miércoles, 25 de febrero de 2009

Ficciones de lo real…

El buen profesor creyó que su vida aún podía ser salvada y que él era el que podría salvarle. Pero por momentos no sabía si merecía la pena morir por la vida. La decisión era sólo suya.
Así fue que un buen amigo (bah, no del todo) se dio cuenta de esto y sin querer una noche, en una lejana estación de tren, salió a la luz aquel tema; siempre esperando que aquella angustia se mude de barrio, que las sombras se aparten del camino, y que las alegrías salgan libres a cabalgar. Eternamente con ganas de patearle la cara al dolor, y con ese pequeño haz luminoso en lo lejano, salió a flote una idea que hacía rato flotaba y que siempre naufragó en el mar de las dudas.
El buen profesor aceptó la oferta de aquel amigo y decidió concretar aquella idea olvidada en el archivero, al lado del fichero de las asignaturas pendientes y los temores por venir. Vale aclarar que la fecha se corrió una semana, empero nada importó, el objetivo era el mismo, la idea fue mutando, las circunstancias variaron, pero el destino siempre cascotea a aquel que siente distinto. ¿Qué le vamos a hacer?.
Su amigo ya le había comentado lo poco que había vivido en aquel lugar y que quedó como una deuda, pero le dijo lo que tiempo después él buen profesor pudo comprobar él mismo, sin que se lo dijeran, observando, aprendiendo, admirando, sorprendiéndose, sofocándose (por momentos), emocionándose en otros, y de eso se trataba, de explorar un lugar que siempre lo llamó, de buscar aquel lugar en el mundo en el cual uno quiere echar raíces (o no), hallar un lugar que genere esperanzas, sobre todo eso, la esperanza que hace que la llama no se apague. Y aquel amigo del profesor lo sentía, lo miraba, lo admiraba casi a la par, a pesar de que aquel cronopio sacudiendo su espada apuraba los tiempos, acelerando el proceso.

Y así fue que empezó un después.

Al tiempo el buen profesor, ya cansado y aburrido (como era su costumbre últimamente), tomó lo poco que siempre tuvo, usó su GPS a leña, se armó de coraje y partió hacia aquel lugar serrano, en la provincia que siempre lo abrazó y que jamás él se animó a recorrer, a transitar nuevas rutas, a atravesar ríos de madera y de rocas, a bancarse el clima. A dar de nuevo, y ahora ser pie, pedirle cartas al destino, romper el cascarón, sacarse de encima esa resaca y coquetear con la vida, más que nunca, hallando un nuevo destino (quizás esporádico), pero al menos la misión de su amigo fue concretada y el buen profesor se mudó a su lugar en el mundo.
El buen profesor siempre tuvo una vida cuesta arriba, con embates, con dolores, con nostalgias, con angustias, y nunca la paz, eso es lo que fue a buscar y vaya si lo encontró en aquel lugar.
Ahora ambos viven a 200 Km. de distancia, pero siempre se encuentran los fines de semana a veces en Tandil, a veces en la casa de su buen amigo, y otra a mitad del camino…

Amén…