Comencé esta madrugada un
viaje en jaque mate, sobre una alfombra embarrada de vidrios rotos que está
ahuellada y que me lleva indefectiblemente a casa. Te extraño y me molesta un
poco que no te enteres. Te pienso, todo el tiempo lo hago, y no lo sabés.
Hoy soñé que me escribías a las cinco de la mañana, cuando te ibas a trabajar, y yo como de costumbre, no podía dormir porque mi cabeza no paraba de hablar de las cosas que ya sabemos: la tesis; la operación y sus estudios clínicos; mi viejo; el trabajo y también un poco de vos…
Nadie entiende cómo te hace sentir el otro. Nadie sabe realmente lo que significa eso. Voy a tratar de explicártelo de una manera sencilla: al pensarte, estás ahí, me acompañas, y eso es lo que me hace un poco fuerte, eso es lo que necesito, que estés ahí, que me acompañes, que me ayudes cuando se me hace difícil; que me aconsejes a tu manera cuando no entiendo algo o alguna cuestión me supera, que seas mi apoyo, mi bastón cuando ando torcido y no puedo hacer pie.
Leí, creo que decenas de veces, tu último mensaje, aquel que borraste, me llevó tiempo poder interpretarlo porque hay noches complicadas cuando uno anda herido. Lo cierto es que lo leí por vez primera saliendo de Sierra de la Ventana y no lo comprendí, lo mismo pasó al llegar a casa… “estoy donde estás” pero sabemos que no… la esperanza de “poder compartir la vida” como si eso fuera posible, sabiendo lo que siento. Pero sin dudas, lo más hermoso es saber que te gustó el regalo y que tengo un huequito en aquel espacio reservado sólo para los privilegiados que se han ganado allí un lugar.
Uno enfrenta, o evita el pasado para afrontar todo lo que venga, buscamos a ciegas que el presente no pese por culpa de ese pasado y que algunos trozos del pasado puedan de algún modo impulsarnos a avanzar al futuro, sin pretensiones de aprender cómo hacerlo. En definitiva, se trata de enfrentar al pasado de ser necesarios, para estar en paz con el futuro.
No sólo debemos huir del pasado para no salir heridos, sino también sortear las dificultades de dejar todo atrás. Sabemos que el pasado aplasta y uno no se libra de los recuerdos más dolorosos, lo sabemos bien y pagamos bien caro ese precio.
En el presente, al no tener nada del pasado, debemos enfrentarlo y no huir, pero a veces es doloroso y cuesta. Y ahí cada tanto asomás vos, con tu sonrisa que tanto extraño, otra vez.
Hace una semana soñé que venías a conocer mi casa... De la nada un mensaje, después de ciento once noches, lo hacías en ese día que sabes que coincidimos. Entonces yo me preparaba para esperarte y recibirte. El sueño era muy real, porque recuero sentir esa sensación en el estómago, como cuando estás en una caída libre, el pulso acelerado y el tiempo avanzando con el freno de mano puesto. Tras la limpieza y acomodar un poco lo inacomodable, se me ocurrió preparar algo para acompañar los mates. Unos buñuelos fue la elección.
Entonces llegaste vos, bajaste del auto y me abrazaste, raro porque pocas veces fue así, te pusiste a jugar con Chevy y Homero que te saltaban y ensuciaban con sus patas. Reías, como me encanta que hagas siempre y por un instante nuestras miradas se conectaron… los silencios también hablan. No era necesario decir nada.
Cruzamos la calle, fuimos al arroyo a respirar, a tomar mate y ver el atardecer.
Mientras el Sol se escondía dejaba al desnudo la simple y horrible definición de lo que soy frente a quien me escuchaba con los ojos cerrados.
Hoy soñé que me escribías a las cinco de la mañana, cuando te ibas a trabajar, y yo como de costumbre, no podía dormir porque mi cabeza no paraba de hablar de las cosas que ya sabemos: la tesis; la operación y sus estudios clínicos; mi viejo; el trabajo y también un poco de vos…
Nadie entiende cómo te hace sentir el otro. Nadie sabe realmente lo que significa eso. Voy a tratar de explicártelo de una manera sencilla: al pensarte, estás ahí, me acompañas, y eso es lo que me hace un poco fuerte, eso es lo que necesito, que estés ahí, que me acompañes, que me ayudes cuando se me hace difícil; que me aconsejes a tu manera cuando no entiendo algo o alguna cuestión me supera, que seas mi apoyo, mi bastón cuando ando torcido y no puedo hacer pie.
Leí, creo que decenas de veces, tu último mensaje, aquel que borraste, me llevó tiempo poder interpretarlo porque hay noches complicadas cuando uno anda herido. Lo cierto es que lo leí por vez primera saliendo de Sierra de la Ventana y no lo comprendí, lo mismo pasó al llegar a casa… “estoy donde estás” pero sabemos que no… la esperanza de “poder compartir la vida” como si eso fuera posible, sabiendo lo que siento. Pero sin dudas, lo más hermoso es saber que te gustó el regalo y que tengo un huequito en aquel espacio reservado sólo para los privilegiados que se han ganado allí un lugar.
Uno enfrenta, o evita el pasado para afrontar todo lo que venga, buscamos a ciegas que el presente no pese por culpa de ese pasado y que algunos trozos del pasado puedan de algún modo impulsarnos a avanzar al futuro, sin pretensiones de aprender cómo hacerlo. En definitiva, se trata de enfrentar al pasado de ser necesarios, para estar en paz con el futuro.
No sólo debemos huir del pasado para no salir heridos, sino también sortear las dificultades de dejar todo atrás. Sabemos que el pasado aplasta y uno no se libra de los recuerdos más dolorosos, lo sabemos bien y pagamos bien caro ese precio.
En el presente, al no tener nada del pasado, debemos enfrentarlo y no huir, pero a veces es doloroso y cuesta. Y ahí cada tanto asomás vos, con tu sonrisa que tanto extraño, otra vez.
Hace una semana soñé que venías a conocer mi casa... De la nada un mensaje, después de ciento once noches, lo hacías en ese día que sabes que coincidimos. Entonces yo me preparaba para esperarte y recibirte. El sueño era muy real, porque recuero sentir esa sensación en el estómago, como cuando estás en una caída libre, el pulso acelerado y el tiempo avanzando con el freno de mano puesto. Tras la limpieza y acomodar un poco lo inacomodable, se me ocurrió preparar algo para acompañar los mates. Unos buñuelos fue la elección.
Entonces llegaste vos, bajaste del auto y me abrazaste, raro porque pocas veces fue así, te pusiste a jugar con Chevy y Homero que te saltaban y ensuciaban con sus patas. Reías, como me encanta que hagas siempre y por un instante nuestras miradas se conectaron… los silencios también hablan. No era necesario decir nada.
Cruzamos la calle, fuimos al arroyo a respirar, a tomar mate y ver el atardecer.
Mientras el Sol se escondía dejaba al desnudo la simple y horrible definición de lo que soy frente a quien me escuchaba con los ojos cerrados.