miércoles, 23 de septiembre de 2009

Milagros IV…

Esperas toda una vida para encontrar a alguien que te comprenda,

que te acepte tal como eres. Al final, descubres que ese alguien,

durante todo el camino, has sido TÚ MISMO.

Richard Bach.

Después de hablar por teléfono cuando salía de la facu y me dirigía a tomar el bondi, me quedé pensando en lo que me dijo: “preparate que te voy a sorprender”. Pero el cansancio ganó y aprovechando que viajaba sentado, el sueño me estafó y así dormí hasta casi la parada en donde tenía que bajar, increíblemente no seguí de largo, debe haber una suerte de alarma corporal en esos casos.

Extraña sorpresa me llevé al caminar los 80 metros hacia mi casa, un auto azul metalizado con alguien arriba estaba en la entrada de garage, de ese auto se bajó e interceptó Milagros, me abrazó con fuerza y me saludó. A todo esto yo estaba anonadado. Agarrá algo de ropa que nos vamos a Tandil, yo te invito, me dijo con toda la ilusión encima de sus palabras. Llegué a titubear un pero… y ví como su cara se transformó… fue demasiado, así que no me quedó otra alternativa que agarrar algo de ropa y los últimos ahorros que quedaban en ese rincón que sólo yo conozco.

-Manejo yo nena, le dije mientras tiraba las cosas atrás.

-Ni en pedo, el auto es mío y lo manejo sólo yo, me dijo con ímpetu.

-Yo conozco la ruta y sus bardos, además, ¿cuántos viajes a Tandil hiciste?, le pregunté.

-Ninguno, respondió.

-Bueno yo hice algunos más que vos, así que vas a tener que dejarme a mi, además vos salís de laburar.

Luego de unos minutos de discusión, accedió a dejarme el volante a mi, aunque insistía en ir por la RN3, jamás me gustó esa ruta, es muy peligrosa, y como el capitán de ese viaje era yo ahora, decidí ir por la RP30, como siempre hice y como siempre haré. Hicimos combustible antes de subir a la Richieri y con el mate listo, zarpamos escuchando Aspen hasta donde dió y luego algo de música de mi mp3. En la ruta siempre se logra una comunión entre los que viajan y la verdad que Milagros era una excelente copiloto, cebaba el mate cuando debía cebarlo, le cambiaba la yerba cuando era menester y siempre estuvo atenta a cada pueblo por el que pasamos. Al llegar a Rauch como ya es costumbre paramos a cenar algo. Menos mal que llevamos algo de abrigo, por que el viento era terrible, luego de comer, llenamos el termo y emprendimos los 100 km que faltaban para llegar a destino. Noche sin luna, poco tránsito y con una velocidad de crucero perfecta. No me pude resistir a parar en medio de la ruta con ella y mirar el cielo. La Vía Láctea estaba como nunca, allí salió la primera foto del viaje.

Al llegar fuimos a buscar un hotel para quedarnos, luego de dejar las cosas allí, salimos al centro a tomar algo y de ahí nos fuimos al Parque Independencia a ver la ciudad desde el mirador. Extraña atmósfera flotaba en ese momento, como si fuese nostálgico, como si algo iba a pasar… y terminó pasando finalmente. Algo confundido por mi parte, y luego de caminar un poco por allí, volvimos al hotel.

A la mañana siguiente, nos bañamos y bajamos a desayunar.

-¿Dónde querés ir?, le pregunté.

-Vamos a donde vos quieras, vos sos mi guía.

Cuando terminamos el desayuno, la llevé al cerro La Movediza, me extrañó la poca gente, subimos y le conté un poco como fue hecha la réplica de la mística piedra, pasamos un buen rato ahí, el mediodía no tardó en llegar, y se me ocurrió ir al cerro Centinela para que comamos productos regionales. Fue una muy buena idea, quedamos rodando de lo que comimos. Menos mal que estaban las aerosillas, sino dudo que hayamos podido subir. Una vez arriba, nos divertimos mucho charlando y sacando fotos. Finalizado el paseo, el mate no se hizo esperar y disfrutamos un hermoso atardecer serrano, contándonos vivencias varias y abrazándonos vimos como el astro rey partía para volver la mañana siguiente.

Después de cenar y pese al frío salimos a caminar por el dique y no satisfechos con eso, escalamos hasta el Quijote, era la primera vez que veía la ciudad desde ahí de noche.

-¿Esto es lo que buscás vos cuando decís que querés venir a vivir acá?.

-En realidad no quiero venir a esta ciudad específicamente, pero se asemeja mucho a lo que busco para mi y mi futuro. Respondí mirando la nada.

-Creeme que ahora te entiendo Ro, me dijo y se sentó a los pies de Sancho Panza a fumar un cigarrillo. Yo por mi lado, salí a caminar por el sendero que lleva a la parte más alta de aquella sierra y en la soledad más grande y con la obscuridad de cómplice, empecé a llorar.

Si subir no fue fácil, bajar no estuvo muy lejos, cuando llegamos al hotel ambos estábamos destruidos y ni bien nos acostamos, los dos nos quedamos dormidos.

Al amanecer, mientras ella dormía, aproveché para bañarme, planear el resto del día, y la hora de regreso. Y planificar lo que ya hace tiempo venía pensando y nunca pude concretar como sería.

Al salir, Milagros ya estaba despierta, me saludó y me abrazó muy fuerte, acto seguido, entró a bañarse. Cagamos, pensé, se avivó.

La esperé con el desayuno en el comedor, hablamos muy poco, agarramos las cosas, las cargamos en el auto y de ahí fuimos al cerro El Calvario y después de allí al cerro San Martín, donde comimos unos sándwich de jamón y queso, ya a esa altura estábamos hablando con normalidad. Luego fuimos a caminar por el centro, ella se dedicó a comprar cosas para llevar a la familia y amigo, yo me aboqué a fumar y pensar. Un mensaje del Rifle cortó la meditación y brindó un poco de ánimo para seguir adelante.

-Mirá lo que te compré, me dijo ella con un portarretrato artesanal.

-Es justo que tenga una foto tuya en él che, le respondí.

-Bueno, pero ahora no, vamos a ese negocio que ví algo que me encantó, y enseguida apuntó para aquel local.

Después del paseo de compras por el centro y ya con la tarde yéndose, salimos despacio a la ruta, saliendo de la ciudad paramos en una estación de servicio para llenar el tanque. En las inmediaciones había unas construcciones sin terminar y no sé por que fui para allá, Milagros me siguió.

-Que lugar raro este, ¿no?, me dijo.

-Si tenés razón, a ver, parate allá que te saco una foto.

-¿Acá está bien?, me preguntó.

-Si, quedate así.

Y allí mismo le saqué la última foto de aquel viaje.