sábado, 12 de abril de 2014

La Posada del Ogro (Parte IV)...

Al otro día me levanté tardísimo, sonaba una chacarera de fondo y todo ya estaba limpio, me lavé los dientes, la cara, y fui a la cocina a prepararme unos mates, en la mesada había pan de campo, así que le dí un buen mordisco y armado con la pava y el mate, salí al parque trasero, aunque me llamó atención que no había nadie en la casa, me dispuse a arrancar la mateada cuando irrumpió Sofía, la vecina de al lado, que venía a pedir un poco de azúcar por que la madre estaba haciendo una torta o algo así. Le alcancé el azúcar y la invité tomar unos mates, siempre me había llamado la atención Sofi, divertida mientras jugábamos, calladísima si no jugaba, casi siempre había que sacarle las palabras a tirabuzón, ahora si, cuando tomaba confianza era imparable. Aceptó y nos tomamos unos mates, con una hermosa brisa de verano y una tarde que no mataba con su temperatura. Al rato llegó la familia que habían ido de compras y se sumaron a la mateada. No sé por que recordé esa noche que mi tío llevaba a mi viejo a veces a un lugar que se llamaba la “Posada del Ogro”, donde se juntaban con amigos de mi tío y generalmente volvían muy tarde de ese sitio; siempre sentí curiosidad por ese lugar, pero nunca me animé a preguntar al respecto, ni a mi tío ni a mi viejo. Pero esa noche se me escapó la pregunta y Norber con ésa sonrisa pícara que solía hacer cuando sabía que le iban a preguntar algo, me respondió: mañana si querés te llevo a la posada, después de todo ya estás grande, igual preguntale a tu padre si te deja. Bajando la voz me dijo: si no te deja, yo hablo con él, me dijo mientras me guiñó un ojo y esbozó una sonrisa. Enseguida fui corriendo a preguntarle a mi viejo y él me dijo que si, que podía ir, pero que me comporte. A la tarde-noche del otro día, salimos con mi tío rumbo a aquel enigmático lugar, el camino como siempre era difícil, pero Norber lo conocía a la perfección, iba escuchando una radio de tango y la verdad que el viaje fue bastante silencioso. El paseo no fue largo, pero mientras yo miraba por la ventana, pensativo, iba observando el camino, los árboles, las casas, los sapos en la calle, los caballos, hasta que todo paró y vi un descampado enfrente mío. Llegamos, dijo el tío y bajamos. Delante de mí, una esquina con una edificación bastante antigua, un cartel de madera apenas iluminado me decía: Bienvenidos a la Posada del Ogro. Que buen nombre pensé, mientras observaba el “gastado” edificio. Buenas, dijo mi tío al entrar y todos lo saludaron al unísono, enseguida empezó a presentarme a todo el mundo y todos me abrazaban y me saludaban, me daban la mano, y yo atento respondía con cordialidad y con muchísimo respeto. Mi tío buscó una mesa (al parecer es en la que se sentaba siempre), pidió una picada y una cerveza. ¿Querés algo más Robert?, me preguntó, le respondí que no, que estaba bien. En cuestión de segundos estaba la mesa llena con amigos de él, hablaban de política, del fútbol, de la economía, y así se pasaba el tiempo en aquel lugar, corrían las cervezas, el vino y las palabras, había una tenue música de fondo que por lo que pude interpretar (es que había mucho ruido por las acaloradas discusiones), era un tango de Julio Sosa, mi tío me vió que le prestaba atención y me dijo, es un muy lindo tango, prestale atención, te va a gustar mucho, y dicho y hecho es un tango que aún respeto mucho. “Destellos” se llama.