martes, 27 de agosto de 2024

Disfrazado de olvidar...

Tu sonrisa se convirtió en mi guarida,
refugio seguro de los días crueles.
Con cada día más heridas y menos tiempo,
pero en el fondo de mi pecho una voz susurra
por lo que nunca existió y jamás olvidaré.
Y así, en tus noches obscuras y
de frío siempre te voy a querer.
Cuando la ansiedad dice presente y
los días se vuelven grises,
piensa en mí y en algún lado estaré.
 
Vos, mi sueño y mi desvelo,
ese nudo en la garganta.
Aquel escalofrío que me invade
cuando pronuncian tu nombre.
Vos, mi recuerdo más bello,
mi travesía jamás concretada.
Mi utopía más contada,
la luz que evapora la escarcha.
 
No existe en la bahía, ni en mi país
princesa alguna, pero si bien se mira
existe una entre cualquiera,
mi musa preferida, mi tinta china,
mi papel en blanco donde fantasear.
Y acá va este poema que cual testamento
da cuenta de mi amor unilateral,
qué cual trago ya pasó,
disfrazándose de olvidar.
 
Cuando llueva en la mirada y
de la tristeza quieras huir,
pronuncia bajito mi nombre
y sola volverás a reír.
Y mientras papeles les ganen a piedras,
cual regalo de un poeta,
yo juego a olvidarme,
mientras el mundo avanza 
y el frío de tu ausencia me invade.

miércoles, 21 de agosto de 2024

El coleccionista de llaves II…

Una tarde, mientras Daniel estaba en un parque viendo a unos patos, se le acercó una persona que se presentó como Roberto. Tras la presentación y una breve introducción, Roberto le mostró una llave muy extraña. Daniel la observó con particular atención, ya que nunca había visto una llave igual.
La llave tenía un diseño inusual, casi imposible de clasificar. Su cuerpo era de un material que parecía una mezcla entre bronce y algo más ligero, con una pátina que le daba un aspecto antiguo, pero con detalles modernos. El vástago de la llave tenía curvas intrincadas y símbolos grabados que no reconocía. La cabeza de la llave era grande y redonda, con un agujero en el centro, rodeado por inscripciones en un idioma que Daniel no podía identificar.
Roberto le dijo que se la regalaba, ya que no tenía sentido tener una llave que no servía de nada. Daniel aceptó aquella llave, agradeciendo el gesto y tras llegar a su casa comenzó a estudiarla con detenimiento y gran atención. Colocó la llave en su mesa de trabajo y encendió su lámpara, enfocándola directamente sobre el misterioso objeto. A medida que la luz iluminaba los detalles, Daniel se sumergió en su análisis. Utilizó una lupa para observar de cerca las inscripciones y los grabados. Intentó identificar el material de la llave, pero no pudo determinarlo con exactitud. Parecía un metal, pero tenía una textura y un peso inusuales.
Decidió tomar algunas fotografías de la llave desde diferentes ángulos y envió las imágenes a algunos de sus colegas coleccionistas y expertos en metalurgia, esperando obtener alguna pista sobre su origen. Mientras esperaba respuestas, continuó investigando por su cuenta, consultando sus libros y recursos en internet. La intriga que sentía hacia esa llave crecía con cada minuto. Daniel se dio cuenta de que, a pesar de todas las llaves que había visto y estudiado a lo largo de su vida, esta era verdaderamente única. Sentía que había algo especial en ella, algo que le faltaba descubrir.
En los días siguientes, comenzó a recibir respuestas de sus colegas. Todos coincidían en que nunca habían visto una llave semejante. Algunos sugirieron que podría ser una pieza ceremonial o una obra de arte más que una llave funcional. Otros pensaban que podría ser una llave de algún tipo de caja fuerte o mecanismo perdido en el tiempo. Uno de sus amigos, un experto en simbología antigua, le sugirió que las inscripciones podrían ser una forma arcaica de un idioma olvidado. Esto llevó a Daniel a explorar más a fondo el significado de los símbolos. Con cada pista que encontraba, sentía que se acercaba más a desentrañar el misterio de la llave.
Finalmente, después de semanas de investigación, Daniel tuvo un sueño extraño. En el sueño, se encontraba en una antigua biblioteca llena de libros y pergaminos. Entre las sombras, vio un libro con una portada dorada que tenía el mismo símbolo que la llave. Despertó con una sensación de claridad y propósito.
Decidido a seguir la pista de su sueño, Daniel comenzó a buscar bibliotecas antiguas y colecciones privadas que pudieran tener información sobre la llave. Esta búsqueda lo llevó a recorrer varios lugares y a conocer a personas fascinantes, cada una de las cuales añadía una pieza más al rompecabezas. La llave, que en un principio parecía no servir de nada, abrió para Daniel no una puerta física, sino una serie de puertas hacia nuevos conocimientos y aventuras. Su viaje en busca del origen y el propósito de aquella llave se convirtió en la mayor aventura de su vida, demostrando que incluso las cosas más misteriosas y aparentemente inútiles pueden tener un significado profundo y transformador.
Los años pasaron y el misterio continuaba. Cada vez que iba al parque, Daniel intentaba buscar a Roberto por las cercanías, pero el resultado era fútil. Así, el enigma de la llave se mantuvo en su vida durante muchos años. Con el tiempo, Daniel envejeció. Su pasión por las llaves seguía intacta, pero ya no tenía la misma energía para buscar respuestas. Una tarde, mientras se encontraba sentado en un banco del parque, dándole migas de pan a los patos, una persona mayor, de pelo blanco y rostro perdido, se sentó junto a él.
—¿Todavía no pudo descifrar la llave, verdad? —preguntó el desconocido.
Daniel levantó la vista y observó al hombre con atención.
—¿Usted es Roberto? —repreguntó con un hilo de esperanza en la voz.
El hombre asintió con la cabeza.
—Dediqué mi vida a tratar de entender aquella llave y todo esfuerzo fue vano —respondió Daniel, con una mezcla de resignación y nostalgia.
Roberto lo miró con una sonrisa triste.
—Y siempre lo será, porque esa llave no tiene cerradura. Esa llave fue creada para un propósito que nunca pudo cumplirse.
Daniel frunció el ceño, tratando de comprender.
—¿Qué quiere decir? —indagó.
—Esa llave era para el corazón de una mujer que amaba —explicó Roberto, con la voz quebrada por los recuerdos. —La hice con la esperanza de que, de alguna manera, abriera su corazón para mí. Pero ella nunca correspondió a mis sentimientos.
Daniel quedó en silencio, procesando esas palabras. Entendió que la llave misteriosa, la que había ocupado tanto de su tiempo y pensamiento, era una metáfora de algo mucho más profundo. Roberto continuó hablando.
—Nos conocimos hace muchos años, Daniel. Yo también era un coleccionista, pero me di cuenta de que las llaves más importantes son las que abren corazones, no puertas. Te di esa llave esperando que entendieras que hay cosas más valiosas que cualquier objeto material.
Daniel sintió una mezcla de emociones. La llave que había estudiado con tanto ahínco no era más que un símbolo de algo que había dejado pasar: las conexiones humanas, el amor y la amistad.
—Lamenté no haber podido encontrarte todos estos años —dijo Daniel, con lágrimas en los ojos.
—Y yo lamenté no haberte ayudado a ver antes lo que era realmente importante —respondió Roberto con ternura.
Los dos hombres se quedaron en silencio, mirando a los patos. La revelación había llegado tarde, pero había llegado. Daniel entendió que, aunque había dedicado su vida a las llaves, había olvidado la más importante de todas: la llave que abre al corazón.
Desde aquel día, Daniel encontró un nuevo propósito. Aunque su cuerpo estaba débil y su tiempo era limitado, se dedicó a reconectar con las personas que había dejado de lado en su búsqueda. La llave de Roberto, aunque nunca encontró una cerradura, abrió una puerta en su corazón que había estado cerrada durante demasiado tiempo.

jueves, 15 de agosto de 2024

Perdiendo los últimos trenes…

En tus pupilas me veo vivo.
Ojalá nunca tengamos que elegir
entre el olvido y la memoria,
lo cotidiano y existir.
 
Cuantos besos quedan
en mis ojos al mirar tu boca.
La madrugada arrastra los pies y
aunque yo no quiera mirar,
te espío de lejos y guardo en mi garganta
el relato de este naufragio cruel.
 
Corazón, se acerca la despedida.
Veníamos mal y ella invadió todo con su luz.
Mala suerte, todo es angustia y está roto,
nuevos aires que no llegan, ni atraen.
La mirada otra vez vacía y sin alma,
cicatrices que no se curan, ni se ven.
Colección de fotos y estampas,
latidos apagados de medianoche,
Te quiero lo suficiente como para no olvidarte.
 
Hablame de dolor cuando te veas
obligado a dejar de querer a alguien.
Dejemos que el viento hable en este invierno,
que vaya ocupando cada uno de los rincones.
A cara o ceca con el destino,
todo puede lastimar, el espejo ladra y muerde.
Y a esta despedida a mano armada
por ser un Romeo de cartón,
un Cyrano que acumula cartas y rimas,
se pierde, mientras busca tu balcón.
 
Corazón otra vez nos equivocamos de dirección,
después de dar tantas vueltas, mareados,
llegará el momento de darnos la espalda,
será la marea la que inunde las miradas
y tape los rastros de nuestras pisadas.
Y en andenes vacíos, ya sin esperanza,
nos volveremos fulanos de nadie
mientras perdemos los últimos trenes.

 

miércoles, 7 de agosto de 2024

El coleccionista de llaves I…

La historia de Daniel es la historia de alguien que encontró en un objeto aparentemente sencillo una fuente inagotable de fascinación y conocimiento. Su vida dedicada a las llaves no sólo le permitió abrir puertas físicas, sino también puertas a la historia, a la cultura y a las conexiones humanas.
Desde pequeño, Daniel sintió una curiosidad insaciable por esos pequeños objetos de metal que permitían abrir puertas a nuevos ambientes, dar con tesoros, conocer nuevos y fascinantes mundos y secretos: las llaves. Mientras otros niños se interesaban por juguetes y juegos, Daniel quedaba fascinado ante la vista de una llave, maravillado por la promesa de lo que podría abrir.
A corta edad, comenzó a coleccionar sus primeras llaves. Cada una era un nuevo enigma, un objeto que merecía ser estudiado con detenimiento. Pasaba horas observando sus diseños, explorando la variedad de combinaciones posibles, sus tamaños, y sus formas. No le importaban tanto las cerraduras; su verdadera pasión residía en las llaves mismas.
Las llaves que coleccionaba venían de todas partes. Algunas las encontraba en mercados de antigüedades, otras las recibía como regalos de amigos y familiares que conocían su peculiar afición. Cada llave tenía una historia, un origen, y Daniel se sumergía en la tarea de descubrir todo lo posible sobre ellas. Sus favoritas eran las antiguas, aquellas que habían abierto puertas hace cientos de años, y que ahora sólo guardaban recuerdos.
Con el tiempo, su colección creció exponencialmente. Daniel dedicó una habitación entera de su casa a sus llaves, organizándolas meticulosamente en vitrinas de vidrio. Allí, cada llave tenía su lugar, su etiqueta, y una breve historia que él mismo había escrito. Aquella habitación se convirtió en su santuario, un lugar donde podía perderse durante horas, sumergido en el pasado y en los misterios que cada llave contenía.
Daniel sentía una particular atracción por las llaves que no tenían cerraduras. Para él, esas llaves eran un enigma aún mayor, un misterio sin solución aparente. Pensaba que fueron llaves realizadas para abrir algo que, en definitiva, perdió importancia o que ya no era necesario resguardar. Estas llaves sin destino concreto le fascinaban, pues simbolizaban puertas cerradas para siempre, secretos olvidados, y la naturaleza efímera de las cosas importantes con el paso del tiempo. Así, se volvió un experto en los materiales utilizados para la elaboración de las llaves. Aprendió a identificar y apreciar las sutiles diferencias entre las llaves de madera, acero y bronce. Cada material le contaba una historia, le decía cuál era el fin para el que había sido creada.
Las llaves de madera, por ejemplo, le hablaban de tiempos antiguos, de épocas donde la tecnología aún no había avanzado lo suficiente para utilizar metales de manera común. Estas llaves eran sencillas y toscas, pero llenas de historia y de un encanto rústico. Daniel imaginaba que alguna vez abrieron cofres de tesoros o puertas de casas modestas en pequeñas aldeas.
Las llaves de acero, por otro lado, representaban un avance en la ingeniería y la seguridad. Eran robustas y resistentes, creadas para proteger lo que realmente importaba. Con sus diseños más complejos y precisos, él veía en ellas la evolución de la sociedad y sus crecientes necesidades de protección y privacidad.
Pero las llaves de bronce eran las que más le fascinaban. Estas llaves, a menudo intrincadamente diseñadas y decoradas, eran piezas de arte en sí mismas. El bronce, con su cálido resplandor dorado, le hablaba de épocas de esplendor y riqueza.  Podía pasar horas observando los detalles minuciosos grabados en cada una, imaginando los lugares magníficos y los secretos valiosos que alguna vez resguardaron.
A través de su estudio de los materiales, no sólo aprendió sobre la historia de las llaves, sino también sobre la historia de la humanidad. Cada llave era un testimonio del ingenio y la creatividad humana, de los deseos de proteger y preservar lo valioso. Su colección se convirtió en una crónica tangible de la evolución de las tecnologías de seguridad a lo largo de los siglos.
Daniel compartía su conocimiento y su pasión con otros, organizando talleres y conferencias sobre la historia y la fabricación de las llaves. Enseñaba a otros a apreciar la función de las llaves, sino también su belleza y su significado histórico. Para él, cada llave era una obra de arte y un fragmento de la historia, y a través de su dedicación, hizo que otros también vieran la maravilla en esos pequeños objetos de metal. Y fue así que su colección le trajo satisfacción personal, y también reconocimiento. Pronto, otros coleccionistas y entusiastas comenzaron a buscar su consejo y a admirar su vasta colección. Daniel organizó exposiciones, dio charlas, y escribió artículos sobre su pasión, compartiendo con el mundo su amor por las llaves.