En un boulevard del pintoresco pueblo de Sierra de la Ventana, más precisamente en un bar, se encontraba Walter Martinez tomando un café bien cargado junto a su amigo Carlos Rojas. Es menester aclarar que una vez cada quince días se encontraban en ese lugar a celebrar aquella ceremonia, siempre elegían la misma mesa, que daba al gran ventanal que tenía como postal al Cerro Tres Picos en la lejanía. Con el correr del tiempo y para serles sinceros tras varias escuchas de sus conversaciones, pude enterarme que Carlos visitaba a Walter dos veces al mes, al parecer eran amigos desde hace mucho tiempo y en algún momento Carlos se mudó a Olavarría o por los alrededores, nunca me quedó del todo claro. Es necesario aclarar que ambos son personas grandes, de alrededor de 70 años, aunque sus apariencias no demuestren esto último.
Sus charlas eran de lo más variadas, por demás interesantes, es por eso que cada vez que los veía en aquella mesa, yo me ubicaba lo más cerca posible para poder oír lo que decían. Más de una vez tuve que irme por motivos laborales y en mi camioneta, peregrinando por la ruta, me acordaba y pensaba sobre lo que hablaron y unas cuantas veces me quedé fantaseando sobre las posibles continuaciones de sus charlas o de los temas que seguirían al finalizar el tema que estaban conversando, o mejor dicho, hasta donde pude llegar a escuchar. El léxico empleado por ambos, la competencia lingüística que usaban, era algo demoledor, estimulante y atrapante; cada silencio decía algo; cada expresión en sus rostros o gesticulación con sus manos acentuaban o glorificaba cada una de las palabras proferidas en los diversos encuentros… era tal la magia que rodeaba a aquellos encuentros que jamás me permití arruinarla con una intromisión… más de una vez me tenté y quise acercarme a ellos para compartir la charla, empero, mi respeto y mi admiración a estas dos personas jamás me lo permitieron.
En fin, como les decía, en aquel boulevard del pintoresco pueblo de Sierra de la Ventana, más precisamente en aquel bar que les dije con anterioridad, se encontraba Walter Martinez tomando un café bien cargado junto a su amigo Carlos Rojas, ese día me permití faltar a mis obligaciones y me quedé escuchando lo que decían. Eran alrededor de las 17hs. cuando el cielo color rojizo formaba extrañas figuras en complicidad con las nubes, allí me percaté de aquel silencio en la conversación, cosa que no era muy habitual… ese vacío de sonidos se prolongó por un tiempo largo.
De repente Walter dijo: Carlos hace varios días que siento el peso de los años; me levanto sin ganas de nada y me aploma el pensar que los días no tienen nada nuevo para mi. Me lastima no poder realizar lo que solía hacer antes sin inconveniente alguno; me aploma no poder proyectarme a más de dos años, es como si los proyectos se hubiesen estancado; vencido por llamarlo de un modo elegante. Es así, es lo que siento.
Quedé perplejo al escuchar eso, por lo que me dí vuelta y miré el cuadro de situación. Carlos esbozó una sonrisa tierna, se sacó los anteojos, limpió ambos lentes, se los volvió a poner y con el mismo gesto, dió un sorbo a ese café que aún largaba vapor.
Walter, yo hace un tiempo me planteé algo similar, pero opté por transitar por el otro camino, a mi edad creo que aún soy capaz de muchas cosas, por eso me meto en cuanto proyecto puedo, ayudo a mi familia con los campos y vengo a visitarte cada dos semanas, además de ser un honor para mi visitarte, son como unas pequeñas vacaciones, una distracción. El paisaje es tan inspirador. Vamos Walter, no me afloje ahora, tomemos el otro camino. Hay tanto más allá para ver todavía. Vivir es tan inspirador.
Carlos asintió con la cabeza, remató de un trago el café y juntos se levantaron.
La imagen de los dos amigos, me tocó el corazón, sus palabras aún hacían eco en mis oídos cuando se dieron un pequeño abrazo y mientras se iban pude escuchar a Walter decir: Carlos, voy a tomar el otro camino.
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