El centro no es algo que recomiendo transitar en el verano, mucho menos los días de lluvia a la mañana, calculo que al mediodía o a la tarde ha de ser igual, ya de por si es un caos absoluto, ni hablar de cuando llueve. Hacer una cuadra en auto demora aproximadamente media hora, las veredas se ven amenazadas por turbias aguas que comienzan a aumentar su cota a valores alarmantes, hasta que en cuestión de minutos las veredas se ven tapadas por al menos un milímetro de dicho fluido. Los comerciantes a veces realizan esfuerzos vanos con secadores para evitar que el agua ingrese en sus locales.
Pero el mayor inconveniente más allá de las veredas inundadas, del caos de tránsito, de la merma de transeúntes desprevenidos que se refugian bajo cualquier alero, toldo, balcón, o cornisa que le provea de cierto resguardo de la imprevisible lluvia, son aquellos audaces que enfrentan los embates meteorológicos y salieron armados con un paraguas, un piloto y alguno que otro con botas para la ocasión.
Íbamos platicando al respecto con mi primo el menor, cuando inopinadamente la punta sobresaliente de un paraguas se enganchó en la larga cabellera de éste. ¡Mamita!, lo peor que le puede pasar a mi primo el menor es que algo le suceda en el pelo, una palabrota vociferada hacia el transeúnte; una leve escaramuza y la consiguiente reanudación de la marcha, los incidentes ocurren… en un momento, mi primo decide encender un cilindro de tabaco, pero la humedad en Buenos Aires es cada vez peor; renegando de ésta y de la baja calidad de la piedra del desvencijado encendedor, comenzó una suerte de lucha entre el hombre y aquel artefacto, que llevó varios segundo (varios de verdad), mientras el atendía ese asunto, yo me quedé mirando el panorama descripto con anterioridad.
¡Vaya que hay paraguas!, pero de verdad son muchos, las pequeñas trochas de las veredas del centro, conllevan a constantes choques de peatones ya con un día a pleno sol, jamás me imaginé que la tasa de embestidas aumentaba de manera logarítmica al sumarle aquel elemento de protección contra el agua que las nubes decantan por acumulación y condensación. Yo los miraba atentamente, casi aislado de los insultos que profería mi primo; eran como hormigas, frotándose las antenas, sólo que aquí se chocaban con los paraguas, se decían puteadas en voz baja, y nunca falta la señora que es atropellada por un adolescente que en su afán de refugiarse en algún lado se la llevó puesta por correr y no frenar a tiempo. En una esquina un oportuno vendedor callejero aprovecha el mal tiempo y a viva voz y a los cuatro vientos brama que tiene disponible paraguas a la venta para aquellas personas que no quieren quedarse debajo de algo que los salve de mojarse.
Dependiendo la edad, la gente lleva el paraguas de forma bien distinta, a saber:
*Aquellos menores de 10 años que recién comienzan sus primeras salidas con paraguas, se los ve desentendidos de su uso, prefieren disfrutar más de la lluvia que protegerse de ella, cosa que a mi me parece bien, eso si, cuando las madres lo ordenan, el paraguas a 90 grados respecto del plano horizontal, llámese vereda en éste caso.
*Aquellos entre 10 y 20 años por lo general se los observa desprovistos totalmente de paraguas, salvo algunas excepciones, a las cuales se las puede despreciar numéricamente.
*Entre los 30 y 45 años comienza un desfile incesante de variedades, colores y formas, ya el transitar difiere en esta franja de edades, los más jóvenes tienden a dejarlo perpendicular al suelo (éstos son entre 27 y 35 años), pero algún extraño fenómeno hace que de aquí en adelante las cosas cambien bastante, aquellos que tenían entre 37-42 años realizaban una leve inclinación hacia adelante, aparentemente dicha posición del paraguas, brindaba resguardo de las gotas maliciosa que atacan de frente y de aquellas que prefieren caer en forma clásica, es decir, caída libre de arriba hacia abajo (nunca olvidemos esto) y sin dejarse llevar por la dirección del viento.
*De 45 en adelante, no se puede precisar una posición determinada, ya que calculo yo, comienzan a ser empíricas, hay quienes, dependiendo del lugar, inclinan el paraguas a 45º (a la izquierda o derecha) para que no les caiga el agua de los balcones; también están aquellos que los van cerrando y abriendo a medida que pasan por debajo de alguna edificación, debe tratarse de un aporte al descongestionamiento paragüil de las veredas porteñas, luego admiré a un reducido grupo que adoptaba extrañas siluetas corporales con tal de ser absurdamente reparados de la lluvia por aquellos paraguas que se dejaron vencer por los embates de los vientos y parecen más un desparramo de alambres y tela que cualquier otra cosa imaginable.
¡Ro!, ¡Robert!, ¡PRIMO!, dale loco, sigamos caminando que ya nos falta poco, me dijo mi primo el menor que salió airoso en su anhelo de encender aquel cigarrillo. Sigamos, dije como volviendo de aquel letargo que me dejó perplejo. Mientras caminamos hacia donde íbamos, evité al menos que tres paraguas me dejaran tuerto, en vano fue tratar de esquivar algunos paragüasos en la nuca o en la sien; nos agachamos al menos una veintena de veces para sobrepasar a aquellas personas que caminaban más despacio que nosotros (y poseían menor estatura), no he de negarlo, hasta llegamos a tener una especie de telepatía y realizábamos acciones de sobrepaso en conjunto, como si las hubiéramos practicado, que eran dignas de admirar. A esta altura del relato creo que es vano aclarar que nosotros no utilizábamos paraguas, ya que estamos totalmente en contra respecto al uso del mismo.
Al ingresar al edificio de destino, tristemente pude observar como un violento paraguas le reventó un globo a una pequeña que se divertía viendo como las gotas rozaban para luego caer de él.