Hace poco alguien me preguntaba si creía en la felicidad. ¿Cómo puedo creer en lo que pocas veces viví?, pregunté. Reconozco que la conozco, más allá de cualquier circunstancia personal. No es cuestión de creencias. Aunque el ser humano sea especialista, también, en inventar su infelicidad (entre ellos yo).
Una personita, una verdadera maga, aunque ella no sea consciente de ello, y créanme que más de una vez la he visto cambiar el mundo varias veces en una sola tarde, que he reconocido hace poco como tal, o hace mucho, o desde siempre, en fin, me decía que no le gustaba esa tristeza que veía en mí. No supe decirle, en ese momento, que era una inmensa y profunda alegría lo que sentía, de estar allí, compartiendo ese instante junto a ella, debatiendo, intercambiando experiencias, aprendiendo.
Esa felicidad que somos es la piedra filosofal definitiva, la quinta esencia, el santo grial, la fuente secreta, privada y universal a un mismo tiempo y espacio, de toda transformación. Descubrirla supone tener la varita mágica con la cual podemos convertir todo en algo lindo y hasta a veces útil. El camino del alquimista pasa, antes que nada, por hallar en sí mismo ese manantial sagrado llamado piedra filosofal.
Cosas muy lindas he aprendido, hace poco aprendí que generalmente mi tristeza, viene a señalarme en qué me equivoco, para poder enmendarlo y seguir así expandiendo mi consciencia, aunque también reconozco que más de una vez no suele pasar eso.
Acepto la tristeza que esa tarde la maga creyó ver en mí.
Pero ya les contaré de ello más adelante…