miércoles, 25 de agosto de 2010

El remanso (primera parte)...

Ya te lo dije Gastón, no sabés todo, por más que sepas mucho no podés ir pretendiendo saber todo, como si el mundo dependiese de vos, como si todos estuviesen a la espera de un consejo tuyo o de un comentario que demuestre que sos la joya de una corona, en cambio te pido, dejame hablar, tengo algo que contarte, algo que se remonta a la semana pasada cuando viniste y tomamos café a la tarde; ¿te acordás?, estábamos en esa ventana escuchando los árboles movidos por el viento y también se podía oír el curso del río atravesando las piedras, no siempre hay tanto caudal, pero esa tarde lo había y junto tomábamos café y charlamos hasta que vos nombraste su nombre y yo me quedé callado. ¿Recordás que me quedé callado un rato largo?. Y vos seguiste hablando hasta que yo interrumpí tu monólogo preguntando: ¿por qué dijiste su nombre?. No, estoy seguro que no lo hiciste sin querer, pero no quería reaccionar de esa manera tampoco…
Después a la noche me costó mucho intentar dormir, más que de costumbre, dí muchas vueltas en la cama y ese pensamiento volvió a aparecer y yo te insulté Gastón, te insulté mucho por nombrar ese nombre, yo sé que siempre quisiste saber que pasó con aquella persona y yo nunca te lo dije; ¿pero por qué la nombraste?. Ya sé lo que vas a decir, que no fue adrede y que se te escapó sin querer, ya lo sé, y ahora no estoy enojado con vos, pero si estoy enojado conmigo y no quiero pensar mucho al respecto por que me voy a terminar enojando contigo y eso es precisamente lo que no quiero.
¿Querés más café?, en la cafetera quedó, servite mientras yo te cuento de aquella noche que no podía dormir. Me acuerdo que hacía calor, pero había viento, se sentía por el ruido del follaje de los árboles moviéndose. Ya era tarde, me encendí un cigarrillo y salí a caminar por la orilla del río, que esa noche ya no tenía mucho caudal, caminé mucho, la luna apenas iluminaba lo suficiente como para poder distinguir donde pisaba, caminé hasta el puente y allí me detuve a pensar y a fumar y te insulté Gastón, te insulté durante un rato largo y a ella también la insulté por volver a aparecer en mi cabeza tras tu comentario. Sólo fui interrumpido por el rechinar de unas gomas en la curva de la ruta que me devolvió en si, pero sólo fue por unos instantes, enseguida volví a pensar en ella. ¿Tenías que nombrar a Cecilia, Gastón?.
No, no te vayas, te pido que te quedes un rato, yo te voy a contar como comenzó esta historia, o como terminó, es muy distinta depende desde donde se la mire. Vení sentate, alcanzame los cigarrillos y una taza de café por favor, sin azúcar, sabés que no me gusta el azúcar en el café. Como te decía esa noche recordé a Cecilia, hacía mucho que no pensaba en ella y en aquella pesadilla que tenía recurrentemente.
Con Cecilia solíamos sentarnos en aquellas reposeras bajo aquel árbol a tomar mates y a charlar, nos gustaba mucho escuchar a los pájaros y el ruido que hace el río en aquella curva que pega allí donde te señalo ahora; a veces ella se ponía a tejer algo y yo leía a Cortázar mientras tomábamos mate o sino ella leía esa revista que tanto le gustaba mientras yo resolvía problemas de estática, iluminación, ventilación o termodinámica, pero ambos coincidíamos que la pasamos muy bien en aquellos momentos, dado que si se producía un silencio, el mismo no molestaba y nos permitía expandirnos en nuestros entretenimientos. Una tarde en particular ella terminó de leer y se fue a bañar, mientras yo me quedé con mi perra terminando de escribir un pequeño ensayo. Recuerdo que al entrar, ella estaba preparando la cena, y yo me sentía particularmente cansado, entonces le dije que me iba a acostar 20 minutos, así al levantarme, me bañaría y nos pondríamos a cenar.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El otro camino…

En un boulevard del pintoresco pueblo de Sierra de la Ventana, más precisamente en un bar, se encontraba Walter Martinez tomando un café bien cargado junto a su amigo Carlos Rojas. Es menester aclarar que una vez cada quince días se encontraban en ese lugar a celebrar aquella ceremonia, siempre elegían la misma mesa, que daba al gran ventanal que tenía como postal al Cerro Tres Picos en la lejanía. Con el correr del tiempo y para serles sinceros tras varias escuchas de sus conversaciones, pude enterarme que Carlos visitaba a Walter dos veces al mes, al parecer eran amigos desde hace mucho tiempo y en algún momento Carlos se mudó a Olavarría o por los alrededores, nunca me quedó del todo claro. Es necesario aclarar que ambos son personas grandes, de alrededor de 70 años, aunque sus apariencias no demuestren esto último.
Sus charlas eran de lo más variadas, por demás interesantes, es por eso que cada vez que los veía en aquella mesa, yo me ubicaba lo más cerca posible para poder oír lo que decían. Más de una vez tuve que irme por motivos laborales y en mi camioneta, peregrinando por la ruta, me acordaba y pensaba sobre lo que hablaron y unas cuantas veces me quedé fantaseando sobre las posibles continuaciones de sus charlas o de los temas que seguirían al finalizar el tema que estaban conversando, o mejor dicho, hasta donde pude llegar a escuchar. El léxico empleado por ambos, la competencia lingüística que usaban, era algo demoledor, estimulante y atrapante; cada silencio decía algo; cada expresión en sus rostros o gesticulación con sus manos acentuaban o glorificaba cada una de las palabras proferidas en los diversos encuentros… era tal la magia que rodeaba a aquellos encuentros que jamás me permití arruinarla con una intromisión… más de una vez me tenté y quise acercarme a ellos para compartir la charla, empero, mi respeto y mi admiración a estas dos personas jamás me lo permitieron.
En fin, como les decía, en aquel boulevard del pintoresco pueblo de Sierra de la Ventana, más precisamente en aquel bar que les dije con anterioridad, se encontraba Walter Martinez tomando un café bien cargado junto a su amigo Carlos Rojas, ese día me permití faltar a mis obligaciones y me quedé escuchando lo que decían. Eran alrededor de las 17hs. cuando el cielo color rojizo formaba extrañas figuras en complicidad con las nubes, allí me percaté de aquel silencio en la conversación, cosa que no era muy habitual… ese vacío de sonidos se prolongó por un tiempo largo.
De repente Walter dijo: Carlos hace varios días que siento el peso de los años; me levanto sin ganas de nada y me aploma el pensar que los días no tienen nada nuevo para mi. Me lastima no poder realizar lo que solía hacer antes sin inconveniente alguno; me aploma no poder proyectarme a más de dos años, es como si los proyectos se hubiesen estancado; vencido por llamarlo de un modo elegante. Es así, es lo que siento.
Quedé perplejo al escuchar eso, por lo que me dí vuelta y miré el cuadro de situación. Carlos esbozó una sonrisa tierna, se sacó los anteojos, limpió ambos lentes, se los volvió a poner y con el mismo gesto, dió un sorbo a ese café que aún largaba vapor.
Walter, yo hace un tiempo me planteé algo similar, pero opté por transitar por el otro camino, a mi edad creo que aún soy capaz de muchas cosas, por eso me meto en cuanto proyecto puedo, ayudo a mi familia con los campos y vengo a visitarte cada dos semanas, además de ser un honor para mi visitarte, son como unas pequeñas vacaciones, una distracción. El paisaje es tan inspirador. Vamos Walter, no me afloje ahora, tomemos el otro camino. Hay tanto más allá para ver todavía. Vivir es tan inspirador.
Carlos asintió con la cabeza, remató de un trago el café y juntos se levantaron.
La imagen de los dos amigos, me tocó el corazón, sus palabras aún hacían eco en mis oídos cuando se dieron un pequeño abrazo y mientras se iban pude escuchar a Walter decir: Carlos, voy a tomar el otro camino.