Hubo una tarde, tal vez, un
jueves nublado, no, era un martes… ya les contaré cómo lo sé, dónde me encontré
en el parque del centenario con Victoria. Elegimos ese lugar porque quedaba
cerca del departamento donde en aquel entonces vivía Verónica, mi amiga y su
prima. Por ella es que nos habíamos conocido hacía unas semanas en el parque
Rivadavia. Estuvimos ahí un buen rato y charlamos mucho de la vida, de nuestras
historias, en fin, de nosotros. Recuerdo como sus ojos resaltaban en contraste
con el lago del parque, los patos y gansos y el cielo gris de Buenos Aires. Su
risa, provocada por alguna payasada mía, rompía la monotonía del lugar y es de
los tesoros que me guardé para siempre en mi libro de bitácoras. De algún modo,
yo sentía que esa tarde iba a terminar lloviendo, y entre comentarios y
chistes, aquello se fue convirtiendo en una realidad: Primero por el presagio
de algunos truenos, luego por la caída de unas tímidas gotas, lo que nos obligó
a levantarnos del banco y comenzar a caminar con rumbo a su casa. No se hizo
esperar el diluvio, y nos largamos a correr tomados de nuestras manos, corrimos
bastante, unas siete cuadras (quizá fueron más), con los años empiezo a olvidar
los nombres de las calles de Buenos Aires; nos íbamos riendo y evitando
canteros, personas y cuasi caídas cuando cruzábamos calles de adoquines
empapados. Por fin llegamos al cobijo de un balcón, en la esquina de su casa y
empapados nos quedamos charlando. Hablamos mucho, nos abrazamos porque
sentíamos frío, recuerdo bien como temblaba su cuerpo y como la abrazaba para
sostener el calor de ambos, hasta que, en un momento, improvisadamente, ella me
miró a los ojos y me besó. Y no les miento si les digo que, quizás fue el beso
más lindo que alguien me haya dado jamás.
¡Qué bien!, a veces mi vida tiene esos destellos, esas carambolas, inesperada, sorpresivas. Ese beso fue tanto más lindo por lo inadvertido, y la verdad es que nos besamos mucho, bajo ese balcón, durante mucho tiempo, abrazados, como dos verdaderos enamorados. Al rato, me invitó a pasar a su casa, y así como entré, me presentó a su vieja a la pasada y subimos a su terraza, con un toallón que tomó en la corrida. Mientras nos íbamos secando, nos seguimos besando, créanme, nos besamos durante mucho, mucho, mucho, tiempo.
Claro, era un martes, como les había dicho, y lo sé porque los martes tocaban “Los Tipitos” en el Marquee, en la calle Scalabrini Ortiz 666. Habíamos coordinado con Vero que nos íbamos a encontrar en aquel lugar, a la noche, junto con mis amigos Germán y Darío. Lo cierto es que nunca paró de llover y mientras nos besamos con Vicky, y nos decíamos promesas de esperanza y amor, el tiempo pasaba muy rápido.
Así llegaron las 21 hs. y debía, de algún modo partir. Mi melancolía mientras escribo esto, me obliga a quedarme en aquella terraza abrazado a ella, pero no fue así. La cuestión es que le pregunté si quería acompañarme y me dijo que no porque tenía tarea y al otro día iba temprano a la escuela. Tras un beso interminable de despedida y un fuerte abrazo en la puerta de su casa, salí corriendo bajo la lluvia. Atravesé todo el parque del centenario, eso me hacía acortar camino y llegar lo más pronto posible al lugar en el cual me encontraría con Vero y mis amigo. Como siempre, estaba llegando tarde.
Por esas cuestiones del destino, mis amigos Darío y Germán, llegaron tarde a la casa de Victoria, lugar donde nos íbamos a encontrar. En aquel entonces ninguno tenía teléfono celular y al ver que no llegaban, yo me fui. Ellos tocaron el timbre de donde vivía Victoria y ella les dijo que yo me había ido hacía un rato. Al igual que yo, cruzaron todo el parque, empapándose, para llegar al lugar donde nos íbamos a encontrar. No hace falta explicar por qué somos amigos…
Lo cierto, es que nos encontramos en algún momento en la entrada de aquel lugar, y nos abrazamos, todos mojados y felices de haber llegado, de haber podido atravesar aquel chaparrón, y también, me felicitaron por la belleza de aquella dama que, de algún modo, me supo conquistar en aquel entonces y que siempre recuerdo con mucho cariño.
Recuerdo en particular esta historia poque en la entrada, nos encontramos al baterista de la banda Pablo Tevez, y junto a Verónica, que me hizo la segunda, le pedí que tocaran un tema que me gusta mucho de ellos, que se llama “Balvanera”. Pablo acepto, con una sonrisa, mientras jugaba con lo palillos en sus manos.
Ingresamos al Marquee y la banda inauguró su presentación acústica con aquella canción.
Éramos jóvenes. Éramos adolescentes, mitad niños y mitad adultos, disfrutamos cantar, saltar abrazados, empapados beber mil cervezas, mientras sonaba la banda; respirábamos y nos mirábamos a los ojos, e indeciblemente, entendíamos que lo que estábamos haciendo estaba bien, siendo martes después de la medianoche y teniendo que entrar a trabajar al otro día a las ocho de la mañana.
¡Qué bien!, a veces mi vida tiene esos destellos, esas carambolas, inesperada, sorpresivas. Ese beso fue tanto más lindo por lo inadvertido, y la verdad es que nos besamos mucho, bajo ese balcón, durante mucho tiempo, abrazados, como dos verdaderos enamorados. Al rato, me invitó a pasar a su casa, y así como entré, me presentó a su vieja a la pasada y subimos a su terraza, con un toallón que tomó en la corrida. Mientras nos íbamos secando, nos seguimos besando, créanme, nos besamos durante mucho, mucho, mucho, tiempo.
Claro, era un martes, como les había dicho, y lo sé porque los martes tocaban “Los Tipitos” en el Marquee, en la calle Scalabrini Ortiz 666. Habíamos coordinado con Vero que nos íbamos a encontrar en aquel lugar, a la noche, junto con mis amigos Germán y Darío. Lo cierto es que nunca paró de llover y mientras nos besamos con Vicky, y nos decíamos promesas de esperanza y amor, el tiempo pasaba muy rápido.
Así llegaron las 21 hs. y debía, de algún modo partir. Mi melancolía mientras escribo esto, me obliga a quedarme en aquella terraza abrazado a ella, pero no fue así. La cuestión es que le pregunté si quería acompañarme y me dijo que no porque tenía tarea y al otro día iba temprano a la escuela. Tras un beso interminable de despedida y un fuerte abrazo en la puerta de su casa, salí corriendo bajo la lluvia. Atravesé todo el parque del centenario, eso me hacía acortar camino y llegar lo más pronto posible al lugar en el cual me encontraría con Vero y mis amigo. Como siempre, estaba llegando tarde.
Por esas cuestiones del destino, mis amigos Darío y Germán, llegaron tarde a la casa de Victoria, lugar donde nos íbamos a encontrar. En aquel entonces ninguno tenía teléfono celular y al ver que no llegaban, yo me fui. Ellos tocaron el timbre de donde vivía Victoria y ella les dijo que yo me había ido hacía un rato. Al igual que yo, cruzaron todo el parque, empapándose, para llegar al lugar donde nos íbamos a encontrar. No hace falta explicar por qué somos amigos…
Lo cierto, es que nos encontramos en algún momento en la entrada de aquel lugar, y nos abrazamos, todos mojados y felices de haber llegado, de haber podido atravesar aquel chaparrón, y también, me felicitaron por la belleza de aquella dama que, de algún modo, me supo conquistar en aquel entonces y que siempre recuerdo con mucho cariño.
Recuerdo en particular esta historia poque en la entrada, nos encontramos al baterista de la banda Pablo Tevez, y junto a Verónica, que me hizo la segunda, le pedí que tocaran un tema que me gusta mucho de ellos, que se llama “Balvanera”. Pablo acepto, con una sonrisa, mientras jugaba con lo palillos en sus manos.
Ingresamos al Marquee y la banda inauguró su presentación acústica con aquella canción.
Éramos jóvenes. Éramos adolescentes, mitad niños y mitad adultos, disfrutamos cantar, saltar abrazados, empapados beber mil cervezas, mientras sonaba la banda; respirábamos y nos mirábamos a los ojos, e indeciblemente, entendíamos que lo que estábamos haciendo estaba bien, siendo martes después de la medianoche y teniendo que entrar a trabajar al otro día a las ocho de la mañana.