jueves, 30 de marzo de 2023

Nocturno III...

Agasajado por el más sereno de los silencios, y pese al frío reinante en la habitación, recapituló un viejo manuscrito que yacía abandonado a la vera de su velador; hastiado por el paso del tiempo y con varias tachaduras que reflejaban lo complejo de escribir ideas cuando las mismas son fugaces, como las estrellas observadas desde la ruta minutos antes de arribar a su hogar. Molesto por ello, se levantó de su cama y se dispuso a sentarse en su sillón habitual, su cuartel general, donde solitario, siempre se hallaba y reencontraba. Previo a sentarse, tuvo a bien servirse un vaso completo de escocés de una malta, con tres rocas de hielo. Ya hacía tiempo que había dejado al tabaco, pero siempre tuvo escondido un box de su marca favorita por si la noche lo invitaba a recordar otros tiempos. El procedimiento siempre es el mismo, salvo que Händel esta vez se dispuso a armonizar al lugar. Con el velador encendido y de abajo del sillón, sacó aquel viejo libro que cada tanto sabe consultar. Esta vez lo miró por un buen rato, como meditando si era correcto lo que estaba por iniciar. La mirada fija en la tapa, el vaso al alcance de la mano, como el cenicero y el paquete cerrado de cigarrillos. Respiró hondo y cerró los ojos, el azar sería el encargado de seleccionar la página donde debería comenzar su lectura, y así fue. Con un cigarrillo encendido y con la garganta humedecida por el escocés, comenzó a leer, casi al borde del llanto por las imágenes que volvían una tras otra. Ese hachazo cual puñal, esos golpes recibidos de manera inesperada en aquel sillón y la medianera como método de escape. Todo era muy intenso, demasiada tormenta, no lo toleró… quiso salir corriendo de allí. Migró, entonces, a páginas mas serenas, donde se halló con esquinas y escondites. Un encuentro pactado en la avenida en diagonal con aquel amigo que también sufría insomnio, sólo para charlar, sólo para encontrarse con el sueño mientras el Sol les cubría el rostro y les decía: ya está bueno de andar parloteando. Otro salto de página, la noche estaba ahí; no pretendía ser prolijo, como tampoco lo fue para escoger los atajos para hallar a los recuerdos, que estocásticos, se presentaban como una sucesión de párrafos e imágenes de una vida que hacía tiempo tenía como color preponderante al gris. La bocanada de humo profunda, luego, exhalar el residuo de la combustión para beber un trago grande y aspirar por la boca. La combinación de alcohol y aire le sentía bien. De allí, al dique que supo fotografiar y al parque, donde dedicó una de sus primeras fotografías nocturnas. Pero nunca alcanza cuando uno brinca de recuerdo en recuerdo. Por eso buscó el calor de recitales, de abrazos con amistades y también de parques y lluvias. Así, llegaron los besos y humedades; los sombreros y viajes en autos; los bares y canciones, y también aquel llanto bajo la lluvia en esa estación de tren, sin trenes. Un golpe seco bastó para cerrar aquel libro y quedarse mirando la nada desde el ventanal. Una lechuza lo miró compadeciéndose de quien está atrapado en un pensamiento. Un pensamiento de quién pareciera haber comenzado a comprender que no hay mucho más que esto, y que nada especial espera a las personas. Es en vano pedir una señal, o disponerse a esperar por cuestiones que uno sabe que jamás van a ocurrir, ni se van a presentar para ser documentadas en las hojas libres que aún quedan en el libro de bitácoras aquel.