Hacía años que venía llorando
en silencio, pensando en lo que es inevitable que suceda. Créanme, cuando me
refiero a años, hago referencia a muchos, de verdad. De algún modo intenté forjar
una fortaleza que en definitiva jamás existió.
Resisto siempre que puedo, evito llorar. Odio la imagen que representa en mi persona el hecho de hacerlo, pero hoy no me sale. Hoy todo me emociona y conmueve, porque descubro que en todo estás y estuviste vos.
Tantos años compartidos y jamás me atreví a preguntarte por tu pasado, a indagar por tus sufrimientos y dolores; a cuestionar algunos de tus actos y decisiones que te llevaron, de alguna manera, a terminar tus días conmigo. Será para mi siempre un interrogante aquel exilio, tu juventud y los errores que cometiste. Creo que esa era mi manera de sostener alta tu imagen y de no humanizarte tanto, como lo venía haciendo desde hace tiempo.
De pibe me gustaba esa idea de que papá podía arreglar todo, que, con su inteligencia, no había problema que no pudiera abordar. Pero claro, no tenía herramientas para ver a una persona cansada, que necesitaba de siestas para sostener cuatro trabajos y que no pasemos por todo lo que tuviste que pasar en tu infancia.
Volaste alto, desde la selva misionera a la de cemento en Buenos Aires. Lograste todo aquello que te propusiste en tiempos récords y con distinciones. Ese temple que siempre mantuviste, era para muchos inspirador, pero también fue tu condena.
Un corazón tan grande y roto, tarde o temprano se iba a cansar de latir… y me relaja saber que fue en una de esas siestas que tanto necesitabas, con tus perros, en paz.
Anoche, mientras lloraba, miraba algunas viejas fotos tuyas de cuando eras joven… me pregunté: ¿Ya sabrías que ibas a ser mi papá? ¿Te imaginabas que íbamos a terminar acá? ¿Sabías que te ibas a preocupar cuando no supieras dónde estaba, a qué hora volvía o si iba a volver? ¿Sabías que iba a estar triste y que no te lo haría notar para que no te preocuparas?
Inmediatamente me respondí que no, esas fotos eran de lugares que no conozco, y que tampoco sabés en esas instantáneas, que un día pensé en dejar la escuela para ir a trabajar mientras estabas internado, en coma, con tres muertes clínicas y cuatro by pass; no sabías que un día me iba a ir a vivir lejos, dejando afectos, trabajo y familia; mucho menos que me iba a volver un melancólico serial que se la pasaría buscando un sentido a todo aquello que me fascinaba… Pero en definitiva ¿Qué sabías de mi?
En otra foto estábamos en Misiones, en Puerto Iguazú, en el parque de la casa de mi tía, mientras me mirabas ¿Sabías en algún momento que íbamos a tener esas charlas tan dolorosas cuando se rompió esa familia a la que habías apostado? ¿Sabías que ibas a comprar cervezas para tener en la heladera esperando a que vaya a aquel departamento a planchar mis camisas y lavar ropa? ¿Imaginabas que pasaríamos horas hablando de fútbol, viendo partidos y discutiendo de política? ¿Sabías que por mi decisión no ibas a tener nietos? ¿Habrás imaginado esas charlas del futuro? ¿Intuías que iba a terminar escribiendo de vos en este momento?
Veo tus fotos y no dejo de llorar, es como el Arroyo Ventana cuando se desborda y no me deja cruzar hacia el otro lado. Sé que es tarde y a destiempo. Este corazón también está roto y nunca supe expresar mi admiración por vos. A veces, pienso en nuestros últimos viajes, en nuestras charlas, acompañadas de esos mates lavados y feos que hacías, pero que eran perfectos en esos atardeceres que teñían a los trigales de rojos, alfombrando los campos en una fusión, cuasi infinita con aquella línea que corona al mundo.
Lamento mucho que nunca puedas leer mi novela, que tampoco hayas leído mucho de lo que escribí más allá de lo técnico; aunque haya descubierto hace poco que algunas cosas las habías leído a escondidas. Me quedé con las ganas de que me dieras mi título universitario, pero estoy satisfecho de haber brindado y festejado en aquel momento.
Hoy me pregunto si todo aquello que hice, hago, fui o soy, no era para mostrarte que yo también podía ser un poco como vos, obvio que con menos carácter y con más torpezas. Le pregunto a mi cabeza ¿Por qué no fui capaz de abrirme más a vos y de exigirte lo mismo?
Pero jamás lo hice… creo que caí en la cuenta que de algún modo todo lo que hice en mi vida era para caer en una pregunta que jamás realicé.
Me entristece nunca haber tenido el valor de preguntarte: Viejo ¿Estás orgulloso de mi?
Resisto siempre que puedo, evito llorar. Odio la imagen que representa en mi persona el hecho de hacerlo, pero hoy no me sale. Hoy todo me emociona y conmueve, porque descubro que en todo estás y estuviste vos.
Tantos años compartidos y jamás me atreví a preguntarte por tu pasado, a indagar por tus sufrimientos y dolores; a cuestionar algunos de tus actos y decisiones que te llevaron, de alguna manera, a terminar tus días conmigo. Será para mi siempre un interrogante aquel exilio, tu juventud y los errores que cometiste. Creo que esa era mi manera de sostener alta tu imagen y de no humanizarte tanto, como lo venía haciendo desde hace tiempo.
De pibe me gustaba esa idea de que papá podía arreglar todo, que, con su inteligencia, no había problema que no pudiera abordar. Pero claro, no tenía herramientas para ver a una persona cansada, que necesitaba de siestas para sostener cuatro trabajos y que no pasemos por todo lo que tuviste que pasar en tu infancia.
Volaste alto, desde la selva misionera a la de cemento en Buenos Aires. Lograste todo aquello que te propusiste en tiempos récords y con distinciones. Ese temple que siempre mantuviste, era para muchos inspirador, pero también fue tu condena.
Un corazón tan grande y roto, tarde o temprano se iba a cansar de latir… y me relaja saber que fue en una de esas siestas que tanto necesitabas, con tus perros, en paz.
Anoche, mientras lloraba, miraba algunas viejas fotos tuyas de cuando eras joven… me pregunté: ¿Ya sabrías que ibas a ser mi papá? ¿Te imaginabas que íbamos a terminar acá? ¿Sabías que te ibas a preocupar cuando no supieras dónde estaba, a qué hora volvía o si iba a volver? ¿Sabías que iba a estar triste y que no te lo haría notar para que no te preocuparas?
Inmediatamente me respondí que no, esas fotos eran de lugares que no conozco, y que tampoco sabés en esas instantáneas, que un día pensé en dejar la escuela para ir a trabajar mientras estabas internado, en coma, con tres muertes clínicas y cuatro by pass; no sabías que un día me iba a ir a vivir lejos, dejando afectos, trabajo y familia; mucho menos que me iba a volver un melancólico serial que se la pasaría buscando un sentido a todo aquello que me fascinaba… Pero en definitiva ¿Qué sabías de mi?
En otra foto estábamos en Misiones, en Puerto Iguazú, en el parque de la casa de mi tía, mientras me mirabas ¿Sabías en algún momento que íbamos a tener esas charlas tan dolorosas cuando se rompió esa familia a la que habías apostado? ¿Sabías que ibas a comprar cervezas para tener en la heladera esperando a que vaya a aquel departamento a planchar mis camisas y lavar ropa? ¿Imaginabas que pasaríamos horas hablando de fútbol, viendo partidos y discutiendo de política? ¿Sabías que por mi decisión no ibas a tener nietos? ¿Habrás imaginado esas charlas del futuro? ¿Intuías que iba a terminar escribiendo de vos en este momento?
Veo tus fotos y no dejo de llorar, es como el Arroyo Ventana cuando se desborda y no me deja cruzar hacia el otro lado. Sé que es tarde y a destiempo. Este corazón también está roto y nunca supe expresar mi admiración por vos. A veces, pienso en nuestros últimos viajes, en nuestras charlas, acompañadas de esos mates lavados y feos que hacías, pero que eran perfectos en esos atardeceres que teñían a los trigales de rojos, alfombrando los campos en una fusión, cuasi infinita con aquella línea que corona al mundo.
Lamento mucho que nunca puedas leer mi novela, que tampoco hayas leído mucho de lo que escribí más allá de lo técnico; aunque haya descubierto hace poco que algunas cosas las habías leído a escondidas. Me quedé con las ganas de que me dieras mi título universitario, pero estoy satisfecho de haber brindado y festejado en aquel momento.
Hoy me pregunto si todo aquello que hice, hago, fui o soy, no era para mostrarte que yo también podía ser un poco como vos, obvio que con menos carácter y con más torpezas. Le pregunto a mi cabeza ¿Por qué no fui capaz de abrirme más a vos y de exigirte lo mismo?
Pero jamás lo hice… creo que caí en la cuenta que de algún modo todo lo que hice en mi vida era para caer en una pregunta que jamás realicé.
Me entristece nunca haber tenido el valor de preguntarte: Viejo ¿Estás orgulloso de mi?