En la medida de lo posible, siempre me gustó que desde la primera palabra que escribo, se forme una suerte de contacto entre aquel que vá a leer y yo mismo, no por que yo escriba pensando en aquella persona que eventualmente pueda llegar a leer lo que escribo, sino por que el mero hecho de ponerme a escribir; significa de alguna forma un contacto, no con personas definidas, o con lectores (casuales o no), sino más bien conmigo mismo, llegando así a una realidad ajena al exterior, con la que busco precisamente el contacto para que llegue a ser un poco menos ajena y exterior.
A veces, fantaseo que estoy en la misma habitación, donde usted, lee los textos que yo voy escribiendo, y acá llegamos a una paradoja, por que cuando digo usted, usted no existe para mi y la puta si existe, por que usted y yo somos éste encuentro, desde tiempos y espacios bien distintos y definidos y gracias a esto se genera una anulación de esos tiempos y espacios distintos y definidos y eso gracias a las palabras y a la poesía, o alguna que otra historia. Es como el cemento fresco, donde ponés el dedo, queda la marca. Y así estamos usted y yo juntos, yo con un montón de textos para compartir, y que voy publicando algunos como van saliendo y usted que los lee y dejándo (o no) que la marca en el cemento fresco quede ahí.
Desgraciadamente, quizás desde 1960, hemos perdido por completo el sentimiento oral de la literatura o la poesía (obviamente lo mío no es ninguna de las dos cosas), cuando uno comienza a escuchar algo que escribió alguien, o cuando uno lee algo, el receptor empieza a escuchar con mucho respeto y en total silencio, pero pasado 5 o 7 minutos esa atención o interés decae, tal vez por que uno casi nunca está solo cuando le leen algo, no es como con un libro, donde uno lo lee “cobijado” en su soledad; creo yo, que entonces se genera una impaciencia progresiva que vá ganando el ánimo y al final es frecuente que todo el mundo comience a hablar, lo cual no me parece mal del todo tampoco.
También pienso que no estoy físicamente presente mientras usted lee esto, tomándose un mate, un café o un trago; o fumando esos cigarrillos que tan buena compañía son en los gratos momentos de la vida de uno.
Es curioso pensar como las cosa pueden ordenarse o desordenarse mas allá de lo concebible, a lo mejor usted leyó desde el principio todo lo que subí y después tuvo que viajar o atender asuntos importantes; o a lo mejor no leyó lo primero que publiqué y empezó de atrás para adelante, o del medio para atrás, por que no le gusta proceder de manera metódica y sistemática; y yo por mi parte tengo una panoplia de escritos que narran lo que siento y vivo en este momento de mi vida y que prefiero esperar a subirlos y compartir un cuento o una historia. O a lo mejor usted está leyendo esto con una remera liviana, en cuero, o con el traje desde su oficina, y yo en cambio, estoy con un pulóver y con mi perra en los pies, dándome calor… todo es distante y diferente y parece inconciliable y a la vez todo se da simultáneamente en este momento que todavía no existe para mi, y es sin embargo, el momento donde usted lee los textos que yo escribí en el pasado, es decir, en un tiempo que para mi, ahora, es el futuro. Es sólo un juego de la imaginación, de aquel señor (por llamarlo de algún modo) sensato que nunca falta entre los locos… como si supiéramos lo que es un juego o lo que es la imaginación.
En fin no quiero terminar siendo un aporte a la fabricación en serie de bostezos, por eso prefiero ir finalizando este largo pensamiento. Esto lo he escrito, mientras miraba el árbol de la vereda de mi casa, que ya es un esqueleto totalmente negro en contraste al cielo gris, bajo y lluvioso de julio en Buenos Aires. Es una tarde para no moverse de casa e inventar ceremonias de interior, o por qué no, dormir una siesta sin perder el tiempo en leer esto que escribo, a pesar que aún no ha salido el sol, y afuera todo sigue gris y apenado…