miércoles, 20 de octubre de 2010

Dibujando la noche…

Ella comenzó a dibujar un paisaje en una hoja amarillenta, con su lápiz añejo, muy gastado y reducido en tamaño, pienso yo que debido al uso. Sus trazos eran tímidos pero se endurecían a la hora de querer remarcar matices o fortalecer una idea de lo que su imaginación le iba contando. Aquella lámpara de 40 Watt no sólo iluminaba aquella hoja que de a poco se iba complementando con grafito, sino que permitía ver las figuras que el humo de su cigarrillo formaba con cada suspiro tras cada bocanada; y pueden creerme que hay imágenes (como esas) que son imposibles de describir o guardar en la mente con tanto detalle como para sentirse uno mismo parte de aquella situación.
Por un momento, pensé que crecí bastante al darme cuenta que no arruiné el momento interrumpiendo con alguna pregunta o comentario, por lo que decidí sacarme la corbata y desabrocharme los dos primeros botones de la camisa…
-El violeta te queda bien, me dijo mientras le daba una seca al cigarrillo.
-¿Cómo?, le respondí sin comprender del todo la situación.
-La camisa violeta, nunca te ví una de ese color, la camisa violeta y tu traje gris te sientan bien, me respondió a la vez que agregó, y el detalle del pañuelo en el bolsillo del saco también es muy bueno, te felicito, vestís bien.
Atiné a decir un tímido gracias, mientras fui por unas tazas de té y encendí un cigarrillo como pretexto de compañía, aunque no lo era tal, dado que ella estaba sumergida en su mundo de creación y yo bastante cansado de todo el día.
Su vista se perdía por momentos en aquel ventanal, con una mirada vesánica, observando lo que sólo ella podía ver, recorriendo el paisaje y mirando la Luna y las estrellas con una paciencia tal que tendía al infinito por momentos en aquella noche de octubre, puedo jurar que sentí que esperaba a algo o a alguien, lamentablemente no contaba (ni cuento) con los argumentos necesarios como para sostener esa teoría. No terminé de reparar en eso que el sonido de una campana en lo lejos me devolvió a la realidad, ella estaba tomando el té y poblando la hoja con su lápiz y yo estaba con el cigarro casi apagado.
El silencio dejó de ser silencio cuando empecé a caminar por algunos pensares, pero decidí suspender esos paseos que realizo por mis fantasías para asomarme (sin molestar ni interrumpir) a aquel ventanal y mirar la ciudad desde lo alto. Claro está que no me gustan los edificios, empero debo reconocer que la vista a veces es inspiradora; y esa noche lo era, la Luna dominaba el cielo con su brillo a la vez que Júpiter le presentaba batalla y yo no sabía bien a quien mirar, ambos estaban muy cerca y cualquiera hubiese optado por mirar a los dos al mismo tiempo, pero yo nunca fui cualquiera y terminé comparando el tamaño aparente de los dos astros, como si una solución científica pudiera sacarle el romance que el espectáculo le proponía a mi mirada.
Una brisa fresca me trajo de nuevo a aquel ventanal, y quedé atónito al ver la hora.
-Irina me voy, mirá la hora que es, se hizo re tarde. Le dije mientras miraba el celular.
-Esperá diez minutos más que ya termino. Mientras prepará otro té que lo tomamos y te vas. Sugirió sin levantar la vista de aquella hoja amarillenta.
Aproveché la acción y vacié el cenicero de ella que estaba lleno de cigarrillos, evidentemente estuve mucho tiempo perdido en el cielo, o al menos lo suficiente como para que ella fumara siete cigarros.
Por alguna razón no miré jamás el dibujo que ella hizo, pero cuando me fui advertí que dibujó exactamente lo que yo le había contado hacía una semana atrás; como quería que sea mi casa y en que lugar de las sierras bonaerenses sería.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sábado rojo…

Aquel tubo fluorescente no paraba de parpadear, pero la obscuridad le debía otro favor, en vano era pensar en el funcionamiento de una lámpara de descarga de gas con sus equipos auxiliares y todos los demás etcéteras; la falla de aquel elemento de iluminación era lo menos importante cuando hay un cuerpo tendido en el piso húmedo, gris y caluroso. No terminó de hilar aquel vago pensamiento que la iluminación se normalizó, pero era en vano ya que el sol era el mejor sistema luminotécnico para hacer realidad aquel hecho… un cuerpo sin vida yacía en la amargura de esa avenida.
Su mente se paralizó al igual que su cuerpo, sus ojos permanecieron sin parpadear, un rictus de desesperanza recorrió su rostro y congeló su expresión y el paso del tiempo. Tras unos instantes atinó a acercarse al cuerpo, pero el temor a lo desconocido se apoderó de ella. Pensó que lo mejor sería dar aviso a las autoridades, empero temió que lo liguen a aquel nefasto suceso. ¿Qué hacer?, se planteaba mientras permanecía inmóvil, de repente el sonido de un teléfono celular la devolvió a la realidad. Aquel teléfono no paraba un instante de sonar, el constante sonido comenzó a ponerla cada vez más nerviosa, se le metía por los oídos y le trepanaba el cuerpo entero.
No tardó la multitud en aglutinarse en torno al nefasto espectáculo, unos metros más allá yacía un motociclista con el cráneo roto, sin dudas la sangre era el espectáculo mórbido y trágico de aquel sábado por la tarde. Una sirena a lo lejos, un policía cortando el tránsito; una persona con un gesto afable pero imperioso proponía a los transeúntes desesperados en saber que pasaba que se alejen lo suficiente como para que el aire circulara en torno al cuerpo y al motociclista.
La ambulancia llegó como pudo y a los tumbos el médico intentó asistir al cuerpo para corroborar lo que todos temían y nadie se animaba a decir, aquel cuerpo era sólo eso y ya no era una persona, como la definición de cuarto grado que dictaba la maestra.
La ambulancia se llevó al motociclista y un tiempo después otra llegó a retirar el cuerpo, por alguna razón la gente permanecía allí, nadie conocía a las víctimas de aquel trágico accidente, sin embargo una suerte de fenómeno gravitatorio hacía que nadie se alejara mucho del lugar.
El tránsito permaneció restringido en ambos carriles de la avenida por cuestión de cuatro horas a la espera de un fiscal de turno que autorice el secuestro del rodado y una vez ocurrido eso, inspeccione de manera preliminar las fotografías sacadas por los peritos de la comisaría 48. Al haber cumplido el protocolo policial y judicial, lentamente todo volvió a la normalidad a pesar de que la sangre ya estaba endurecida por el calor radiante del Sol sobre la capa asfáltica; los patrulleros se fueron y la gente después de quedarse un rato charlando sobre teorías de lo ocurrido y realidades fantasiosas de lo que no ocurrió, volvió a su rutina habitual con un tema nuevo para exponer en todo aquel cónclave que sirviera de pretexto para manifestar la “novedad” acontecida en el barrio.
Yo esto lo sé muy bien por que me lo contó Doña Juana, que estaba justo en la esquina y pudo ver lo que aconteció cuando volvía del kiosco de Maxi por que fue a comprar unos chupetines para sus nietos.