miércoles, 12 de agosto de 2009

El secreto…

El secreto es que están ahí y no los reconocemos, el secreto es justamente eso, un secreto a voces que todos percibimos e ignoramos, como ignoramos tantas otras cosas. El secreto lo tuviste vos, lo tuvo él y también lo tuve yo, el secreto lo dejamos en secreto, a veces lo compartimos de más, otras veces no tanto, pero está ahí, obligando, silenciándonos, sentenciando en muchas ocasiones.
El secreto puede ser de uno solo, a veces puede ser un secreto a voces y vaya si los hay, no hay nada peor que un secreto sabido por todos y que uno ignora que es sabido. El secreto a veces no cumple con la condición intrínseca de ser secreto, pero a la vez lo es. El secreto es complicado y no tanto…
Un secreto puede nacer una noche, o a veces a plena luz del día, puede ser compartido siempre que se cuente con un cómplice adecuado, más nunca hay que recaer en confiarle un secreto a un informante. Hay todo tipo de secretos, los hay peligrosos, también los hay ingenuos, hay secretos nobles, como también los hay maliciosos, eso si, un secreto es un secreto, ¡que joder!.
Y allí están ellos, tomándose de la mano, caminando y viendo las vidrieras de recoleta, el brillo en sus ojos lleva el matiz ocre de la complicidad, de la complejidad, del errante transitar por senderos furtivos, sin escatimar en excusas y coartadas, sabiendo muy bien que lo que hacen es la máxima expresión de lo que algunos llaman “secreto”.
Tomados de la mano se dejan llevar por los placeres viscerales hacia los rincones más recónditos de sus mentes, de su morbo. Diciéndose cosas en el oído en voz baja, segundo a segundo planifican paso a paso como lograran conquistar la cima del monte de la no culpa para una vez arriba poder plantar un mástil que llevará la bandera de la lujuria en lo más alto.
Caminan y nadie los observa, nadie los escucha, son ellos y la ciudad, el caos y la libertad agazapada corriendo por sus mentes, el tránsito no hace más que dilatar lo inevitable a corto plazo. La tarde se hace noche y miles de perlas llenan el cielo y en su centro la gigante moneda de plata los observa como si fuese coparticipe del esclarecimiento.
Un cofre lleno de tesoros se abre debajo de las sábanas, rodando y jugando, haciendo y deshaciendo el amor, el mundo no existe. Una pausa en la rutina, humedad condensada. Un instante sin hipocresías, un instante secreto para el alma, un instante sin pensar, se puede vivir sin pensar.
El día los vuelve a descubrir, desnudos en la cama, un beso en la frente sella el final de una noche para ciegos. Se escuchan los rumores y se sienten los tumores de la calle, los chicos van a la escuela, y ellos, rendidos, se visten para proseguir la rutina de siempre. Un beso y una caricia marcan la despedida, nadie los mira, nadie los comprende. Cada uno se va por un lado distinto, jurando guardar el secreto, esperando que el secreto no se sepa ni se descubra.
Cuando la vida los devuelve a los quehaceres cotidianos y el fastidio los marca, los amantes, en secreto, vuelven a planear otro encuentro, para no ser vistos, para no ser escuchados, para vivir la montaña rusa que significa cargar todos los día con el secreto que ciertamente les hace sentir que están vivos.