sábado, 10 de enero de 2009

El faro…




Situado en un extremo muy remoto del territorio en el que él vivía se encontraba su hogar y su trabajo. Los lujos no abundaban en aquel lugar, y el trabajo era siempre muy demandante y agotador a veces, pero él lo disfrutaba. A veces se daba el lujo de conversar con algunos pescadores que iban hasta ese remoto lugar en busca de los mejores peces y hasta entabló amistad con ellos, le decía cuando era conveniente que pesquen y en que lugares era especialmente conveniente para ello.
En verdad su trabajo en el faro era difícil, la estructura demandaba mantenimiento constante, las lámparas no siempre duraban lo que tenía que durar, el ruido que se producía cuando la lámpara se quemaba era único y él ya estaba acostumbrado a éste, el clima era siempre frío y las noches de tormenta eran las peores. Las olas azotaban sin cesar al faro en esas noches y lo único que podía hacerse era permanecer allí adentro y rogar que la tormenta pasara pronto.
Él amaba a su faro tanto como a la vida misma, sabía que una vez a la semana llegaba el barco con provisiones y jamás quiso tomarse vacaciones, sentía que había nacido para ese trabajo.
Los pescadores amigos de él me pidieron que comparta una imagen de su faro, ya que José al ser ciego, jamás lo pudo ver.