en las antípodas de todo lo que vos venís pensando o diciendo. De alguna manera Martín es un cabeza dura, pero tiene bien claro a dónde quiere ir, y además, cree profundamente en sus impresiones, aunque no duda en pedir consejos u opiniones al respecto de todo lo que pueda llegar a ser de su interés para hacerlo de una manera más eficaz. Yo creo conocerlo bastante a Martín, pero, me es muy difícil poder describirlo, lo miro siempre, lo estudio a mi manera, sin ánimos de juzgarlo, y de alguna manera veo muchas cosas de mi adolescencia en su forma de actuar o de pensar. Martín no tiene medias tintas, muchas cosas y lo que piensa es lo que vale, y quizás, eso no está tan mal. Lo cierto es que en algunas cosas es intolerante y en otras todo lo contrario. Creo que Martín es de las personas con las que más kilómetros he recorrido en este planeta, y eso me permitió de alguna manera, compartir con él un sinfín de anécdotas e historias. Recuerdo cierta tarde, viajando hacia Bariloche, en algún tramo entre Choele Choel y Piedra del Águila, en la que él me preguntó en algún momento por alguna historia mía; y yo le conté mi historia con Lara, de una manera sintetizada, y quizás, bastante esquiva, pero aparentemente fue lo suficientemente entretenida para él, como para interesarse al respecto y sostener esa charla, dando impresiones de los que pensaba y sentía. A lo mejor era la manera más sencilla que él tenía para poder entretenerse en un largo viaje y caluroso, por cierto.
Muchas veces lo ví a Martín en sus ataques de ansiedad, y si hay algo que me encanta en cada una de esas oportunidades, es verme reflejado de pibe. Lo veo como que muchas veces le apuesta a un sueño que puede ser concretado y que a pesar del esfuerzo y el dinero que uno pueda disponer para llevarlo a cabo, no deja de ser utopía. Eso está muy bien. porque de alguna manera me hace creer que todavía hay gente que apuesta y sueña a las cosas que realmente nos pueden hacer bien.
Martín no es una persona que expresa sus sentimientos. Generalmente esquiva cualquier tema relacionado a lo mismo, y de alguna manera, creo, que reserva todo eso para su pareja actual; pero puedo contarles que, últimamente en mis días que no estoy tan contento, y podría definirme con una persona triste, introspectivo, y reflexivo, encontré en Martín, tal vez, una oreja; alguien que escucha, alguien que mira tratando de entender un fenómeno que difícilmente pueda ser entendido, como lo soy yo. Encontré en Martín una suerte de amigo que busca acompañar, omitiendo algunas veces un juicio de valor, pero sin comprometerse demasiado con él, por temor de herir, o de alguna manera, provocar algún enojo en quién les escribe.
Pienso, sin temor a equivocarme, que Martín nunca podrá entender todo lo que yo quiero explicarle, sobre qué pasa por mi cabeza, en temas inherentes a mis pensamientos y forma de sentir y de padecer el mundo. Pero también, sin dudas, puedo asegurarles que Martín está y sé que de alguna manera se preocupa y lamenta por todo lo que me pasa. Y también, se pone feliz cuando son cosas buenas, al igual que a mí me pasa con él, me encanta celebrar cada uno de sus triunfos y sus aciertos. Festejo cada vez que alguna de sus movidas sale bien.
Martín tiene planes y sueños que no va a contar a nadie, o quizás sí lo haga con aquella persona que eligió para compartir sus emociones y su felicidad. Pero también, yo creo, que Martín guarda consigo el secreto de no mostrar una personalidad que puede ser vulnerable con alguien.
Mis amigos que han venido de Buenos Aires y han tenido el gusto de poder compartir con él alguna charla comida, y demás, siempre dicen lo mismo: “como que cuesta sacarle a Martín algunas palabras, como que hay que usar un tirabuzón o un sacacorchos para poder hacerlo” y es que muchas veces es cierto. Quizás Martín escucha más de lo que habla, pero cuando habla y generalmente cuando habla con una mirada puesta de manera objetiva, lo hace con una eficacia que me trepana todos los sentidos.
Últimamente las charlas más profundas que he tenido han sido con él, y si bien desde mi perspectiva no entiende mucho de las cosas con las cuales yo puedo llegar a participar (porque ni yo me entiendo), creo que está muy bien que él, a pesar de tener una visión diametralmente opuesta, no la calla, o en el caso de creerlo necesario, lo dice y lo expresa sin temor a suscitar algún enojo, es como que ya sabe a dónde va y porqué lo hace de esa manera.
No quiero aburrirlos, podría escribir muchas hojas y ganas no me faltan de hablar de Martín y de lo sorprendente que puede llegar a ser conocerlo; pero sin dudas, es lo que más me impactó, es que el otro día cuando más lo necesitaba, en un momento que me hubiera gustado quedarme callado y quizás hundirme en las profundidades de la noche distrayéndome viendo alguna película, o leyendo algún libro, Martín rompió con toda esa rutina. Me dio su usuario y contraseña de una plataforma de películas, para que ya no piense, para que yo me distraiga, para que pueda dedicarme a descansar, al menos un rato, en una noche calurosa de febrero en ventana.
Pero lo más importante no fue el gesto desinteresado y conveniente de Martín, lo más interesante es que Martín se despidió, como hacía mucho tiempo que nadie lo hacía, diciéndome te quiero mucho.