El mundo tiene también una
crisis existencial, al igual que quién les escribe estas líneas tan temprano, o
tarde ¿Qué más dá?. Vengo desangrándome por los rincones de este inverno, vagando
y conversando con todo ese viento, esquivando balas de plata que arañan la
puerta en la madrugada, pidiendo pista en la trinchera de mis días y creando orificios
de ingreso en el orgullo y la razón.
Desde hace ya un tiempo que vengo pensando que uno llega a diferentes estadíos donde la mente se alquimiza con la memoria cuando se rememora aquello que se extraña, y es ahí cuando tengo miedo de usar el pasado como una válvula de escape a todo lo que tiene que ver con el mañana. Entonces, es el pasado lo que está presente y el futuro termina resultando indiferente; por eso es que últimamente nada me interesa, y entiendo que no tengo nada importante porque luchar o vivir.
En cambio, muchos viven el momento como una joya de oro que se pierde con el paso del tiempo, otros, un poco más cuerdos quizás, trabajan en la búsqueda de un sueño como método de escape o motivación. Entiendo que ir hacia adelante no siempre es ir al futuro, a veces, ese avance se justifica en buscar algo que se perdió en vez de investigar lo que sea que uno desea encontrar.
Así, es que todos somos un montón de desconocidos que coexistimos en un mismo lugar, y a veces ni siquiera llegamos a eso.
Hace poco tiempo que conocí a Vanessa, cruzando un puente en la imaginación que nos permitió atravesar aquella noche entre risas y anécdotas. No recuerdo quién agregó a quién, aunque ella sugiere que fui yo sin saberlo. La historia es confusa y poco aporta a todo esto, me pueden creer.
Fue así que pasamos nuestras noches y días, de chistes tontos a chistes inteligentes, de risas a historias de vida, hubo sueños en los que dijimos presente, relatos de películas, de esas que hacen llorar y también aquella tonada foránea que le sale tan bien cuando la imita. Hubo una madrugada donde se sopló la junta de la chata del ruso, y también estuvo Entre Ríos, allá, lejos, pero acercándonos.
Vane fue clara al explicar que hacemos lo que podemos con los recursos que tenemos y que eso es suficiente motivo para celebrar. A su manera me mostraba que las cosas salen: ni bien, ni mal, sino que a veces no concuerdan con las ideas iniciales que nos habíamos imaginado. A su manera intentó que trate de entender que hay que confiar en los procesos, y creer que siempre es lo mejor que nos puede estar pasando. Que también estamos en el lugar indicado, con las personas correctas y que somos suficientes… aunque creo que con el tiempo se dio cuenta que no lo veo tan así… pero que no lo dejo de intentar.
Fue así como la buena onda dijo presente, al igual que la atenta escucha, había algo lindo en su discurso, algo en su filosofía resonaba en un “yo” que hacía tiempo que se había retirado a otro lugar, tal vez más elegante. Recuerdo cierta vez en la que me dijo algo así como: “Siempre que uno actúa de buena fé, y decidiendo con el corazón, nada puede ser tan malo. Los resultados, sólo son resultados... se vuelve a intentar, con el corazón tranquilo de que uno está haciendo las cosas bien".
Vane también me hizo conocer las ondas delta, sabiendo de mi curiosidad y desvelo por saber.
Cierta noche de ayuno y vino de mi parte, me convertí en su cómplice en aquel necesario “operativo timbre” de madrugada. Y así podría contar mil anécdotas que engalanan a su persona, pero que poco aportaría a lo que realmente importa cuando uno refiere a alguien.
Antes de vernos, Vane me hizo pensar en el brillo de mis ojos cuando era chico. Fue imposible no comparar la mirada perdida y sin brillo, con los párpados levemente caídos que están en aquel mismo lugar hoy en día… Vane tiene eso, siempre me hace pensar.
Cuando Vane vio mi foto de pequeño, me envió una de ella, también de chica, y me dijo: “preguntale si lo dejan salir a jugar”. Ella no tenía idea de cómo venían siendo mis días, pero con aquel gesto, movió la estantería. Punto para ella.
Los días en silencio, aquella invitación, los nervios y ese “Robert” cuando llegué… Imposible que me olvide de ello.
Así Vane, se volvió la novedad más bella en estos tiempos, un soplo de frescura, una mirada distinta de lo que pasa y acontece.
Cuando uno es un niño no tiene un pasado al cual recurrir, por eso todo se torna una novedad, todo es presente. No hay un pasado que te hace tocar fondo en momentos ambiguos, ni que te rebase y te haga enfrentar a tu destino, o aspiraciones.
Desde hace ya un tiempo que vengo pensando que uno llega a diferentes estadíos donde la mente se alquimiza con la memoria cuando se rememora aquello que se extraña, y es ahí cuando tengo miedo de usar el pasado como una válvula de escape a todo lo que tiene que ver con el mañana. Entonces, es el pasado lo que está presente y el futuro termina resultando indiferente; por eso es que últimamente nada me interesa, y entiendo que no tengo nada importante porque luchar o vivir.
En cambio, muchos viven el momento como una joya de oro que se pierde con el paso del tiempo, otros, un poco más cuerdos quizás, trabajan en la búsqueda de un sueño como método de escape o motivación. Entiendo que ir hacia adelante no siempre es ir al futuro, a veces, ese avance se justifica en buscar algo que se perdió en vez de investigar lo que sea que uno desea encontrar.
Así, es que todos somos un montón de desconocidos que coexistimos en un mismo lugar, y a veces ni siquiera llegamos a eso.
Hace poco tiempo que conocí a Vanessa, cruzando un puente en la imaginación que nos permitió atravesar aquella noche entre risas y anécdotas. No recuerdo quién agregó a quién, aunque ella sugiere que fui yo sin saberlo. La historia es confusa y poco aporta a todo esto, me pueden creer.
Fue así que pasamos nuestras noches y días, de chistes tontos a chistes inteligentes, de risas a historias de vida, hubo sueños en los que dijimos presente, relatos de películas, de esas que hacen llorar y también aquella tonada foránea que le sale tan bien cuando la imita. Hubo una madrugada donde se sopló la junta de la chata del ruso, y también estuvo Entre Ríos, allá, lejos, pero acercándonos.
Vane fue clara al explicar que hacemos lo que podemos con los recursos que tenemos y que eso es suficiente motivo para celebrar. A su manera me mostraba que las cosas salen: ni bien, ni mal, sino que a veces no concuerdan con las ideas iniciales que nos habíamos imaginado. A su manera intentó que trate de entender que hay que confiar en los procesos, y creer que siempre es lo mejor que nos puede estar pasando. Que también estamos en el lugar indicado, con las personas correctas y que somos suficientes… aunque creo que con el tiempo se dio cuenta que no lo veo tan así… pero que no lo dejo de intentar.
Fue así como la buena onda dijo presente, al igual que la atenta escucha, había algo lindo en su discurso, algo en su filosofía resonaba en un “yo” que hacía tiempo que se había retirado a otro lugar, tal vez más elegante. Recuerdo cierta vez en la que me dijo algo así como: “Siempre que uno actúa de buena fé, y decidiendo con el corazón, nada puede ser tan malo. Los resultados, sólo son resultados... se vuelve a intentar, con el corazón tranquilo de que uno está haciendo las cosas bien".
Vane también me hizo conocer las ondas delta, sabiendo de mi curiosidad y desvelo por saber.
Cierta noche de ayuno y vino de mi parte, me convertí en su cómplice en aquel necesario “operativo timbre” de madrugada. Y así podría contar mil anécdotas que engalanan a su persona, pero que poco aportaría a lo que realmente importa cuando uno refiere a alguien.
Antes de vernos, Vane me hizo pensar en el brillo de mis ojos cuando era chico. Fue imposible no comparar la mirada perdida y sin brillo, con los párpados levemente caídos que están en aquel mismo lugar hoy en día… Vane tiene eso, siempre me hace pensar.
Cuando Vane vio mi foto de pequeño, me envió una de ella, también de chica, y me dijo: “preguntale si lo dejan salir a jugar”. Ella no tenía idea de cómo venían siendo mis días, pero con aquel gesto, movió la estantería. Punto para ella.
Los días en silencio, aquella invitación, los nervios y ese “Robert” cuando llegué… Imposible que me olvide de ello.
Así Vane, se volvió la novedad más bella en estos tiempos, un soplo de frescura, una mirada distinta de lo que pasa y acontece.
Cuando uno es un niño no tiene un pasado al cual recurrir, por eso todo se torna una novedad, todo es presente. No hay un pasado que te hace tocar fondo en momentos ambiguos, ni que te rebase y te haga enfrentar a tu destino, o aspiraciones.
Una vez le dije: Que lindo que era a esa edad, enseguida te hacías amigo, bastaba con preguntarlo solamente: ¿Querés jugar conmigo? Eran tiempos deliciosos. Recuerdo que ella me respondió algo así: Y si esa táctica era buena, ¿Por qué no seguir empleándola?
Quizás forjar futuros es el verdadero motivo para
olvidar el pasado, a lo mejor, el pasado no tiene por qué definir la
actualidad, eso Vane lo sabe muy bien.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario