Ya te lo dije Gastón, no sabés todo, por más que sepas mucho no podés ir pretendiendo saber todo, como si el mundo dependiese de vos, como si todos estuviesen a la espera de un consejo tuyo o de un comentario que demuestre que sos la joya de una corona, en cambio te pido, dejame hablar, tengo algo que contarte, algo que se remonta a la semana pasada cuando viniste y tomamos café a la tarde; ¿te acordás?, estábamos en esa ventana escuchando los árboles movidos por el viento y también se podía oír el curso del río atravesando las piedras, no siempre hay tanto caudal, pero esa tarde lo había y junto tomábamos café y charlamos hasta que vos nombraste su nombre y yo me quedé callado. ¿Recordás que me quedé callado un rato largo?. Y vos seguiste hablando hasta que yo interrumpí tu monólogo preguntando: ¿por qué dijiste su nombre?. No, estoy seguro que no lo hiciste sin querer, pero no quería reaccionar de esa manera tampoco…
Después a la noche me costó mucho intentar dormir, más que de costumbre, dí muchas vueltas en la cama y ese pensamiento volvió a aparecer y yo te insulté Gastón, te insulté mucho por nombrar ese nombre, yo sé que siempre quisiste saber que pasó con aquella persona y yo nunca te lo dije; ¿pero por qué la nombraste?. Ya sé lo que vas a decir, que no fue adrede y que se te escapó sin querer, ya lo sé, y ahora no estoy enojado con vos, pero si estoy enojado conmigo y no quiero pensar mucho al respecto por que me voy a terminar enojando contigo y eso es precisamente lo que no quiero.
¿Querés más café?, en la cafetera quedó, servite mientras yo te cuento de aquella noche que no podía dormir. Me acuerdo que hacía calor, pero había viento, se sentía por el ruido del follaje de los árboles moviéndose. Ya era tarde, me encendí un cigarrillo y salí a caminar por la orilla del río, que esa noche ya no tenía mucho caudal, caminé mucho, la luna apenas iluminaba lo suficiente como para poder distinguir donde pisaba, caminé hasta el puente y allí me detuve a pensar y a fumar y te insulté Gastón, te insulté durante un rato largo y a ella también la insulté por volver a aparecer en mi cabeza tras tu comentario. Sólo fui interrumpido por el rechinar de unas gomas en la curva de la ruta que me devolvió en si, pero sólo fue por unos instantes, enseguida volví a pensar en ella. ¿Tenías que nombrar a Cecilia, Gastón?.
No, no te vayas, te pido que te quedes un rato, yo te voy a contar como comenzó esta historia, o como terminó, es muy distinta depende desde donde se la mire. Vení sentate, alcanzame los cigarrillos y una taza de café por favor, sin azúcar, sabés que no me gusta el azúcar en el café. Como te decía esa noche recordé a Cecilia, hacía mucho que no pensaba en ella y en aquella pesadilla que tenía recurrentemente.
Con Cecilia solíamos sentarnos en aquellas reposeras bajo aquel árbol a tomar mates y a charlar, nos gustaba mucho escuchar a los pájaros y el ruido que hace el río en aquella curva que pega allí donde te señalo ahora; a veces ella se ponía a tejer algo y yo leía a Cortázar mientras tomábamos mate o sino ella leía esa revista que tanto le gustaba mientras yo resolvía problemas de estática, iluminación, ventilación o termodinámica, pero ambos coincidíamos que la pasamos muy bien en aquellos momentos, dado que si se producía un silencio, el mismo no molestaba y nos permitía expandirnos en nuestros entretenimientos. Una tarde en particular ella terminó de leer y se fue a bañar, mientras yo me quedé con mi perra terminando de escribir un pequeño ensayo. Recuerdo que al entrar, ella estaba preparando la cena, y yo me sentía particularmente cansado, entonces le dije que me iba a acostar 20 minutos, así al levantarme, me bañaría y nos pondríamos a cenar.