No sé si fue por la torrencial
lluvia del fin de semana, o por la situación anímica que estoy atravesando,
pero ayer a la tarde me acordé de Milagros; y eso es raro porque ya nunca pasa
eso. Tal vez sea porque últimamente estuve recordando algunos sucesos del
pasado con Vero, o será que quiero distraerme pensando en otras cosas, para no
pensar en lo que me desvela desde hace algún tiempo.
Si bien es cierto que mi relación con Milagros fue siempre crepuscular, creo que nunca conté nuestro último encuentro tras aquella despedida en “Onelli”. No es que sea muy importante, pero a lo mejor, esto, también es una forma de cerrar una persiana, porque sin lugar a dudas eso fue lo que pasó con ella en aquel entonces.
Tras quedarme pensando en lo difícil que resultó nuestro último encuentro, y quizás demasiado apegado a mis principios, tomé valor y escribí a Milagro para saber como estaba. El ida y vuelta fue cortante y sólo a los fines de responder lo que se interrogaba, sin detalles, sin ánimos de continuar una conversación. Debo reconocer que se me volvía frustrante la tarea de sostenes una comunicación con alguien que evidentemente no tenía intenciones de mantener un diálogo.
Dejé pasar unos días, repetí la misma operación, con el mismo resultado. Por lo que no le escribí más. A veces es mejor distanciarse para ver con otra perspectiva, o desde una loma más alta lo que ocurre.
Esas semanas eran traumáticas, porque cerraba los cuatrimestres en el instituto, mis horarios eran insoportables, entre el trabajo y el profesorado. Lo único que me daba ánimos era un viaje a Ventania, con mi amigo Lucas; el mismo era necesario e imperioso. Al llegar a mi casa, un jueves cerca de medianoche, revisé el correo electrónico, como era mi costumbre y tenía un e-mail de ella. Era escueto en su contenido: (Sin asunto) “Si tenés ganas de que nos veamos, te espero en el planetario el sábado a las 15 hs. Confirmame por este medio.”
Así fue como aquel sábado al salir del profesorado, y violando las velocidades máximas en avenidas y calles, logré llegar un par de minutos antes que ella al punto de encuentro. Me senté en un banco mientras miraba unos gansos en el lago del bosque de Palermo, y de atrás, al oído, me trepanó los sentidos con su “Hola Roberto”. Me dí vuelta, asustado, y ella se largó a reír mientras hacía chistes de mi susto. Al instante yo también estallé en carcajadas. Todo parecía como siempre.
Un rato después, me tomó del brazo y comenzamos a caminar, mientras, charlábamos de esas cosas que no tienen mucho sentido cuando uno recién se encuentra con alguien que hace mucho que no vé, pero que sirve como para reconectar y sostener una charla. Lo cierto es que no duró mucho, enseguida la noté apagada y con su mirada perdida, buscando esquivarme. Traté de sostener la conversación un instante más, pero también me apagué.
Caminamos un largo rato en silencio. Nos detuvimos frente a unos patos, nos miramos y me abrazó muy fuerte, fue un abrazo largo. Entonces, sentí que empezó a llorar.
– ¿Qué pasa Milagros? ¿Por qué lloras? – Le dije mientras nos abrazamos.
No me respondió. Su llanto era tal, que se me hizo imposible sostenerme incólume y también me rompí, y me largué a sollozar. Era como que necesitaba descargar de esa manera. Creo que las personas que pasaban cerca nunca entendieron lo que estaba ocurriendo. Era el llanto de dos personas desesperadas, desencontradas, perdidas.
– Lloro porque realmente me gustas, y yo a vos no te gusto, y eso me da mucha bronca. – finalmente respondió, mientras yo intentaba calmarla con palmadas en la espalda, acariciándole la cabeza y dándole algunos besos allí también.
– No es que no me gustas, el tema es que tengo a otra persona atravesada en mi cabeza y la verdad es que no quiero empezar nada sin antes cerrar ese capítulo. Siento que pegó en el palo y la verdad es que sé que no se va a concretar, pero no pierdo las esperanzas y eso no me permite encarar nada. Vivo con freno de mano. Me tenés que perdonar. – Atiné a responder entre lágrimas y mocos. Sin dudas lo mío era un espectáculo deplorable.
Interrumpió el abrazo para aceptar el pañuelo que le ofrecí. Los dos estábamos destruidos por el llanto. Le acaricié las mejillas para secarle el rastro que sus lágrimas habían surcado en su rostro.
– Bueno, no queda más que decir entonces Roberto. Al final es como te dije la otra vez, todo lo arruinas, todo lo rompés. Sos un desastre chabón. – Levantó el tono mientras caminaba.
– ¡Pará Milagros! Te estoy siendo re sincero, no entiendo por qué reaccionás así. Después de todo, ya sabés como soy. No puedo renunciar a mis principios.
– ¿Tus principios? ¿Cuáles? ¿Los del amor ideal romántico? ¿Los principios de los amores nunca resueltos? ¿O los principios de los amores imposibles? ¿No te das cuenta que vivís en espiral? Tus principios son finales, nene. Siempre vas a terminar igual vos ¿Y sabés qué? Yo no quiero que me arrastres. Yo estoy para más que esto. – Bramó enfurecida, a la vez que la interrumpí.
– Perdón, pero jamás te propuse nada, ni siquiera una amistad, porque sabía como estaba, y vos también sabías de mi condición. Lo hablamos más de una vez. Te pedí que no me pidas nada, y sin embargo, acá estamos. – Respondí a modo de defensa.
– ¿Pero sabés? Ya no vamos a estar más, morite Roberto, vos con tu melancolía, con tus ideas románticas y tu nostalgia, no vales nada flaco. Olvidate de mi. – Fulminó sus palabras con un suspiro y emprendió su caminata a paso veloz y siguiendo el sendero.
Atiné a seguirla, para tratar de calmarla y enmendar la situación, pero me detuve. A veces hay situaciones que no tienen forma de ser enmendadas. Situaciones como la mía con Milagros.
A veces en otoño, me pongo a pensar y aterriza ella en mi cabeza. Me pregunto qué será de su vida, mientras imagino realidades posibles. A lo mejor se fue a vivir a Ushuaia. Quizás tiene familia con un tipo de esos, que se merecen minas como ella.
Esa fue la última vez que ví a Milagros. Esa fue la última situación que viví con ella, en los bosques de Palermo, en otoño… Aunque hay un detalle más que sólo quedará en la memoria.
Si bien es cierto que mi relación con Milagros fue siempre crepuscular, creo que nunca conté nuestro último encuentro tras aquella despedida en “Onelli”. No es que sea muy importante, pero a lo mejor, esto, también es una forma de cerrar una persiana, porque sin lugar a dudas eso fue lo que pasó con ella en aquel entonces.
Tras quedarme pensando en lo difícil que resultó nuestro último encuentro, y quizás demasiado apegado a mis principios, tomé valor y escribí a Milagro para saber como estaba. El ida y vuelta fue cortante y sólo a los fines de responder lo que se interrogaba, sin detalles, sin ánimos de continuar una conversación. Debo reconocer que se me volvía frustrante la tarea de sostenes una comunicación con alguien que evidentemente no tenía intenciones de mantener un diálogo.
Dejé pasar unos días, repetí la misma operación, con el mismo resultado. Por lo que no le escribí más. A veces es mejor distanciarse para ver con otra perspectiva, o desde una loma más alta lo que ocurre.
Esas semanas eran traumáticas, porque cerraba los cuatrimestres en el instituto, mis horarios eran insoportables, entre el trabajo y el profesorado. Lo único que me daba ánimos era un viaje a Ventania, con mi amigo Lucas; el mismo era necesario e imperioso. Al llegar a mi casa, un jueves cerca de medianoche, revisé el correo electrónico, como era mi costumbre y tenía un e-mail de ella. Era escueto en su contenido: (Sin asunto) “Si tenés ganas de que nos veamos, te espero en el planetario el sábado a las 15 hs. Confirmame por este medio.”
Así fue como aquel sábado al salir del profesorado, y violando las velocidades máximas en avenidas y calles, logré llegar un par de minutos antes que ella al punto de encuentro. Me senté en un banco mientras miraba unos gansos en el lago del bosque de Palermo, y de atrás, al oído, me trepanó los sentidos con su “Hola Roberto”. Me dí vuelta, asustado, y ella se largó a reír mientras hacía chistes de mi susto. Al instante yo también estallé en carcajadas. Todo parecía como siempre.
Un rato después, me tomó del brazo y comenzamos a caminar, mientras, charlábamos de esas cosas que no tienen mucho sentido cuando uno recién se encuentra con alguien que hace mucho que no vé, pero que sirve como para reconectar y sostener una charla. Lo cierto es que no duró mucho, enseguida la noté apagada y con su mirada perdida, buscando esquivarme. Traté de sostener la conversación un instante más, pero también me apagué.
Caminamos un largo rato en silencio. Nos detuvimos frente a unos patos, nos miramos y me abrazó muy fuerte, fue un abrazo largo. Entonces, sentí que empezó a llorar.
– ¿Qué pasa Milagros? ¿Por qué lloras? – Le dije mientras nos abrazamos.
No me respondió. Su llanto era tal, que se me hizo imposible sostenerme incólume y también me rompí, y me largué a sollozar. Era como que necesitaba descargar de esa manera. Creo que las personas que pasaban cerca nunca entendieron lo que estaba ocurriendo. Era el llanto de dos personas desesperadas, desencontradas, perdidas.
– Lloro porque realmente me gustas, y yo a vos no te gusto, y eso me da mucha bronca. – finalmente respondió, mientras yo intentaba calmarla con palmadas en la espalda, acariciándole la cabeza y dándole algunos besos allí también.
– No es que no me gustas, el tema es que tengo a otra persona atravesada en mi cabeza y la verdad es que no quiero empezar nada sin antes cerrar ese capítulo. Siento que pegó en el palo y la verdad es que sé que no se va a concretar, pero no pierdo las esperanzas y eso no me permite encarar nada. Vivo con freno de mano. Me tenés que perdonar. – Atiné a responder entre lágrimas y mocos. Sin dudas lo mío era un espectáculo deplorable.
Interrumpió el abrazo para aceptar el pañuelo que le ofrecí. Los dos estábamos destruidos por el llanto. Le acaricié las mejillas para secarle el rastro que sus lágrimas habían surcado en su rostro.
– Bueno, no queda más que decir entonces Roberto. Al final es como te dije la otra vez, todo lo arruinas, todo lo rompés. Sos un desastre chabón. – Levantó el tono mientras caminaba.
– ¡Pará Milagros! Te estoy siendo re sincero, no entiendo por qué reaccionás así. Después de todo, ya sabés como soy. No puedo renunciar a mis principios.
– ¿Tus principios? ¿Cuáles? ¿Los del amor ideal romántico? ¿Los principios de los amores nunca resueltos? ¿O los principios de los amores imposibles? ¿No te das cuenta que vivís en espiral? Tus principios son finales, nene. Siempre vas a terminar igual vos ¿Y sabés qué? Yo no quiero que me arrastres. Yo estoy para más que esto. – Bramó enfurecida, a la vez que la interrumpí.
– Perdón, pero jamás te propuse nada, ni siquiera una amistad, porque sabía como estaba, y vos también sabías de mi condición. Lo hablamos más de una vez. Te pedí que no me pidas nada, y sin embargo, acá estamos. – Respondí a modo de defensa.
– ¿Pero sabés? Ya no vamos a estar más, morite Roberto, vos con tu melancolía, con tus ideas románticas y tu nostalgia, no vales nada flaco. Olvidate de mi. – Fulminó sus palabras con un suspiro y emprendió su caminata a paso veloz y siguiendo el sendero.
Atiné a seguirla, para tratar de calmarla y enmendar la situación, pero me detuve. A veces hay situaciones que no tienen forma de ser enmendadas. Situaciones como la mía con Milagros.
A veces en otoño, me pongo a pensar y aterriza ella en mi cabeza. Me pregunto qué será de su vida, mientras imagino realidades posibles. A lo mejor se fue a vivir a Ushuaia. Quizás tiene familia con un tipo de esos, que se merecen minas como ella.
Esa fue la última vez que ví a Milagros. Esa fue la última situación que viví con ella, en los bosques de Palermo, en otoño… Aunque hay un detalle más que sólo quedará en la memoria.