Todo empezó en una fiesta en Ramos Mejía o Ciudadela tal vez… la verdad no lo recuerdo. Llegué empinando tres chichas y con un compañero que se encontraba en la entrada del lugar con temor de ingresar… la puta!!!, que cara de temor tenía ese muchacho… Claudio creo se llamaba. La cuestión es que armado con un cigarrillo y con aliento bastante fuerte por las chichas, ingresamos a ese boliche.
La música a todo lo que daba (era fija que había mas de 85dB), las luces ultimaban mis retinas con sus fotones y su haz luminoso, creo recordar que me mareé, pero la vista alcanzó a ver la barra y como alumbrado por la providencia pode divisar una botella de Callia Shiraz-Bonarda. Enseguida me arrojé sobre la barra y lo pedí. Mi compañero me dijo que si lo tomaba me iba a quedar sin hígado y sin dignidad, pero que más da!, ya era tarde cuando me lo dijo… El vino estaba en la copa.
Enseguida al lado mío apareció ella… su cuerpo hablaba hermosuras y su voz pidió un vino también, aproveché la ocasión para recomendarle el mismo que yo consumía. Gustosa aceptó mi oferta y nos pusimos a charlar sobre varietales, copas, y calidades de aquel elixir. Cuando quisimos acordar las dos botellas habían desaparecido.
El grado alcohólico era tal que le proferí:
-Te cuento que no puedo convidar más que promesas rotas, mientras le convidaba de mi copa.
Mentime despacio y servime otra copa... respondió. Enseguida pedí otra botella de vino. Quizás mis dotes de “proyecto de poeta” me impulsó a decirle:
-¿Qué clase de viento te arrastro a mis manos?. Ella comenzó a reírse. Continué:
-¿Qué borracha suerte me convido con vos?. En la fiesta de tu risa busco el talle de mis sueños.
Siguió riéndose y tomando de un sorbo el vino de su copa, hablándome al oído me decía que fue sola a ese lugar a naufragar en el oleaje, para recuperarse de los besos que hundieron su barco.
Yo no era un gran pirata y equivocaba vientos entre las tempestades de su escote, me animé y le robé un beso de su húmeda boca, sin dudas uno de los mejores besos en tiempo. Y fueron desfilando promesas de vino, botellas al mar. Por eso me tomé mi tiempo, quedándome bien cerca de los mejores besos y de las buenas botellas.
La noche pasó y mi compañero apareció en las peores, y como caballero que soy, acudí a asistirlo en ese momento. Fuimos al baño e hizo todo (y un poco más) de lo que debía hacer. Cuando volví a la barra, ella me dijo:
- Bueno, nos vemos el fin de semana que viene, misma hora, en el mismo lugar. Su copa tenía un hielo…
-Desconfío eternamente de los después nos vemos... y de los que andan siempre con dos copas de menos.
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