miércoles, 15 de octubre de 2008

Viento en proa...

Ya sabia yo que iban a cambiar las cosas desde aquel día, sólo quiero que no haya viento del norte, que las aguas estén calmas y que sea un día esplendido, no se si el responsable de este cambio será aquella luna, o será el Rey Tritón que al ser el rey de los mares, seguro que tiene algo que ver con mis planes de navegación.
Con los primeros rayos de sol decido zarpar, hay una calma total, y me doy cuenta de que no se pueden hacer planes, pretendía agarrar los primeros vientos de la mañana, pero sólo sopla alguna ráfaga del norte.
Me pongo a merced de los vientos y me dejo llevar, aprovechando cuando hay alguna ráfaga, aprovecho para oír música y contemplar el paisaje y de vez encunado evocar a Eolo, pero parece ser que hoy no escucha mis plegarias, esta tan calmo todo que ya sólo me puse a pensar que por lo menos tendré a la luna de compañera en mis noches.

Al no avanzar, no tuve más recurso que apelar al pensamiento...
Mi barco debe en algún momento zarpar, debo izar las velas (que ahora que observo, tienen unos agujeros), navegar bajo las estrellas, con la mar en calma o embravecida, con la vida a cuestas (como ya es costumbre), como equipaje un corazón esperanzado, y mantener el rumbo como premisa fundamental. ¿Quién sabe que nos espere mas allá del horizonte?.
Levar anclas, desplegar las velas, es como si mi vida estuviese en altamar. Tengo que improvisar (como ya es costumbre) y construir solitarios caminos que las olas han de borrar o que una débil estela marcará si la marea así lo permite.
Debo navegar, navegar y navegar por el mar de la incertidumbre y tratar de llegar al buen puerto de tu corazón, para allí amarrar y por fin decirte mis pleitesías de amor.
No pedí permiso al amor, pues son cabos que nos amarran en los puertos del dolor.
Un barco ha de zarpar a cada momento, fumando lo imagino, debe navegar y navegar, reinventándose en cada instante un nuevo destino.
Hastiado, comencé a confeccionar mis bitácoras en la bajamar, mientras bebo mi rumbo en el mar cansino, sin más que una estrella que embalsamar y sin una brújula como guía.
Barco, hijo de los vientos, no llevas brújula, timón, ni compás y ahora que recuerdo, tampoco nombre te he puesto. Nuestra vida es navegar, recordarla sin mirar atrás.
Un barco sin su capitán, no anda nunca bien, un barco sin motor no anda, pero sin redes tampoco puede trabajar. La vida es como un barco sin ancla: navegará sin rumbo cuando pretenda estar quieta.
Todo es mar y naufragio, todo. Todo… que es como decir nada a esta altura, la nada al frente, turbio horizonte (indiferente e inseguro) que yace por siempre sumido en la tormenta con encono.
Un alma sin rumbo. Un barco sin timón. Un vagabundo sin honor. Un solitario que viaja por el mundo casi sin alma y corazón llegando a perder por minutos la razón por este amor que tan adentro de mi corazón llegó, esperemos que se concrete.
Con el alcohol comienzan a ladrar los pensamientos... a la espera siempre que un milagro muerda el anzuelo y poder llegar a tu puerto.
Y en las noches entre el dolor y las lágrimas que me produjo…. te quiero tanto….
Siento este dolor tan adentro, tanto que grito a los cuatro vientos todo lo que siento.
Por eso mis lágrimas, mi alegría, mi dolor… sos para mí una fantasía de un sueño en vida.