Ella comenzó a dibujar un paisaje en una hoja amarillenta, con su lápiz añejo, muy gastado y reducido en tamaño, pienso yo que debido al uso. Sus trazos eran tímidos pero se endurecían a la hora de querer remarcar matices o fortalecer una idea de lo que su imaginación le iba contando. Aquella lámpara de 40 Watt no sólo iluminaba aquella hoja que de a poco se iba complementando con grafito, sino que permitía ver las figuras que el humo de su cigarrillo formaba con cada suspiro tras cada bocanada; y pueden creerme que hay imágenes (como esas) que son imposibles de describir o guardar en la mente con tanto detalle como para sentirse uno mismo parte de aquella situación.
Por un momento, pensé que crecí bastante al darme cuenta que no arruiné el momento interrumpiendo con alguna pregunta o comentario, por lo que decidí sacarme la corbata y desabrocharme los dos primeros botones de la camisa…
-El violeta te queda bien, me dijo mientras le daba una seca al cigarrillo.
-¿Cómo?, le respondí sin comprender del todo la situación.
-La camisa violeta, nunca te ví una de ese color, la camisa violeta y tu traje gris te sientan bien, me respondió a la vez que agregó, y el detalle del pañuelo en el bolsillo del saco también es muy bueno, te felicito, vestís bien.
Atiné a decir un tímido gracias, mientras fui por unas tazas de té y encendí un cigarrillo como pretexto de compañía, aunque no lo era tal, dado que ella estaba sumergida en su mundo de creación y yo bastante cansado de todo el día.
Su vista se perdía por momentos en aquel ventanal, con una mirada vesánica, observando lo que sólo ella podía ver, recorriendo el paisaje y mirando la Luna y las estrellas con una paciencia tal que tendía al infinito por momentos en aquella noche de octubre, puedo jurar que sentí que esperaba a algo o a alguien, lamentablemente no contaba (ni cuento) con los argumentos necesarios como para sostener esa teoría. No terminé de reparar en eso que el sonido de una campana en lo lejos me devolvió a la realidad, ella estaba tomando el té y poblando la hoja con su lápiz y yo estaba con el cigarro casi apagado.
El silencio dejó de ser silencio cuando empecé a caminar por algunos pensares, pero decidí suspender esos paseos que realizo por mis fantasías para asomarme (sin molestar ni interrumpir) a aquel ventanal y mirar la ciudad desde lo alto. Claro está que no me gustan los edificios, empero debo reconocer que la vista a veces es inspiradora; y esa noche lo era, la Luna dominaba el cielo con su brillo a la vez que Júpiter le presentaba batalla y yo no sabía bien a quien mirar, ambos estaban muy cerca y cualquiera hubiese optado por mirar a los dos al mismo tiempo, pero yo nunca fui cualquiera y terminé comparando el tamaño aparente de los dos astros, como si una solución científica pudiera sacarle el romance que el espectáculo le proponía a mi mirada.
Una brisa fresca me trajo de nuevo a aquel ventanal, y quedé atónito al ver la hora.
-Irina me voy, mirá la hora que es, se hizo re tarde. Le dije mientras miraba el celular.
-Esperá diez minutos más que ya termino. Mientras prepará otro té que lo tomamos y te vas. Sugirió sin levantar la vista de aquella hoja amarillenta.
Aproveché la acción y vacié el cenicero de ella que estaba lleno de cigarrillos, evidentemente estuve mucho tiempo perdido en el cielo, o al menos lo suficiente como para que ella fumara siete cigarros.
Por alguna razón no miré jamás el dibujo que ella hizo, pero cuando me fui advertí que dibujó exactamente lo que yo le había contado hacía una semana atrás; como quería que sea mi casa y en que lugar de las sierras bonaerenses sería.
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