miércoles, 19 de febrero de 2014
La Posada del Ogro (Parte II)...
Nunca faltaba nada en la casa de los tíos, mis viejos la pasaban re bien, me acuerdo que a la mañana era obligado el mate en el quincho, al mediodía, el tío se mandaba siempre algo a la parrilla, creo que cinco de los siete días de la semana, el tío se mandaba un asado, ¡y por favor!, que rico que le salían; me acuerdo que se comentaba algo de una complicidad con el carnicero, pero no puedo precisarlo, a veces la memoria no me juega a favor. A la tardecita por lo general se armaba una picada con cerveza para los adultos y coca para mi hermano y para mí. A veces llegábamos a cenar, otras veces no, ya que quedábamos tan cansados que nos desmayábamos en la cama antes que se ponga la mesa.
Recuerdo que me despertaba a la noche para ir al baño y lo veía a mi tío fumando y tomando un vino en la galería que daba al parque de adelante, entonces me sentaba y me ponía a habar con él. Norber era una gran persona y me contaba historias del “Lobizón”, del “Pombero”, ya de más grande me contó del “Pata de lana” y esas cosas me encantaban, aunque a veces hacían que me costase dormir, ya que quedaba con miedo de que se aparezca el “Lobizón”. Aunque debo reconocer que trataba de ver hacia donde miraba mi tío, la verdad es que nunca supe que era lo que miraba o lo que quería ver; ahora que lo pienso era una mirada perdida y sus historias o lo que hablábamos era como si pusiese un cassette y comenzaba un discurso. Yo ya sabía que lo mejor era dejarlo hablar y que me contara las historias, por que en donde lo interrumpía, era como si se despertase; miraba la hora y me mandaba a dormir. Mi tío sabía que me gustaba desvelarme por eso no decía nada a nadie, eso sí, aquellas noches en las que me desvelaba, él me obligaba a dormir la siesta, era una suerte de pacto.
El folklore, las chacareras y el chamamé sonaban todo el tiempo en la casa de los tíos, a mi mucho no me gustaba, pero con el tiempo me fui acostumbrando y debo reconocer que lo poco que conozco hoy en día es gracias a ellos. A veces en medio de la picadas de las tardes, el tío desenfundaba su guitarra española y empezaba a tocar canciones folklóricas, con su registro de grave. El tío también cantaba unos tangos hermosos, y la tía a veces se sumaba y ahí si, era un espectáculo increíble, ella con toda esa voz de soprano y él con ese registro de sótano hacían una dupla que era digna de admiración, a veces era tan contagioso que mis viejos se copaban y también cantaban (o al menos eso intentaban), así se podían pasar horas, y la verdad es que no aburrían, la tía sacaba a bailar a mi viejo, mientras mi vieja se reía de la situación, jamás mi viejo bailó nada, y eso lo heredé genéticamente yo, pero ya les contaré al respecto.
Norber tenía un auto, era un Ford Falcon “rural”, no puedo recordar el modelo, pero lo tenía muy bien conservado, y también tenía una Ford F100, que la usaba para hacer las compras o cada vez que tenía que irse para los campos que estaban hacia el norte a buscar chanchos, pollos y verduras. El auto lo usaba sólo cuando tenía que ir a trabajar, en algún evento especial o cuando nos llevaba al “centro” de Álvarez... jamás estando allá dejó que mi viejo saque el auto. A mi viejo no le gustaba y a veces se armaba una suerte de escaramuza entre ellos, pero el tío siempre supo como persuadir a mi padre y terminábamos viajando irremediablemente en el auto de él, vale aclarar que a mi me gustaba más, ya que podía viajar en el baúl del Falcón, y podía jugar ahí con mi hermano.
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