viernes, 27 de noviembre de 2020

Eterno I...

 

Cuando era chico me asustaban los gritos de mi viejo tras cada gol y el reproche de mi vieja como una extensión al mismo, es como que la alegría y euforia de él no era acompañada por ella que no hacía más que ensayar algún reproche por el volumen, por el gesto o por cómo se paraba mientras comíamos o almorzábamos.
Una tarde estábamos viendo un partido del mundial de Italia 90, mis recuerdos son muy borrosos, porque apenas tenía 5 años, pero nunca me voy a olvidar de ese momento:
El arquero la reventó, la mandó a volar bien alta al cielo , no me acuerdo de qué selección era, pero el plano de la cámara se abrió totalmente y ahí estaba él, Diego, mirando al cielo, dio dos pasos y se quedó parado, no hacía otra cosa que mirar para arriba, en eso cae la pelota; Diego la paró con el pecho y la mató con el pie. Miró para los dos lados y comenzó a correr para el mismo lugar de donde venía la pelota. Me impactó tanto esa escena que lo miré a mi viejo y le dije: -Eses es re bueno jugando Pá- con una sonrisa y los ojos brillosos. -¡Pero claro que es bueno nene, es Maradona!- me dijo.
Eugenio y su hermano viajaron con su padre a Sudáfrica en 1996. La idea era ir de cacería dos semanas y recorrer distintas reservas donde se permitía la caza de animales no tan permitidos. "Había gente de mucha plata y de todos lados del mundo. Un español llegó bajando desde Europa y recalando en distintos puertos hasta llegar a Sudáfrica, sólo para cazar", me contó Eugenio. La cosa es que era all inclusive el asunto, los dólares eran oro puro y todo estaba al alcance de la mano con muy poco dinero. "Acordate que estaba el 1 a 1" me dijo... ese empate nos costó bien caro, pensé.
Resulta que una tarde salen a la reserva más lejana del "paquete turístico", con la advertencia de que las personas que allí vivían no les gustaban los turistas y que había que evitar molestarlos. El viaje fue como de tres horas por medio de la estepa hasta que llegaron al lugar en cuestión. Eugenio llevaba puesta una camiseta de la selección nacional y arriba de ella un chaleco con todos los menesteres para la cacería. El viejo de Eugenio se fue con el gallego rico por un lado y Eugenio con el hermano para el otro, quedando que a determinada hora se encontraban con el guía, el conductor y el asistente en ese lugar. Caminaron un motón y sin querer se acercaron a la aldea donde estaban los habitantes de esa zona, se quedaron viendo como jugaban fútbol con una especie de pelota hecha de trapos y hojas; miraron un rato y cuando se dieron cuenta, ya era tarde y sigilosamente, como fueron, comenzaron el retorno. De repente aparecieron dos negros muy altos con lanzas apuntándoles al pecho. "Nos hablaban a los gritos, no entendíamos nada", cuenta Eugenio. Bajamos las armas, mostramos las balas, les mostramos que no teníamos nada y uno me miró y dijo: -Maradona-. A lo que respondí: -Si, si, Maradona, somos argentinos-. -Maradonaaaaa- gritaba el negro y bajaron las lanzas y con gestos nos invitaron a jugar el partido de fútbol que habíamos interrumpido con nuestra presencia. "Le regalé la camiseta a un pibe que casi me rompe el tobillo con un faul", me terminó de contar.
Franco viajó a la URSS en el ´87, quiso sacarse las ganas de conocer el tren transiberiano junto a su mujer Paula. Juntos cruzaron la cortina de hierro y recorrieron la entonces Alemania Democrática. Tras dos semanas llegaron a la Estación Yaroslavsky, en Moscú. Tenían los pasajes desde hacía dos semanas porque siempre se agotaban rápido. Si bien compraron locaciones en camarote, a la hora de comer iban al salón comedor. Allí se reunían soviéticos de todos lados. "Entramos el primer día y nos miraron muy mal todos, tanto al almuerzo como a la cena", contó. Al otro día Paula me pidió que no vayamos, porque no le gustaba como nos miraban. La terminé convenciendo y fuimos. Al entrar nuevamente se cortó la música que venían tocando con una guitarra y un acordeón; el silencio se perpetuó mientras nos sentamos. En un momento, mientras cenábamos, se acercó un polaco con una barba muy tupida y con una espalda enorme y nos preguntó de dónde éramos, o al menos eso llegué a interpretar, me dijo. De algún modo me di a entender, "Somos de Argentina", le dije. El polaco nos miró sin entender demasiado. "Argentina, Maradona", volví a decir. "Maradona, Maradona", empezaron a gritar y a tocar una canción con su apellido. El Diego era conocido en todos lados ¿Viste?.
Mariano me contó de cuando viajó a China en el año 2005. Subió a un catamarán que navegaba por el río Yangtsé. Luego de unas horas de calma navegación y de contemplar el paisaje hermoso, se les acercaron en botes a vender artesanías varios pobladores locales de las costas de ese lugar. Desde arriba del catamarán, uno que estaba cerca le muestra la camiseta de Italia... nosotros, le gritamos "Argentina". El tipo se dio vuelta, miró con cara de felicidad y dijo: "MARADONA".
El tío de Hernán había viajado en 1988 a Argelia, resulta que el INVAP firmó un contrato para la construcción de un reactor nuclear de investigación en ese país, de 1 MW de potencia térmica. Esa planta, de tipo multipropósito, fue inaugurada en abril de 1989 en Draria, tras una fase de construcción de 18 meses. Recibió el nombre de NUR, que significa luminosidad en árabe. El diseño del NUR es similar al Reactor Argentino RA-6 construido en la Argentina, aunque cuenta con mejoras realizadas en la interfaz hombre-máquina. Perdón, demasiados datos que no vienen al caso. El tío salió a pasear por el desierto junto con unos amigos y se terminaron perdiendo. En ese momento en el país justo había una reunión de emergencia de la OPEP, con medidas de extrema seguridad antiterrorista. Perdidos, iban caminando por el medio del desierto, siguiendo lo que quedaba de sus pasos, de repente una patrulla del ejército se los cruzó en el medio de la nada con un jeep.  Sin saberlo eran extranjeros, sospechosos y estaban cerca de alguna base militar. Se bajaron del Jeep a los gritos en árabe, mientras los rodeaban y les apuntaban nerviosos con rifles semiautomáticos. La situación escaló a gritos cada vez más fuertes, nadie entendía nada. Seguían preguntando qué hacían ahí, sin poder comunicarse. El tío, tratando de explicar que era argentino trabajando para el gobierno haciendo el reactor, no logró hacerse entender, entonces los militares se pusieron cada vez más nerviosos y gritando, los hacen agacharse y disparó un tiro al aire como advertencia que estaban hablando en serio. El tío volvió a explicar todo, tratando de expresar que eran argentinos que no eran yankees, no eran de la CIA, ni eran israelíes del Mossad. Por alguna cuestión, los militares no entendían la palabra "argentinos". Hasta que de pronto en la desesperación les dice "Argentina, Maradona". Uno de los militares dijo: “¿Maradona?”. “¡Maradona! ¡Maradona!”. Repitió el tío, "Argentina, ¡Maradona!”. Y entonces mágicamente todos se entendieron. Ya no eran una amenaza, eran los campeones mundiales. "Eran Maradona".
Guido hablaba con un amigo, en un banco de plaza en el Parque Avellaneda, de cuando pasó el peor momento de su vida en un viaje. "En inmigraciones, en el aeropuerto de Riad, en Arabia Saudita, el policía del aeropuerto que me tocó, me revolvía toda la valija hasta que encontró una revista <<El Gráfico>> con la tapa de Diego que llevaba para un amigo que conocí por internet y que vivía allá y ahí terminó la historia y mi cagazo. El policía se lo mostraba a todos los compañeros <<Maraduna>>", decía.
Alejandro escribió en su Facebook lo siguiente: Me pasó una vuelta estando en Miami. No es una anécdota de esas traumáticas, pero no deja de ser sorprendente. Íbamos con un compañero de trabajo hablando por el hall del hotel en el que nos hospedábamos, hablábamos de cualquier tema y de repente, antes de bajarse del ascensor al que habíamos subido, un colombiano nos miró y dijo: "Ustedes tienen la suerte de pertenecer al país del mayor jugador de fútbol del mundo"