Nos conocimos en un bar, bueno, en realidad fui a parar a ese lugar en el año 2004 y allí me senté a tomar un amargo whisky (Criadores creo que era) y a observar como las parejas bailaban, pero de entre todas, aquella morocha se destacaba. No sé mucho de técnicas de baile (más bien sé nada) pero no relucía en ello, pero debió haber sido esa camisa roja y ese tajo que dejaba ver su pierna izquierda y alentaba a la imaginación a más.
Se hizo un impás en el baile, ella fue a su mesa con su pareja y empezaron a tomar, creanmé que tomaron bastante, las parejas volvieron a bailar y ellos siguieron allí sentados. Tras unas cuantas copas me animé y le pedí de trenzarnos en una pieza de tango… ya sabrán ustedes que de bailarín no tengo nada, pero tampoco tenía nada que perder. Comenzamos a bailar una especie de tango (más bien mambo). Ambos bailamos desentonando con los pies aquella pieza lo cual fue un éxito, dado que permitió ocultar mis dotes como “no” bailarín.
Le invité un trago, me dijo que no, le pedí su número, me lo negó también al igual que su e-mail. Resignado le pedí su nombre y entre dientes susurró Cecilia, a la vez que volvía a la mesa con su pareja.
Ese nombre me invitó a escribir sobre mi relación con el mismo… pero no por hoy, esa se las contaré más adelante, hoy quiero quedarme con ese tango y esa pollera en mi mente, al menos en este momento.