Aquí mismo rompieron mis costillas
las rocas de aquel desfiladero.
Y ese alba descubrió isla desierta y árida;
llegué a la orilla, pensativo, y no la encuentro.
Ambos sabemos bien que nos separa
la distancia desvinculante de un naufragio,
o las imaginarias coordenadas que trazó
el pasado sobre la irregular superficie del mar.
Me reconozco en la imposible concreción
de un nuevo abrazo, absurda tentación de creer
que escribiendo se materializará un retorno,
acción cruel que pretende ser un acto de fé...
Es escribir diez, cincuenta, cien veces lo mismo,
y aquel naufragio aún hundiéndome,
es el náufrago inagotable, recitando preguntas,
plegarias y súplicas al viento…
aunque el grito vaya a lo más profundo y obscuro
ya sea en la bajamar o en la pleamar.
Mis dedos te dibujan en la arena,
serenando el mar de mis idiotas fantasías.
En el oleaje eterno y tan frío,
se pierde mi pasión, a la deriva.
Y este naufragio hundiéndome
en los recuerdos de tus paisajes, en tus silencios amargos.
Obscuras aquellas estrellas, vacías como tus ojos
lágrimas brotada desde las entrañas,
inútil que el cartógrafo dibuje ríos secos,
llantos de cristal sombrío que no llegarán.
Sangre oculta del naufragio,
anunciación que supo hacer la playa:
“lo que dice un naufrago poco importa”.
Se pierde la mirada en un punto invisible
intento cruel de borrar la sombra de mi paso.
No sé si es pesadilla o desvarío:
naufraga tu imagen en los ojos.
Mi piel grita tu nombre sin consuelo
El naufragado ya no quiere naufragar,
ya no quedan fuerzas en este flagelado cuerpo…
quiere un rescate donde sienta
tu piel por fin y de una vez en su piel.