miércoles, 18 de noviembre de 2009

Escala de grises…

Empaté mis ganas de no soñarte en esa tarde de bravo chaparrón, tirados en la misma cama estábamos mi soledad, mi Bloodhound y yo, con la cabeza en punto muerto y con ese lío de no querer sin querer, el palo de un adiós resonando, y queriendo hacer cosas (para sentirme útil) sin querer hacer nada. Espinas que no sangran, cabos que no se atan, intento darle cuerda al corazón, pero es bien en vano, mejor escuchar la tormenta que no me soltaba ni por puta, es increíble como duele el parto de aquel adiós… la puta, quizás sólo dios sabe cuanto duele…
Y así llegó la noche de antesala, tiré mis dados, sabiendo que nadie me va a ganar en este oficio de perder, y allí estaba el resultado, como ya era sabido la casa gana, ¡JA!, hace 15 reencarnaciones que debería haber solucionado ese problemita, pero al parecer sigo viajando de colgado en el vagón de la reencarnación, ¿qué le vamos a hacer?, habrá que esperar a la próxima vida para solucionar este quilombo.
De la cama a la cocina para comer algo y de la cocina a ese bar que está cerca de la estación de Lugano. Largo camino para caminar con la calle húmeda. Una vez en ese lugar, me colgué del cuello el cartelito de escabiador y con el cuaderno y un lápiz reviví el mismo proceder de ponerse a escribir en la barra de ese lugar, como cuando tenía 16 años… como pasa el tiempo.
No hay con qué darle al tiempo loco, se destiñen los sueños y la pasión. Se acumulan resacas, crecen las botellas vacías y las desilusiones a estrenar. Se humedece la madera, no hay barniz ni lija que la pueden recuperar, pero cuando uno está desamorado por suerte siempre encuentra a alguien con quien brindar y el viaje se hace menos tenso, la ruta del desengaño siempre es larga y por suerte no me llevo a nadie conmigo ni debo nada, al menos eso creo. Y como decía antes (siempre hay con quien brindar), a ese lugar llegó una antigua camarera de ese bar, la saludé, creo que ni se acordaba de mi, se pidió una cerveza y charlamos un rato, de fondo sonaba Divididos.
Son estas noches de mezcla de felicidad, silencios y melancolía, de escalas de grises, lo obscuro no lo es tanto y los brillante queda opacado, así funciona la escala de grises, quise hilar una historia en ese cuaderno, pero me salió mal. Terminé en el fondo de ese vaso de scotch, la esperanza se desesperaba y alguien que estaba ahí me dijo que a la vuelta de la esquina iba a estar mejor, ojalá sea así pensé. Se puso obscura la vista. Se rifa un viaje al baño de caballeros dijo uno en la barra y allí fui a parar. Nada de lágrimas me dije, bienvenido al cementerio, me dijo otro que estaba semi parado frente al orinal. A pesar de mi disfraz, se me escaparon las ganas de llorar. Pero por suerte me repuse a tiempo y volví a la barra para terminar la historia que nunca empecé.
El de la barra comenzó a baldear y yo seguía ahí sentado, y es como siempre loco, se dobla, se dobla pero no se termina de romper jamás, es como una suerte de arte pos impresionista… el arte de lastimar y en ese bar fui a encallar, a veces todo es tan cíclico. Dale nene, terminá esa cerveza que me quiero rajar, dijo el mozo mientras se ponía los zapatos. Amaneció y apareció el Sol verdugo comiéndose mis pupilas, había escarcha en la calle y yo pensé en las cosas que podría darte pero aún no tengo, y hasta que lo consiga, guardá este escrito como garantía y recordatorio, que ya lo voy a encontrar.