miércoles, 13 de mayo de 2009

Cuestión de contexto…

Hoy en la facultad hablaron sobre un tema muy interesante, al menos para mi, se trataba de la lectura del mundo; y la Licenciada muy astutamente nos hizo notar que ésta lectura precede a la lectura de la palabra, dicho esto en sentido literal, más allá de la vinculación dinámica típica del lenguaje y la realidad, me di cuenta de un juego de texto y contexto que más de una vez realicé de forma empírica e inopinadamente.
Haciendo un esfuerzo sobrenatural y apelando a la memoria que aún me queda, me remonté a los primero días de los que tengo memoria en aquella casa donde me nací y me críe. Me veo entonces en aquella casa mediana en Sierra de la Ventana, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran centinelas custodiaban los márgenes del parque trasero de la casa, siempre a la tarde jugaba bajo su sombra y en sus ramas más bajas, más de una vez experimenté los primeros riesgos menores que me fueron preparando para riesgos mayores y situaciones mucho más complejas que aquella simple operación.
En dicho contexto estaban además los animales: los perros de la familia, dos Blood Hound, un Basset Hound, y un Siberian Husky, solían correr por el parque y casi siempre me causaba gracia el ladrido particular de los dos sabuesos, aunque solía temerles cuando ladraban o miraban algo que no les gustaba del todo, también recuerdo cuando mi padre los subía a la camioneta cuando se iba a algún lugar o al “centro del pueblo” o para Tornquist, siempre lo acompañaba allí y jugaba en su plaza con los patos que había en la laguna. Me acordé de los perros por que por lo general aparecían con Cuises o algún lagarto overo, una extraña vez uno de los sabuesos apareció con un zorro que estaba al acecho de las gallinas de la abuela.
Volvieron imágenes de la casa, sus habitaciones, sus pasillos, aquel sótano, la terraza (allí mi madre escogió como el lugar de sus flores), la calle de tierra, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé por vez primera, balbuceé mis primeras palabras, allí un buen día me erguí, tiempo después caminé, y también hablé, mucho, eso si. Todo aquello, aquel lejano mundo serrano y tan, pero tan especial acentuó mi percepción e intuición, los olores de las flores de mamá, los matices que las nubes en su eterna pelea con el sol formaba en las sierras sombras y colores alucinantes, todo ello y un sin fin de otras cosas me fueron dando una cierta capacidad de percibir cosas, objetos, señales, signos, preguntas, cuya comprensión yo iba aprendiendo o hilvanando en mi trato con todo aquello, en mis relaciones con mis hermanos y con mis padres.
Los libros que leía en aquel entonces (aún sin saber leer) era el canto de los pájaros, la brisa y el cosquilleo que le producía a los árboles, el lejano sonido del Río Sauce Grande, el temor a los fuertes vientos que anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; la lluvia jugando conmigo, con el barro, con la geografía, recuerdo que iba a la calle y jugaba a inventar lagos, islas, ríos, arroyos… y los gritos de mi madre cuando me veía entrar en la casa, eso también lo recuerdo. Los textos de aquel entonces eran los matices de naranjas y rojos que el cielo me regalaba en el atardecer o en las primeras horas de la mañana, el tren llegando a la estación, o los colores de los follajes, las formas de las hojas, el andar en bicicleta y levantar las hojas caídas de la calle en el otoño, las estrellas, una de mis primeras curiosidades, y mi padre “leyéndome” el cielo y diciéndome el nombre de las que él conocía, la bóveda celeste se veía preciosamente bien, no tanto como ahora.
Aprendí el significado del dolor sin saber escribirlo cuando me golpeé con una piedra en la orilla del río, aprendí sobre cual madera estaba seca o húmeda con el sólo hecho de palparla, todo un mundo por descubrir, sabía los nombres de los colores, de algunos pájaros y a la temprana edad de 5 años, también recuerdo que a esa edad tomé mi primer mate dulce, y noté con tristeza que se lavaba muy rápido, ya más de grande cambié ese hábito y descubrí otro sabor en la yerba sin azúcar.
Los temores también estaban a flor de piel en las noches de mi niñez, siempre temí al Lobizón, pero de pequeño comprendí que no existía mejor clima y condición para aquel monstruo que las noches de Sierra de la Ventana. Me acuerdo de las noches en que, envuelto en mi propio miedo, esperaba que el tiempo pasara, que la noche se fuera, que la madrugada comenzara a aclararse, trayendo con ella el canto de los pajaritos “tempraneros”. Recién allí volvía a mí la tranquilidad, mis miedos se terminaban con las mañanas y la luz; aunque reconozco que he percibido un sinfín de ruidos que se perdían en las mañanas y resultaban misteriosamente engrandecidos en los silencios profundos de las noches. Hoy la realidad es diferente, me enamoré de la noche y a veces prefiero dormir menos y renegar de mi noctambulismo, pero reconozco que me hallo más en la noche que en el día.
En aquel mundo, por otro lado, también prestaba atención al universo del lenguaje de los mayores, expresando sus creencias, sus comentarios políticos, sus gustos, sus vociferaciones sobre economía, sus recelos, sus valores. Todo eso ligado a contextos del mundo y cuya existencia yo no podía ni siquiera sospechar. Siempre hacía preguntas, por suerte mis padres y hermanos me las respondían, a veces como podían, otras veces explicándome que cuando fuera más grande lo entendería mejor. Recuerdo charlas de todo tipo, pero las que más tengo en la memoria eran aquellas en las que hablaban de espíritus, quizás al escuchar esas cosas a escondidas, detrás de la puerta cancel, motivaron un temprano miedo a la obscuridad, a veces escuchaba carcajadas estrepitosas en la lejanía, o gemidos de dolores, o ruidos extraños, calculo yo (ahora) que eran provenientes de animales a lo lejos, también escuchaba el mugido de algunas vacas en el Cerro Ceferino. Cuando algo de ello sucedía, generalmente recurría a la seguridad de mi escondite y me tapaba con mi sábana, usándola como una suerte de escudo protector de aquellos sonidos. Pero en la medida en que fui penetrando en la intimidad de mi mundo, en que lo percibía mejor y lo “entendía” y con ayuda de los años también, mis temores fueron disminuyendo.
Ya un poco más grande fue creciendo una especie de racionalismo en pañales, y se fue mezclando con la curiosidad de niño, allí aparecieron los primeros libros e inquietudes en la escuela, a decir verdad creo que esa curiosidad de niño jamás se fue distorsionando, aunque con el tiempo fue decayendo; mis padres siempre lo notaron y jamás se interpusieron en eso, y muchas veces me ayudaron bastante. Así me fui alfabetizando mucho más con el correr del tiempo y abandoné aquel pueblo en busca de más saber y conocimiento. Aunque reconozco que el primer profesor, pizarrón y tiza fue aquella naturaleza, aquellas imágenes, aquellos contextos acompañados de textos. La palabra mundo comenzó a tomar otro valor, y siempre desde entonces, comenzó a tender al infinito, como si se tratase de un límite en análisis matemático.
Recuerdos del puente blanco, del puente ferroviario, la ventana, el Tres Picos observando cual torre desde la ondananza, mi padre me dijo siempre que era el más alto de la provincia y fue cierto sin dudas, los piletones que se formaban en las sierras, los cañadones, aquellas dos rutas que siempre usábamos la RP72 y la RP76, las nubes jugueteando con las sierras, todo ello me fue alfabetizado en el suelo de aquella casa, de mi casa, a la sombra de los árboles, con palabras de mi mundo.
Hace poco tiempo, con profundo emoción, visité aquella casa donde nunca nací, pisé el mismo suelo en el que nunca me erguí, anduve, corrí, hablé y aprendí a leer. Aquella casa donde me hubiera gustado hacer todo lo que les conté en este texto. Vivir aquel contexto…



Bueno, miércoles 13 de mayo, mañana 14, se cumplirá un año desde que empecé a escribir en este medio, muchas alegrías me ha generado compartir con aquelos interesados lo que siento y me nace a la hora de escribir. A todos los que me apoyaron siempre GRACIAS, a los que les gustó algo que haya escrito y se sintieron identificados, perdón. Linda forma de cerrar este año con esta historia tan mía, quizás lo que me hubiese gustado, o lo que busque para mi y mi familia en un futuro.
A lo largo de estas 115 entradas aprendí mucho de mi mismo y también muchas cosas han cambiado en este año, y el blog no será una excepción a los cambios, a partir de ahora comenzaré a subir entradas una vez a la semana, seguramente me decida por el día miércoles. Nuevamente gracias por la paciencia y recuerden que todo lo que encuentren en este blog puede ser una gran falacia.