Ya se lo dije tía, no insista más, no quiero y no quiero. Y ella dale que te dale, insistiendo y ya avisada que no quería. ¿Pero no entiende tía?, No me gusta, nunca me gustó. Y ella meta insistir, dale querido, no es tan malo, es rico.
No sé por que razón jamás me gustó tomar esa bebida, tal vez sea el exceso de agua carbonatada, o que después la tía me reproche algún que otro provechito en la mesa… Y eso que tomo gaseosas, tomo agua, aguas saborizadas con gas, ¡pero con eso no puedo che!. Y la tía lo sabe, seguro se lo dijeron varios ya, pero ella siempre insiste con todo, siempre fue igual, nunca va cambiar y yo le explico siempre, y ella que se olvida, y se lo vuelvo a explicar, y ella lo vuelve a olvidar y así se transforma en una historia tétrica para un servidor y el recuerdo siempre traumático de la visita a la casa de la tía en los anaqueles de mi memoria.
Cada tarde calurosa lo mismo. En vano llevar conmigo algún jugo, siempre encontraba presente aquella ingrata bebida. ¿Es qué nunca se le acaba?. Admito que hasta me imaginé a mi tía saboteando el reparto periódico de aquel líquido procesado, embotellado y vendido al consumidor habitué.
Y así una suerte de predicción balbuceaba mi mente cuando me iba de la casa de ella, la semana que viene, cuando vuelva, la historia va ser igual tía… usted ofreciéndome de tomar y yo diciéndole que no.
Una tarde la invité a tomar un helado, en la heladería que está en la esquina de la casa de ella, el mío lo pedí todo de limón y el de ella de tramontana, con algunos bizcochitos.Y esa tarde le tuve que terminar explicando a mi tía el por que yo no tomo soda, por que se cree superior al agua al tener burbujas, pero siempre sintió ese complejo de inferioridad con las gaseosas. Y por eso tía, no tomo soda.