Te
despertaste sobresaltado, lo sé, ese dolor en el pecho esta vez era más
profundo que antes. Sentiste miedo, miraste a tu alrededor y no había nadie...
cerraste los ojos, respiraste profundo y contuviste la respiración. El flash de
siempre y recordaste que ya te había pasado algo parecido hacía un tiempo y que
no fue nada grave, nadie se enteró de eso aquella vez, siempre fue tu secreto.
Volviste a abrir los ojos, sentiste frío tal vez, como lo sienten todos que
están cerca de la huesuda... volviste a cerrar los ojos. Vinieron imágenes de
Don Diego y Doña Tota, recordaste el barro de los potreros de Fiorito y también
el calor del agua turbulenta del hidromasaje de Dubai y saboreaste con la mente
ese champagne que te encantaba tomar siempre por las mañanitas, promediando las
10 hs.
Pesa levantar la cabeza de la almohada cuando la carga de tristeza es tan grande, pero no podés quedarte todo el día acostado. Te levantaste y haciendo un gran esfuerzo fuiste a la cocina, ahí estaba Momona haciendo el desayuno.
-Hola Diego, buen día. Te hice el desayuno.
Te negaste, no tenías hambre ni ganas de nada, a decir verdad te levantaste para no estar todo el día en la cama como lo venías haciendo.
-Dale Dieguito, lo hice igual que como lo hacía la Tota. Insistió la Momona.
Pero no quisiste saber nada de desayunos. No se puede comer cuando el alma está rota y la dieta era la mediación del tratamiento médico post quirúrgico hacía días, pero vos tenías la cabeza en otra cosa. Vos sólo pensabas en ellos, en cada uno. Ya venías repitiendo sus nombres desde ese día que lograste concretar esa 60va órbita al Sol, los repetías en sueños, los susurrabas cada vez que podías: Dalma, Gianinna, Jana, Diego Fernando y Dieguito.
Ese día costó caminar tanto en esa cancha, los abrazos venían de todos los flancos, pero ninguno era de alguien que vos esperabas. Se te notaba Diego, la mirada perdida, expectante, a la búsqueda de un rostro familiar, de un afecto, de alguien realmente cercano... NADIE, pero todos, estaban todos ahí, abrazo tras abrazo, palmada tras palmada, te acariciaban, te agarraban de la cabeza y te volvían a palmear, te frotaban el pecho y te hablaban al oído. Costaba entender con tantos tapabocas.
"Una foto Diego" gritó uno de un costado y el flash fue fortísimo. "Acá Diego, mirá para acá" vociferó alguien en esa multitud de rostros cubiertos por tapabocas, entre los estruendos de los fuegos de artificio...Te hicieron caminar un montón Diego, te faltaba el aire, el tapabocas bajo permitía que esa mezcla de argón, dióxido de carbono, helio, nitrógeno y oxígeno entrara sin restricción por tu nariz, pero el esfuerzo era total, allá estaba ese sillón esponsoreado, allá lejos, pero cerca, asistido siempre, pero no imposible. Los altoparlantes bramaban tu apellido con melodías grabadas, pero vos buscabas a la gente en la tribuna, no los buscabas a ellos, buscabas un rostro familiar, de alguien que te quiera realmente.
Las placas no valen, las camisetas tampoco, un sillón de rey no es nada cuando el alma está fragmentada, cuando la soledad es acompañada por gente que uno apenas conoce, las piernas lo sintieron Diego, la gravedad del planeta es grande, te aplasta... él lo notó y tras aquel abrazo, el cabezón te asistió para que Tapia te mostrara otra placa. Vos no entendías bien, te temblaban las manos, después una camiseta; abrazos y manos de todos lados y ese sillón...
Y vos ya no estabas, vos no estabas ahí, estabas con la cabeza en otro lado, estabas susurrando aquellos nombres y apareció de nuevo ese dolor y ese frío en la oreja que bisbiseaba tu nombre como hacía tiempo, pero esta vez más cerca, más cerca que nunca.
Veinte minuto fueron demasiado para una mente que no estaba allí.
-Momona me voy a acostar, no me siento bien, hay mucho ruido.
-Estás muy pálido Diego. Respondió ella.
Todo se volvió borroso, ¿Es extraño sentir como flota uno no?
La gente alrededor se puso muy nerviosa, una tensa calma por un instante...
El susurro al oído era cercano, frío, pero no era amenazador, era vehemente: -Ya está bien Diego. Se terminó el tiempo de descuento, diste todo, el partido tiene que terminar.
Un instante, unos milisegundos...
Pesa levantar la cabeza de la almohada cuando la carga de tristeza es tan grande, pero no podés quedarte todo el día acostado. Te levantaste y haciendo un gran esfuerzo fuiste a la cocina, ahí estaba Momona haciendo el desayuno.
-Hola Diego, buen día. Te hice el desayuno.
Te negaste, no tenías hambre ni ganas de nada, a decir verdad te levantaste para no estar todo el día en la cama como lo venías haciendo.
-Dale Dieguito, lo hice igual que como lo hacía la Tota. Insistió la Momona.
Pero no quisiste saber nada de desayunos. No se puede comer cuando el alma está rota y la dieta era la mediación del tratamiento médico post quirúrgico hacía días, pero vos tenías la cabeza en otra cosa. Vos sólo pensabas en ellos, en cada uno. Ya venías repitiendo sus nombres desde ese día que lograste concretar esa 60va órbita al Sol, los repetías en sueños, los susurrabas cada vez que podías: Dalma, Gianinna, Jana, Diego Fernando y Dieguito.
Ese día costó caminar tanto en esa cancha, los abrazos venían de todos los flancos, pero ninguno era de alguien que vos esperabas. Se te notaba Diego, la mirada perdida, expectante, a la búsqueda de un rostro familiar, de un afecto, de alguien realmente cercano... NADIE, pero todos, estaban todos ahí, abrazo tras abrazo, palmada tras palmada, te acariciaban, te agarraban de la cabeza y te volvían a palmear, te frotaban el pecho y te hablaban al oído. Costaba entender con tantos tapabocas.
"Una foto Diego" gritó uno de un costado y el flash fue fortísimo. "Acá Diego, mirá para acá" vociferó alguien en esa multitud de rostros cubiertos por tapabocas, entre los estruendos de los fuegos de artificio...Te hicieron caminar un montón Diego, te faltaba el aire, el tapabocas bajo permitía que esa mezcla de argón, dióxido de carbono, helio, nitrógeno y oxígeno entrara sin restricción por tu nariz, pero el esfuerzo era total, allá estaba ese sillón esponsoreado, allá lejos, pero cerca, asistido siempre, pero no imposible. Los altoparlantes bramaban tu apellido con melodías grabadas, pero vos buscabas a la gente en la tribuna, no los buscabas a ellos, buscabas un rostro familiar, de alguien que te quiera realmente.
Las placas no valen, las camisetas tampoco, un sillón de rey no es nada cuando el alma está fragmentada, cuando la soledad es acompañada por gente que uno apenas conoce, las piernas lo sintieron Diego, la gravedad del planeta es grande, te aplasta... él lo notó y tras aquel abrazo, el cabezón te asistió para que Tapia te mostrara otra placa. Vos no entendías bien, te temblaban las manos, después una camiseta; abrazos y manos de todos lados y ese sillón...
Y vos ya no estabas, vos no estabas ahí, estabas con la cabeza en otro lado, estabas susurrando aquellos nombres y apareció de nuevo ese dolor y ese frío en la oreja que bisbiseaba tu nombre como hacía tiempo, pero esta vez más cerca, más cerca que nunca.
Veinte minuto fueron demasiado para una mente que no estaba allí.
-Momona me voy a acostar, no me siento bien, hay mucho ruido.
-Estás muy pálido Diego. Respondió ella.
Todo se volvió borroso, ¿Es extraño sentir como flota uno no?
La gente alrededor se puso muy nerviosa, una tensa calma por un instante...
El susurro al oído era cercano, frío, pero no era amenazador, era vehemente: -Ya está bien Diego. Se terminó el tiempo de descuento, diste todo, el partido tiene que terminar.
Un instante, unos milisegundos...