La ruta estaba cargadísima, lo cual no me pareció extraño pese a mi cansancio, pero debía ir a la ciudad de Tandil por cuestiones laborales, de todas maneras, Tandil es lo que menos me molestaba de todo ello, lo que sin dudas me molestaba era ese tránsito incesante. Pensé que al llegar a la RP30 el mismo iría descendiendo. Triste equivocación, en la ciudad de Las Flores el caos aún continuaba.
De acompañante al lado mío estaba un niño de unos 10 años que observaba como yo miraba por la ventanilla del ómnibus de larga distancia, apoyando mi mentón en mi mano izquierda, viendo la nada y pensando recurrentemente en el único tema que ocupaba mi cabeza. Rompiendo con la monotonidad del viaje, y con un tono temeroso, me preguntó: ¿En qué pensás?. Lo miré con cierta ternura y le respondí que pensaba en una persona especial.
-¿Cómo se lama esa persona especial?.
A decir verdad no tenía la más mínima ganas de comentarle a un niño sobre mi pensamiento recurrente, ni sobre mi persona especial, de todas maneras aquello podría servir de distracción de aquel tránsito diabólico que comenzaba a exasperarme. Así que de forma menos simpática le dije el nombre de mi persona especial.
-¿Vas a verla a Tandil?, preguntó suspicazmente.
-No, ella está en Buenos Aires, ni debe saber que estoy viajando a Tandil, respondí con total sinceridad, el tiempo demostraría que si lo sabía.
Aquel niño, se quedó pensando un buen rato en silencio, pensé que con eso, había dado por terminado el diálogo, así que volví a mi posición anterior y observé como el ómnibus entraba en la rotonda, abandonando así la RN3 y tomando por fin la RP30. La paz duró poco eso si.
-Soy bueno escuchando, si querés podés contarme que te pasa, dijo cortando repentinamente el silencio de aquel viaje.
-Estoy cansado de andar repitiendo que me pasa, la verdad que no gano nada contándote lo que me pasa o lo que pasa, además no solucionaré nada si lo hago. Respondí cortantemente.
Muy audazmente el niño comenzó a contarme su historia, sus amores y desamores, su situación, sus vivencias, sus perspectivas, su forma de sufrir el mundo y debo reconocer que me fue atrapando su relato, la sinceridad se volvió absoluta en aquel momento y generó un punto de inflexión y sin darme cuenta terminamos hablando de lo que me pasaba, de todo lo que pasó y de lo que puede estar por venir.
Con el correr de aquella noche y de los kilómetros, nos fuimos haciendo grandes amigos, y ese niño que yo veía, pasó a ser una persona distinta, una persona con la cual nos fuimos conociendo en muy poco tiempo, reconociendo aciertos y desaciertos, gustos en común y no, esa persona me hizo poesía casi sin conocerme, y por aquel hecho quedó pendiente siempre un homenaje.
Cuando llegamos a Tandil, bajamos del ómnibus y vaya uno a saber si es cosa del destino, pero para sumarle similitudes al cuento de Cortázar, el niño en cuestión se llama Lucas.
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