Ella sólo tenía 17 y sin dudas era la belleza más impresionante del lugar, en realidad lo era para mi, pero ¿quién más importa en este caso?; la hermosura de sus ojos nunca me dejaron de hipnotizar y eso era doblemente terrible dado que no podía dejar de mirarlos y nunca pude sacarme esa mirada de mi cabeza, aún hoy los recuerdos como si fuese esa noche.
Esa noche la recuerdo muy bien, no por lo espectacular del cielo y aquel sin fin de perlas que de él suspendían, sino por como comenzó todo. Escoltado por mis dos fieles escuderos Darío y Jorge, llegamos a aquella esquina; Verónica vio con agrado nuestro arribo y enseguida salió a nuestro encuentro para saludarnos. Había una alegría indisimulable en la cara de mi amiga al verme, sus sonrisa era de oreja a oreja. Fiel al hábito protocolar de todo encuentro comenzamos una charla que abarcó una infinidad de temas que la verdad, al día de hoy no recuerdo bien, aunque creo que no sumaría nada a esta suerte de relato que estoy haciendo o intentando por lo menos.
La charla fue interrumpida por la llegada de aquel estruendoso y falso tren que pasaba del asfalto al empedrado que hay en esa parte de la Av. Rivadavia para estacionar. Un montón de personas saltaban y gritaban al son de la música reinante en aquel vagón, había muchas personas, hasta que en un momento se abrió un claro entre ellas, y ahí apareció ella, vestida de hada.
No podía salir de mi asombro al verla vestida de esa manera, cada movimiento, cada gesto, sus piernas, eran las mejores piernas del lugar, no terminé de pensar eso que saltó de ese vagón y comenzó a correr, cuando pude advertilo ya estaba saltando a mis brazos… les juro que no me dio tiempo de saludarla, selló aquel momento, quizás con el beso más hermoso y largo que me dieron en mi vida.
Esa noche fue especial, más allá de las bebidas y el baile, la pasamos de lo más bien, anoté en el cuaderno de bitácoras aquellos besos que guardaba y supe darle, los abrazos interminables que no se querían acabar, y el recuerdo de la etapa más feliz de mi vida, llena de vértigos y misterios por descubrir…
Después llegaron los inviernos cabizbajos, las tardes lerdas que no querían irse, desfiles incesantes de caprichos, alfileres que no podían sostener algunas situaciones, tropiezos y supersticiones, reproches que hablaban de más, ocupaciones varias y falta de tiempo, alguna que otra caricia de manos suaves, pero el final sería el mismo con ella como con las demás… es difícil ayudar a crecer a alguien que no quiere.
Ella tenía 17 y yo también.