Se puso frente al espejo para
que la describiera y le hablara. Su rostro estaba levemente hinchado por la
siesta. Sus ojeras no estaban tan remarcadas y su rictus era neutral. El brillo
de sus ojos sólo reflejaba el ardor de dos lámparas que ni siquiera eso hacían,
pero que servían para esos fines. Ahora sólo tengo mis recuerdos,
musitó.
Lo que pasa es que el amor a vos nunca se te dio bien, le dijo una amiga confidente, tratando de contextualizar aquello que no era necesario hacer. Eso suele ocurrir cuando en la amistad uno busca la respuesta a la duda sobre quién es. Pensó que quizás eso es lo que le cuesta siempre… ser ella.
A la noche se puso a reflexionar y contarle secretos a su almohada. Murmuró un “yo no sé si me eligió o me necesitaba”; ahora todo huele a naftalina, como mi relación con ella. Un suspiro la posicionó en aquella discusión donde no pudieron escapar:
- Al final ¿Tanto me odiabas?
- Lo normal, respondió ella.
¿Qué puede querer un muerto? ¿Qué deseo puede tener alguien que murió? Desesperada y a los gritos, aquella tarde de domingo bramó. Calmate, le dijo un amigo ¿No te das cuenta que estás muriendo vos por ella? Despegá de ahí.
- Estoy tratando de conectar con lo que siento. No me gusta sentirme expuesta. Me siento frágil y vulnerable ¿Por qué soltar lo que tanta felicidad y alegría nos ha dado?
- Porque esa es una decisión que tenés que tomar para seguir adelante. - le dijo su madre mientras la abrazaba con ternura y le acariciaba la cabeza.
Esa noche la enfrentó nuevamente al espejo, tratando de encontrar respuestas en el reflejo que ahora parecía más enigmático que nunca. La noche siempre es un universo, un vasto océano de posibilidades, pero cada ola trae consigo misterios y en la obscuridad de la noche no es fácil rumbear sin brújula o sextantes.
Un desenlace de su historia aún está por escribirse. Reinventarse y descubrirse, o sucumbir al aparente nuevo equilibrio.
Una última mirada al espejo dejó ver lo que había escrito con su aliento sobre el mismo…
Lo que pasa es que el amor a vos nunca se te dio bien, le dijo una amiga confidente, tratando de contextualizar aquello que no era necesario hacer. Eso suele ocurrir cuando en la amistad uno busca la respuesta a la duda sobre quién es. Pensó que quizás eso es lo que le cuesta siempre… ser ella.
A la noche se puso a reflexionar y contarle secretos a su almohada. Murmuró un “yo no sé si me eligió o me necesitaba”; ahora todo huele a naftalina, como mi relación con ella. Un suspiro la posicionó en aquella discusión donde no pudieron escapar:
- Al final ¿Tanto me odiabas?
- Lo normal, respondió ella.
¿Qué puede querer un muerto? ¿Qué deseo puede tener alguien que murió? Desesperada y a los gritos, aquella tarde de domingo bramó. Calmate, le dijo un amigo ¿No te das cuenta que estás muriendo vos por ella? Despegá de ahí.
- Estoy tratando de conectar con lo que siento. No me gusta sentirme expuesta. Me siento frágil y vulnerable ¿Por qué soltar lo que tanta felicidad y alegría nos ha dado?
- Porque esa es una decisión que tenés que tomar para seguir adelante. - le dijo su madre mientras la abrazaba con ternura y le acariciaba la cabeza.
Esa noche la enfrentó nuevamente al espejo, tratando de encontrar respuestas en el reflejo que ahora parecía más enigmático que nunca. La noche siempre es un universo, un vasto océano de posibilidades, pero cada ola trae consigo misterios y en la obscuridad de la noche no es fácil rumbear sin brújula o sextantes.
Un desenlace de su historia aún está por escribirse. Reinventarse y descubrirse, o sucumbir al aparente nuevo equilibrio.
Una última mirada al espejo dejó ver lo que había escrito con su aliento sobre el mismo…
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