miércoles, 22 de junio de 2011

Milagros VI…

-¿Qué hora es?. Dije mientras todo era borroso.
-Son las siete de la mañana. Me respondió
-¿Qué hacés?. Pregunté.
-Nada, estuve mirándote y escuchándote roncar… roncás fuerte a veces ¡eh!.
Quisiera saber la razón y el por que se me vino a la cabeza Milagros en ese momento… lo cierto era que nunca entendí como llegué a la casa de Marcela, ni que hacíamos durmiendo juntos, pero por respeto y para evitar pedir detalles, preferí llamarme al silencio.
-Negra, me baño a las apuradas y salgo cagando que tengo que laburar, le dije, mientras pensaba: “menos mal que los Lunes entro un poco más tarde”. Me bañé lo más rápido posible, pasé por casa, agarré un traje, una camisa, hice el nudo de la corbata y salí veloz al trabajo… por suerte logré llegar a horario…
Los calores de Marzo se hacen sentir, máxime cuando uno lleva traje encima, pero ese medio día se me dió por ir al Parque Avellaneda a pasear, a despejame un poco, revivir rincones y momentos con tintes lejanos que me hicieron crecer en tiempos pasado pero no muy distante si me pongo a pensar un poco. Encontré en un banco una inscripción que hacía tiempo había grabado allí y que aún podía ser leída con un poco de voluntad, caminé por aquellos senderos serpenteantes en los cuales solía perderme en viejos tiempos libres entre taller y teoría (cuando no me quedaba en la esquina de Av. Directorio y Lacarra comiendo con el Tony). Todo estaba allí… igual que siempre… pero distinto a la vez.
Atendí el llamado de las vías y fieles a ellas, seguí su trazado sobre el parque, caminando, mis pasos respetaban la distancia que había entre durmiente y durmiente, gozando de ciertas sombras brindadas por la arboleda y haciendo algún que otro pase a los chicos que se le iba la pelota. Pece a eso, el calor era implacable (algo que no puedo cambiar es mi baja tolerancia a las temperaturas altas), hasta que de repente fuí llegando a la estación Onelli, lugar donde varias noches sirvió de refugio y sitio de esparcimiento. Al acercarme, noté una figura conocida; fiel a mi estilo atiné a acercarme… hasta que me paralicé… sentada en uno de los bancos de aquella simulada estación, se encontraba Milagros.
Pensé en dar media vuelta y volver por donde vine, pero a esa altura creo que ella ya me había visto y como un idiota seguí caminando.
-Hola. Dije.
-¿Qué hacés acá?. Respondió.
-Eso debería preguntarte yo… es más probable que yo esté acá a que vos lo estés. Le dije.
-Tenés razón, es que siempre quise venir a conocer este lugar… vos siempre hablabas de él y bueno… hoy vine… me dijo, a la vez que acotó. ¿Qué hacés vestido así?.
-¿Así cómo?. Respondí.
-Así, con traje, nunca te ví vestido de esa manera.
-Es que salí del trabajo… trabajo acá cerca y no sé como llegué acá. Creeme que no pasa nunca esto. Le dije.
-Si te creo, de hecho es la primera vez que vengo a este lugar. Profirió.
-De noche es mejor, de día es horrible… bah… no es lo mismo… ¿Podés creer que casualmente hoy te recordé?, después de mucho tiempo.
-A mi me pasó algo igual, por eso estoy acá. Respondió cortante.
-¿No deberías estar en Aeroparque trabajando?. Interrogué.
-Hoy me tocó franco. Fue su escueta respuesta.
-Cierto, vos no sabés lo que es un fin de semana… respondí irónicamente mientras agregué… ¿qué venís a buscar acá?; es decir, sabés que corrías el riesgo de que nos podíamos llegar a cruzar.
-No, por cierto la idea no era esa. Creo que vine a ver que onda con este lugar, vos siempre me lo pintaste como un lugar copado y la verdad que nada que ver. Dijo de manera implacable.
-De noche Milagros… de noche es mejor. De todas maneras de noche tampoco sería un lugar como para vos… vos estás para más. Respondí un poco avergonzado.
-Claro, siempre me mediste por mi clase social, o por mis ingresos y nunca como persona; ¿te das cuenta que nunca vas a cambiar?.
A esta altura el calor y la situación me estaban agobiando demasiado, ella nunca iba a entender lo que yo siempre pensé de ella y en vano sería ponerme a explicarlo por que no me escucharía. Dentro mío había un mix de emociones que
ni yo entendía del todo, pero claramente, no quería escarbar en ellas demasiado tampoco. Los segundos pasaban y no me brotaban las palabras para pedirle perdón, o mejor dicho, para decirle que la quería, pero que no la amaba… lo único que se me ocurrió decirle fue:
-Leí tu carta… mejor dicho, las hojas que me diste la última vez.
-¿Hojas?. Fue una carta Roberto. Su tono marcaba su decepción.
-Si, una carta, la leí, después de correr algunas hojas que se llevó el viento esa tarde. Atiné a decir.
-Bueno, me alegro, es una lástima que no haya servido de nada… pero ¿qué se puede esperar de alguien como vos?. Respondió con total indignación.
Agaché la cabeza, con un gran sentimiento de culpa, yo jamás le guardé rencor a aquella persona que me había sacado más de una sonrisa.
-Mirá Milagros…
-No Roberto, no digas nada, es al pedo. Me dijo. Se hizo un gran silencio y propinó: Mejor me voy, evidentemente elegí un mal día para venir acá, ojalá que todo esté bien para vos, a mi manera siempre te deseé lo mejor.
Se levanto del banco y camino para su auto.
-Esperá. Le dije. Odio esta ciudad gris… tenemos que olvidar algunas cosas.
Miré sus ojos y no pude evitar decirle… ¿Te parece bien vernos un día de estos?.
-No sé Ro, no sé si quiero verte y hablar con vos. Tartamudeó.
-Bueno estamos hablando ahora de hecho, pero si querés que nos veamos y charlemos un rato llamame a mi celular, creo que sería algo bueno para aclarar algunas cosas y mejorar otras tantas. Proferí.
-Vamos a ver que pasa, no te prometo nada, tengo cosas que hacer, igual lo voy a pensar. Chau.
Se despidió cortantemente a la vez que subía a su auto (lo había cambiado).
Atiné a responder su saludo con un gesto mientras miraba como se iba…