martes, 27 de junio de 2023

Mi fantasma…

 
La melancolía se apodera del espíritu de forma sigilosa, como una sombra que se desliza sin ser vista. A menudo, nos encontramos contemplando fotos, y nos detenemos en los rostros sonrientes y las escenas llenas de vida que nos eran familiares, pero que de alguna manera parecen haberse desvanecido con el paso del tiempo. Muchas de aquellas personas ya no están, otras, han cambiado tanto que parecieran ser otros. Uno se mira de cerca y tampoco es el mismo que aparece en esas instantáneas de Joseph Nicéphore Niépce, así la sensación de pérdida, inevitablemente lo termina embargando a uno, y en muchos casos no podemos identificar qué es exactamente lo que habíamos perdido, o lo que buscamos cuando comenzamos a increpar al pasado entre los recuerdos.
Durante mucho tiempo pensé que ella era mi fantasma, siempre escondida en un rincón lejano de mi mente, intangible, impronunciable, en lo obscuro, trayendo consigo en cada aparición, un perfume agradable de melancolía. Entonces uno comienza un viaje que no termina, donde va vagando por un laberinto interminable, persiguiendo sombras borrosas que parecieran escaparse constantemente. Como una especie de mal sueño, donde uno despierta con el corazón acelerado y la respiración cortada. Yo sé que vos me entendés.
Hace un mes, descubrí una vieja caja de madera cubierta de polvo y olvido, en lo alto de mi placar. Hacía años que estaba ahí y la curiosidad me impulsó a abrirla, revelando ante mis ojos un tesoro de recuerdos olvidados. Fotografías, cartas escritas a mano y pequeños objetos que resultaron tener una carga emocional especial y que eran pedacitos de mí. Pero esas cartas tan llenas de anhelos y confesiones amor, ya no estaban vigentes y aquellos objetos que habían sido testigos silenciosos de momentos significativos, tal vez, ya no eran tan importantes.
Las imágenes se hacen presentes con cada recuerdo, como quién busca en la amistad y el amor la respuesta a la pregunta más difícil: ¿Quién soy yo? Y con el paso de los minutos, entiende que cada vez quedan menos islas dónde naufragar en caso de no haber respuesta.
Y así comienza un sinfín de indagaciones y soliloquios retóricos que pudieran llenar miles de parágrafos, sin sumar nada, sin siquiera advertir lo efímero de la condición humana y de nuestras conexiones, interacciones y relaciones durante la propia perennidad. Por eso, a veces, aparece mi fantasma para recordarme que no sólo uno es un ave de paso, sino que también en la construcción de nuestra vida, nos hallamos con personas que nos apalancan, que nos ayudan a construir andamiajes y también de las otras, que nos hunden, nos hacen daño y nos juegan en contra.
Esa misma tarde, hace un mes, cerré esa caja de madera y la volví a dejar en ese lugar casi inaccesible en la que la había hallado, para que permaneciera allí todo el tiempo que mi olvido lo permita. No es que reniegue de los fantasmas, sino que hace tiempo que no me gusta que me visiten y de a poco me fui desacostumbrando a esa idea.
Quizás siempre fui yo mi fantasma y eso es lo que más me asusta, o a lo mejor lo sos vos, que lees esto. Vos sos mi fantasma y aún no lo sé; o te vas a convertir en mi fantasma y todavía no lo sabemos, ni averiguamos, pero entendemos que, en esta playa sin mar, cada tanto volveremos, como verdaderos fugitivos a buscar una pista de los que fuimos y ya no seremos nunca más.

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