miércoles, 26 de agosto de 2009

Sobre baldosas…

Las baldosas son un tema controversial, aunque nadie hable de ellas. Hablar de baldosas es entrar en un terreno complicado, ya de por sí poner el título fue complicado, pues puede interpretarse que uno está sobre baldosas, o que el presente habla de baldosas. Pero voy a permitir que el lector le de su interpretación al título.
Todo comenzó hace unos días, cuando caminando luego de unos días de lluvia, vaya a saber uno por que motivo, entré a mi hogar y encontré mis zapatillas y la parte inferior de mi pantalón colmados de agua.
En ese momento pensé que era normal, pues todo estaba mojado y era lógico luego de tanta lluvia.
Al otro día salí a hacer algunas compras y caminando pisé una baldosa suelta, la cual en venganza por el pisotón, me aventó furiosos efluvios de agua sobre mi persona. Continué caminando, esta vez más atento, y divisé que diez pasos más adelante había otra baldosa suelta. Ya preparado la esquivé, pero de forma inopinada la que se encontraba al lado, me terminó mojando también, y no sólo eso, también proporcionó una pequeña dosis de barro a mis zapatillas.
Esta actitud desdeñosa de las baldosas me hizo pensar inevitablemente en una confabulación. ¡Si!, una confabulación impía entre la lluvia y las baldosas en contra del pobre peatón desprevenido.
Fue en ese instante donde comprendí por que uno se moja. Muchas baldosas utilizan camuflaje para que una persona la pise y ésta salga mojada impasiblemente. Por mi mente pasó también la posibilidad de una asociación ilícita entre las baldosas, las napas subterráneas y la lluvia, pero esta posibilidad quedó descartada tras algunas investigaciones.
Ahora bien, ¿cómo hacer para no mojarse ni embarrarse al pisar las baldosas?.
Comencé haciendo un plano de todo mi barrio, cuadra por cuadra y marcando con rojo cada baldosa suelta y con verde las baldosas camufladas. Pero al salir del barrio también me seguía mojando, motivo por el cual, amplié más el mapa, pero llegó un punto en el cual ya ocupaba mucho espacio físico y decidí no proseguir con esta solución.
Un amigo, preocupado por mi estado, me sugirió que me queje con el gobierno de la ciudad, lo que hice con gran velocidad, pero con el correr del tiempo y al ver que nada cambiaba, y nada iba a cambiar, desistí también de este plan y ya un poco vencido, empecé a idear otro.
De inmediato tomé el remanente de cemento que se encontraba en mi casa luego de la construcción, y hastiado convencí a un amigo para que me ayude a fijar cada baldosa suelta del plano que ya les había comentado. Luego de dos días de gran trabajo, nos quedamos sin cemento y sin dinero para comprar más.
Ahíto de tanto fracaso le pedí a otro amigo que me prestara el dinero para alquilar un martillo hidráulico y de esta forma acabar con el problema desde la raíz. Pero no llegué a romper más de un metro que fui sorprendido por la policía y llevado a la comisaría por destrucción de propiedad pública. No sé si fui convincente con mi teoría, pero al escucharla me dejaron ir con la condición de pagar los daños.
Sé que costará hallar una solución a tamaño problema, pero lo conseguiré. Y en ese momento todo el mundo disfrutará de ser peatón y vagaran sin temor a mojarse y a ensuciarse tras cada lluvia en la ciudad. Seremos felices y brindaremos por eso.


Una vieja historia que se las debía a algunos y que me dá un respiro, estuve muy ocupado y casi no tuve tiempo de sentarme a escribir algo.... ojalá les haya gustado.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Esperando dormir II…

Hoy es un hermoso día para visitar Lugano, la verdad que hace rato que tengo ganas de ir para allá y ver como está todo, para mirar si el barrio está igual, si sigue habiendo empedrado en las calles, si la estación está bien cuidada, si le hicieron alguna reforma más al boulevard de la avenida Riestra, olfatear la libertad que sus calles siempre brindaron con ese aroma tan particular que sólo algunos pocos pudimos (o quisimos) asimilar con todas las virtudes y defectos que con ello trajo siempre ese olor.
Hace rato que no puedo salir más amigo, la tos sigue como nunca, el dolor en el estómago es cada vez más fuerte y la verdad que tengo ganas de hacer cada vez menos cosas, sabrás entender, no es fácil llegar hasta acá, de todas maneras sigo haciendo lo que me dicen que haga: tomate esta pastilla, calmate y tratá de no hacerte mala sangre; evite tomar tanto mate, le va a hacer mal… a hacer mal, jamás me hizo nada el mate, ¿ahora me va a matar?, ¡por favor!. Si ya sé lo que vas a decir, es mejor para mí, pero no sé si quiero algo mejor ahora, quizás lo quiero dentro de tres días o en un par de horas, ahora, cebame un mate que te voy a contar algo que tengo en la cabeza hace un par de días.
Amigo, me gustaría estar en la barrera de Lugano esperando ver pasar a Elena, como lo hacía hace un tiempo, esperando con ansias, esperando, no sé, un milagro… la cosa es que era encantador verla pasar; generalmente nunca se fijaba en nadie, siempre recuerdo su rostro, sus pasos ni largos ni cortos. Yo fumaba para matar la ansiedad y para disimular que no estaba haciendo nada… a veces en la espera debía fumar más de un cigarrillo, pero el premio lo valía. Recuerdo que después de un tiempo empezó a mirarme de reojo y al tiempo nos saludábamos ya… que tiempos aquellos… ¿te acordás que a veces con los muchachos íbamos a tomar café en el bar de la esquina?, yo recuerdo que en un par de ocasiones Elena pasó por enfrente para cruzar las vías y tomarse el colectivo vaya a saber uno a dónde… ya no recuerdo dónde iba.
Hace tanto tiempo che, que ya me olvidé del color de sus ojos... que lástima, que lástima que ya no recuerde todas esas cosas de antes, a veces siento la necesidad de escuchar a Piazzolla y hacerme el bocho pensando un poco en los tiempos pasados, pero siempre me agarra la tos y ahí se complica todo, caen las enfermeras y enseguida empiezan con el verso de siempre, que me calme, que me relaje, que piense en cosas lindas y esas boludeces; cuando me calmo me empiezo a pelear con el viejo de allá, que siempre se queja de que mi tos es molesta y pide constantemente que me cambien de habitación… te juro que le haría una maldad… pero esas épocas ya las dejé atrás.
La verdad te agradezco que hayas venido a visitarme amigazo, hace dos días vino Dario y se quedó hasta tarde tomando mate y charlando conmigo, pero se terminó durmiendo, yo aproveché para escuchar un rato la radio, me sigue costando dormir todavía. Vos sabés, siempre me costó mucho dormirme, ¿por qué va a cambiar ahora no?.
Seguramente pase lo mismo hoy, voy a dormir otras tres horas y después vuelta al dolor y la punzada en el estómago y la tos esa de siempre, pero si tenés ganas, podrías venirte mañana y salimos al parque a dar una vuelta y tomar unos mates, eso estaría re bueno.
Ojalá pueda dormir un poco más de la cuenta así no me canso tanto mi amigo.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El secreto…

El secreto es que están ahí y no los reconocemos, el secreto es justamente eso, un secreto a voces que todos percibimos e ignoramos, como ignoramos tantas otras cosas. El secreto lo tuviste vos, lo tuvo él y también lo tuve yo, el secreto lo dejamos en secreto, a veces lo compartimos de más, otras veces no tanto, pero está ahí, obligando, silenciándonos, sentenciando en muchas ocasiones.
El secreto puede ser de uno solo, a veces puede ser un secreto a voces y vaya si los hay, no hay nada peor que un secreto sabido por todos y que uno ignora que es sabido. El secreto a veces no cumple con la condición intrínseca de ser secreto, pero a la vez lo es. El secreto es complicado y no tanto…
Un secreto puede nacer una noche, o a veces a plena luz del día, puede ser compartido siempre que se cuente con un cómplice adecuado, más nunca hay que recaer en confiarle un secreto a un informante. Hay todo tipo de secretos, los hay peligrosos, también los hay ingenuos, hay secretos nobles, como también los hay maliciosos, eso si, un secreto es un secreto, ¡que joder!.
Y allí están ellos, tomándose de la mano, caminando y viendo las vidrieras de recoleta, el brillo en sus ojos lleva el matiz ocre de la complicidad, de la complejidad, del errante transitar por senderos furtivos, sin escatimar en excusas y coartadas, sabiendo muy bien que lo que hacen es la máxima expresión de lo que algunos llaman “secreto”.
Tomados de la mano se dejan llevar por los placeres viscerales hacia los rincones más recónditos de sus mentes, de su morbo. Diciéndose cosas en el oído en voz baja, segundo a segundo planifican paso a paso como lograran conquistar la cima del monte de la no culpa para una vez arriba poder plantar un mástil que llevará la bandera de la lujuria en lo más alto.
Caminan y nadie los observa, nadie los escucha, son ellos y la ciudad, el caos y la libertad agazapada corriendo por sus mentes, el tránsito no hace más que dilatar lo inevitable a corto plazo. La tarde se hace noche y miles de perlas llenan el cielo y en su centro la gigante moneda de plata los observa como si fuese coparticipe del esclarecimiento.
Un cofre lleno de tesoros se abre debajo de las sábanas, rodando y jugando, haciendo y deshaciendo el amor, el mundo no existe. Una pausa en la rutina, humedad condensada. Un instante sin hipocresías, un instante secreto para el alma, un instante sin pensar, se puede vivir sin pensar.
El día los vuelve a descubrir, desnudos en la cama, un beso en la frente sella el final de una noche para ciegos. Se escuchan los rumores y se sienten los tumores de la calle, los chicos van a la escuela, y ellos, rendidos, se visten para proseguir la rutina de siempre. Un beso y una caricia marcan la despedida, nadie los mira, nadie los comprende. Cada uno se va por un lado distinto, jurando guardar el secreto, esperando que el secreto no se sepa ni se descubra.
Cuando la vida los devuelve a los quehaceres cotidianos y el fastidio los marca, los amantes, en secreto, vuelven a planear otro encuentro, para no ser vistos, para no ser escuchados, para vivir la montaña rusa que significa cargar todos los día con el secreto que ciertamente les hace sentir que están vivos.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Epitafio…

Aquello que nos dicen o piensan cuando ya es demasiado tarde…