sábado, 28 de septiembre de 2013

Nocturno II…

Escudado en el silencio de lo inconfesable, sumido en las inmensidades de su lado más obscuro, esta vez escuchando a Bach, reparó en el prolongamiento de la duración del día, quizás aguardando la llegada del otoño con temperaturas más benévolas para él y condimentó su pensar con una bocanada de humo, de ese tabaco negro que tanto disfrutó en su vida y que tantas satisfacciones le traían en ese momento, en su momento, en ese pensar. Se permitió cerrar los ojos y dejarse abrazar por las notas de ese clavicordio que lentamente lo alejaba de su cómodo sillón y de esa medida de scotch que con tanto placer deleitaba mientras sentía la condensación de las rocas de hielo en sus dedos y escuchaba apenas, el chirriar de su lento cambio de estado a la vez que se confundía con la fuga magistral que adornaba el entorno perfecto para que él, quizás sin quererlo, recordara aquel libro de bitácoras que hacía tiempo no releía, temeroso de aplacar la felicidad que venía sintiendo desde hace mucho. Escuchando, reconoció algunos ecos sin tanta reverberancia de palabras cargadas de sentimiento y que por el paso del tiempo, perdieron toda la vigencia que en su momento parecían tener. Una lágrima escapó de la cornisa de sus ojos para suicidarse cayendo en su alfombra, mientras él se preocupaba por recordar el contexto en el cual fueron proferidas y sintió tristeza por que ya no estaban, y cuando digo no estaban, me refiero a las palabras y a las personas a quienes se las dijo. Intrigado, pero a la vez asustado, decidió no escuchar más y observó durante largo rato el lloviznar a través del enorme ventanal que así lo permitía. De repente sintió la suavidad de aquella piel que tanto lo enloquecía, aquella piel que apenas perceptible se animaba a tener rugosidad alguna; reparó en el detalle de un pequeño lunar que levemente irrumpía aquella llanura que en demasía le gustaba explorar, experimentó escalofríos compartidos, movimientos involuntarios y temblores que se aproximaban a lo que él pensaba que era la gloria, o por qué no decirlo de otra manera, a lo que él pensaba que era el máximo de los placeres. Casi al unísono sintió humedades, de todo tipo, cálidas, no tan cálidas y hasta humedades más bien frescas, pero en cada una de esas humedades que venían a su cabeza, había algo distinto, como distinto eran los actuantes involucrados en cada recuerdo. Se permitió tomar una elegante medida de su bebida favorita y de fumar entero un cigarro, mientras sonreía recordando besos dados imprevistamente a sus amadas en la calle, también decidió rememorar momentos de risa en un viaje en auto o en reuniones familiares, vale decir que se arriesgó al pensar en chistes dichos en contextos que sólo servían para alivianar tensiones y ventilar el ambiente caldeado por situaciones difíciles de explicar y que sólo con alguna palabra clave en su libro de bitácora servía como disparador para recordar en si al momento citado. Esta vuelta prefirió coronar el fin de la larga noche con una sonrisa, traída a los pelos, pero que tanto necesitaba después de un largo período de obscuridades y temores por los que siempre viene y nunca llega, o por lo que llega y es muy difícil de prever cuando uno está desatento y se pierde en trivialidades de una vida urbana y laboral que lo único que hace es sesgar el pensamiento y nublar la mirada cuando el futuro siempre distante pareciera estar más cerca.