El otro día sugirieron realizar recortes de
la vida de cada uno en un programa de televisión, o sea, recortar momentos poco
significativos, esperas, desamores, de infelicidad, a veces de tristeza o
aburrimiento y al terminar la edición creo que quedaría una película de diez
minutos. A esa conclusión llegamos tras un corto debate con el tío, empero el relato
a continuación bien podría caer en esa suerte de edición de vida personal, no
por su falta de contenido, sino más bien por una cuestión de repetición y hasta
hastío.
De todas maneras lo peor es que sucedan
situaciones o comentarios como: “El otro día estuve con Roberto, ¡está siempre
igual, no cambió nada, siempre un tipazo!”, como si se tratara de un elogio,
una virtud o algo positivo… todas esas repeticiones o frases como: “yo siempre
les digo a mis hijos”, ó “como yo siempre digo”, ó aún, “a mis alumnos siempre
les cuento lo mismo”, se tornan para mí como mensajes alarmantes, verdaderamente
alarmante dado que la imaginación personal de ustedes (al igual que a mi), ya
se estará construyendo la imagen tediosa de los hijos, los alumnos o de todo aquel
que padezca dicha situación la cual es pésima, al igual que alguien que siempre
repita lo mismo. En definitiva, el “siempre” termina siendo ominoso y refiere a
repeticiones que a priori da a pensar en determinada patología. Mi tío
entonces, es ese tipo de persona que padece esa patología y mi relato a
continuación, hace referencia a su discurso, siempre, en sobremesas, a veces en
el momento del café, o en ese instante previo a servir el asado, cuando se
vierte por vez primera el vino en la copa.
En esas charlas de entremesa mi tío afirma
luego de unas copas que: "Es siempre bueno y vale la pena decir que uno hace el
esfuerzo de pertenecer a determinado grupo de personas, los que tienen ganas de
hacer algo, de concretar metas o simplemente de ser parte de una historia y que
ese grupo siempre lucha, tiene esperanzas de amor". O sea, que mantiene las
esperanzas de que ocurra algo muy bueno cada vez que piensa en el futuro, pero
siempre será a mi modesto parecer, un gesto de cortesía a uno mismo y para los
demás también, sobre todo a aquellos que nos quieren, aman o nos acompañan. El
creer en proyectos, en mantener ideales o defender aquellos valores propios,
siempre refresca, eso mantiene joven a uno mismo. En definitiva mostrarnos de
esa manera es un gesto de amor también para aquellos que nos quieren, nuestros
padres, hermanos, amigos, familiares e incluso nuestros hijos o aquellos que se
acercan a nosotros.
Conozco muchas personas que otrora fueron muy
intensos, con mucha energía y de ellas algunas muy tempranamente y otras no
tanto, comenzaron a “desinflarse”, se pincharon, como se dice coloquialmente en
los barrios de Buenos Aires y que quede claro, no me refiero con ello a
adquirir algunos kilos de más, perder el cabello, comenzar a usar anteojos o
simplemente ser más lento en la forma de pensar o responder con el paso del
tiempo, sino que a mi parecer es como si terminaran entregándose al tiempo,
renunciando a lo que puede ser, pierden el cinismo que los caracterizaba y la
característica principal es la falta de exigencia alarmante ante todo. Por
citar algunos ejemplos: no exigen que un gobierno satisfaga alguna necesidad
básica, ó que una gracia sea humorística y los hagan reír; no exigen que una
película o programa de TV sea cautivante para toda su vida; especialmente no se
exigen ellos. En definitiva y para no hacerla larga, no exigen nada de nada. El
reflejo inmediato está a simple vista en el espejo, pero ya ni en eso se fijan
y todo comienza con una camisa mal abrochada o por fuera del pantalón, la
mirada perdida y con desgano, se sientan mal en las mesas, pierden el ánimo de
seleccionar adecuadamente las palabras que van a utilizar coloquialmente; no se
toman ese tiempo, prefieren que la cara, las manos, sus expresiones y pensamientos
sean laxos. La consecuencia es conocida por todos, el discurso concatena en
palabras yuxtapuestas que se asemejan a una persona intentando cruzar un arroyo
de poco caudal saltando de piedra en pierda sin saber cuál va a ser la otra y
claro… todo eso con el paso del tiempo
deriva en las clásicas repetición de anécdotas o momentos.
Si te está sucediendo algo parecido a lo que
relato, te pido por favor, anotá lo que contás, pensá cuando hablás y contás
una historia o suceso, pero no por vos, sino por nosotros que te queremos y te
escuchamos, nos vas a ayudar, te vas a ayudar ¿Por qué digo esto? A veces
acontece por decadencia propia, pero muchas otras es por egoísmo que suceden
esas cosas. Ese egoísmo de dejarse estar sin pensar que uno ocupa un lugar en el
mundo y lo comparte con otros que lo miran, conviven y hasta lo quieren. Y aunque
no tengas para quién, tenés que pensar que siempre uno hay. Igual, tranquilos,
muchas personas (quizás nosotros, agregaría al relato del tío) creen que no son
así y son así… el mundo se caracteriza
por tener personas que creen que no son de una manera y terminan siéndolo. El
otro día hice una prueba preguntando: ¿A quién le gusta la democracia? Y todos levantaron
la mano, cuando en realidad no a todos les gusta, quizás sólo les gusta un
ideal partidario o los atributos constitucionales…
Alguna vez nos hemos preguntado: ¿Yo soy
interesante? Y claro, uno automáticamente piensa en fiestas o eventos donde
coloquialmente lleva el diálogo, impone premisas o simplemente es escuchado
cada vez que aparece la oportunidad de meter bocado, la duda forma parte de ese
bagaje de cortesías para uno mismo y siempre es un sano ensayo que considero
bien.