Me llamó temprano, tipo 9 hs. diciéndome que tenía ganas de verme, fijó al Paseo
-Hoy no dijiste más de diez palabras. Me dijo.
-Es que no quiero arruinar el momento, respondí.
-Siento últimamente que te estás despidiendo. Dijo con firmeza.
Jamás pude responderle, noté que su cara iba cambiando de forma acelerada, ¿pero qué podías hacer?, yo estaba pensando otras cosas.
-La verdad que lo tuyo es increíble, me dijo y agregó: no puedo creer como alguien como vos arruine lo que tanto espera… todo lo que tocás lo destruís nene.
-¿Qué pasa?, le dije de corazón.
-Eso pasa, todo lo que tocás lo destruís. Tus relaciones, tus sueños, tus amistades, tus proyectos, tu vida, todo destruís… ¿querés destruirme a mi también?.
-¿Qué pasa?, fue lo único que se me ocurrió decir.
-Eso pasa, que todo lo que hacés está mal, tu eterna lucha con la melancolía, tu forma de actuar y de proceder. ¿No te das cuenta qué está mal?. ¿Nunca pensaste qué si estás así es por vos?. Hace rato que quiero que te des cuenta que me importás, pero al parecer a vos te da igual, total, la vida sigue para vos, mañana vas a sufrir de vuelta y el círculo vicioso en el que vivís va a estar igual, de la depresión al insomnio, del insomnio a la rutina, de la rutina al escabio y así estás, así vas a estar, ¿y sabés algo?, te lo merecés. Me gritó mientras lloraba.
-¿En base a qué hablás de mi melancolía?. Interrogué.
-Vamos Roberto, sabés muy bien que sos un sadomasoquista con ese tema, parece que te regocija hundirte en el pasado y dar vueltas siempre con lo mismo… ¿qué hubiese pasado si pasaba esto o aquello?... ¡y claro! Siempre con adornos dialécticos, total eso queda bien y hace que sea más suave todo… el tinte romántico hace que lo que pensás sea creíble, ¿pero sabés algo?, ¡me harté!. Me harté de tu forma de hablar, de tu forma de pensar, ¡de tu forma de maquinarte boludeces flaco!. Sos un joven sólo por fuera loco. Existe el futuro también, ¿sabías?.
-Pará loca, acá pasan otras cosas ¡eh!, ojalá algún día puedas conocer mucha gente con un punto de vista diferente, dije, mientras ella miraba por la ventanilla.
-Me importa un carajo lo que pasa acá, bajate del auto, me dijo mientras revoleaba unas hojas manuscritas.
Con toda la impotencia del mundo y sin poder frenar lo inevitable, tomé las hojas, me desabroché el cinturón de seguridad y dí un portazo… así fue nuestra despedida.
Un viento llevándose tres, quizás cuatro hojas y ella saliendo derrapando de aquel estacionamiento fue la imagen de aquel momento. Y como siempre supe que lo haría, la dejé ir.
¿Qué culpa tenía ella si no la supe querer?.
En aquel cofre de los recuerdo, guardé la foto que le había tomado en Tandil.