Viejo, nunca me exigiste lo que debía ser, pero si
alguien te cuenta de mí, tenés que saberlo… Viejo… soy tu culpa, no en el arte,
no en mi profesión, no en la ciencia, no en la música, no en lo que soy, sino
en tu ejemplo. Quizás sos el combustible de mi vida. No hay día en que no estés
conmigo, no compartimos todo lo que quisiera, pero me sacaste más de una
sonrisa de vez en cuando y me hiciste enojar más de una vez.
Egoístamente para los que te queríamos y conocíamos,
viendo tus penurias físicas y algunas psíquicas, para los que nos quedamos, la
vida te dio un tiempo mayor a lo que la predicción médica decía, que nos sirvió
para elaborar una suerte de despedida en vida.
Viejo en mi caso no prefiero eso, quisiera que sea
instantáneo, en mi ley, que entiendo que puede llegar a ser la tuya.
Me relaja mi necesidad de saber que a la gente no le gustan
que mis escritos no sean más que una lágrima en el mar. No soy especial para
nada en este mundo, tal vez por ello las carambolas de la vida nos trajeron
hasta aquí.
Siempre quiero sentarme a la mesa con vos, viendo
fútbol, tomando vino y comiendo asados, esos que siempre te salieron tan bien.
Hace tiempo que empecé a escribir describiendo lo que
veía y con el tiempo a describir de la piel para adentro, ahí donde
habitás vos desde siempre, para siempre.
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