Yo siempre trabajé honradamente, me gané el sueldo con el sudor de mi trabajo y construí los cimientos de mi hogar yo mismo, hoy me arrepiento, la vida no es sólo eso, me gustaría nunca haber trabajado, o haberlo hecho lo menos posible. La cuestión es que una tarde me llamaron de un mercado para que instale allí un puesto, en ese momento la venta de verduras era muy buena y me pareció una aventura poco alocada y una empresa fácil de concretar, asi que acepté el ofrecimiento y a la semana ya estaba trabajando como el verdulero de aquel barrio que ostentaba riquezas por doquier.
Una mañana la conocí a ella… su vestido era de gran calidad, pero sólo para aquel que lo observara con detenimiento, su figura era normal, pero me llamó muchísimo la atención sus ojos, que si bien marrones no eran llamativos, ellos hablaban con cada parpadear, el vendaval de rictus que disparaba su cara eran únicos y sin dudas su atractivo más grande. Lo que más quería yo era que me comprase algo, pero por alguna razón nunca compró en dos semanas… llegué a pensar que no le gustaban las verduras, hasta que a mediados de la tercer semana, llegó a mi puesto y comenzó a mirar la mercadería. Me faltó grandeza para hablarle, pero el trabajo se vería reducido cuando ella hablase.
-Deme dos kilos de papas, medio kilo de cebolla y tres morrones rojos.
-Va a hacer un pastel de papas no es así?, le pregunté.
-Casualmente en eso pensaba, ¿cómo lo supo?.
-Son años en el oficio.
Lo que ella no sabía es que esa era la comida ideal para conquistarme, sin dudas era el tipo de mujer ideal para mi.
Con el correr del tiempo se hizo cliente habitué y fuimos entrando en confianza, realmente gozaba de un gran sentido del humor, medio extraño y ácido por momentos, era una persona que había que conocerla un poco para comprender sus indirectas y su humor tan peculiar. La verdad que ella llegó a notar que éramos muy parecidos, hasta que un día me pregunto:
-Roberto, ¿sos casado vos?.
-No señorita, aún no encuentro a la persona indicada.
-Igual imagino que tendrás un montón de admiradoras, digo, sos guapo y tenés muy buen trato con la gente, dijo ella mientras esbozaba una sonrisa cómplice.
-Siempre algo hay señorita, mentí para no dejar entrever el cariño que le tenía, a decir verdad me gradué de actor con el correr del tiempo, ya que hacía maromas para que no me descubra con los comentarios que por boludo se me escapaban a veces. Menos mal que siempre fui bastante persuasivo.