El no saber hacer supo hacer a Dios.
Desde que era un niño me sentí siempre un poco extraño en este mundo, una suerte de extraterrestre venido de otra galaxia, de otro tiempo. Me sentí sólo. Me sentí distraído. Me sentí deshecho.
Creo que aquellos quienes sienten al mundo grande, necesitan conquistarlo de algún modo, recorrerlo, verlo todo, necesitan andar mucho para llegar al borde (del mundo) y divisar, desde allí, la inmensidad, el infinito, el gran misterio que somos. Por aquel entonces "yo" sentía unas ansias enorme por huir, por salir de mi entorno habitual, por adentrarme y descubrir territorios nuevos, por vivir otras vidas (a veces no), por aislarme y romper lazos con todos, con todo. No sabía qué quería hacer con mi vida, pero creía que si no viajaba, si no recorría el mundo, no sería feliz.
El mundo no es el planeta, mas el mundo es lo que el hombre hace en el planeta, por eso existe el mundo fashion, el mundo del espectáculo, el mundo de los putos…
Esa voz interior que siempre me guía (para bien o para mal) de forma excéntrica, me hizo observar de inmediato, ante la ansiedad que sentía por un lado, y el desamparo o la falta de valor por otro, que mi camino era el opuesto en ese momento al de los demás. Me hizo comprender que mi límite no era físico. Mi límite era mi carencia, mi necesidad. Y quise aprender a llenarme.
Primero lo pensé bien un rato, luego encendí el motor… quien sabe lo que me espera… este tan solo es el relato de mi kilómetro cero.