miércoles, 31 de mayo de 2023

Huyendo en el furgón…

 
Anoche mientras huía, me puse meditativo y taciturno, como si fuera un fantasma nostálgico de lo que alguna vez fui. Pensé en muchas cosas, me sumergí en reflexiones melancólicas, tal vez de manera excesiva.
Si me pongo a pensar con frialdad, debo admitir que las despedidas no me agradan. Cada vez que me despedí de alguien fue pagando un gran precio, el precio de una herida, de una huella demasiado profunda, o un surco en mis días. Por alguna razón, mi vida quiso que año tras año afronte nuevas despedidas, y éstas, a su manera, me dejan un sabor agridulce a diferencia de las otras, y esto se debe a que algunas veces ellos vuelven a saludarme, me escriben para saber qué es de mi vida, o qué es lo que hago y en algunos casos especiales, se han vuelto mis amigos. Siempre que egresan mis estudiantes, se llevan con ellos un poquito de mi y yo me quedo con mi tesoro más grande… los recuerdos.
Esta tarde vi sin querer “Cinema Paradiso” y siempre me quiebro en la escena en la que Alfredo le dice a Toto: “- Vete y no vuelvas, no pienses en nosotros, no llames, no escribas, no te dejes engañar por la nostalgia. Olvídanos. Si regresas, no quiero que vengas a verme, no te dejaré entrar en mi casa. Y hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Cinema Paradiso”. Toda vez que pienso en Buenos Aires me pasa algo similar. Tal vez por eso, hace un tiempo que no quiero pensar más en ello, no quiero regresar, no llamo ni escribo más a nadie, porque a la larga, siempre se termina apoderando de mis pensamientos la nostalgia. En Buenos Aires quedaron muchos pedazos de mí, ya sea en las calles obscuras, solitarias y peligrosas de Lugano por la madrugada, o en la mirada perdida en el horizonte del mar dulce; también en las carcajadas de la costanera y Puerto Madero, o en el sonido de las vías del Sarmiento cuando era demasiado temprano (tarde) para volver a casa.
Me fragmento, últimamente me pasa muy seguido, siempre ocurre mientras el viento me atraviesa. Mi cabeza se frena y acelera y me siento transitorio, efímero, en todas partes. Pienso en la esperanza como un método de superación del presente; a lo mejor si el presente no es interesante, quizás en la esperanza de algo mejor, logre condimentar lo cotidiano. Aunque en el fondo, una voz tenue y lejana me advierte: “No podés dejar de ser lo que sos”. Siempre lo pienso, no es lo que soy, es quién soy; quizás ese es el problema, mi forma de funcionar en el mundo, esa manera de pensar que se sustenta en que todo el pasado se puede salvar en el presente.
¿Y sabés? Estoy desorientado. Más bien perdido. No sé lo que tengo que hacer... Parece que sólo escapo para protegerme, pero evidentemente esto no funciona más. Me aterra pensar que repito los mismos patrones, que sigo siendo igual de ineficaz para abordar lo que realmente es importante, lo que gravita en mi vida y lo peor, cada vez que me hallo cometiendo el mismo error, no puedo predecirlo, ni cambiarlo.
Anoche mientras dormía soñaba que me perdía. Pero no una vez, sino muchas veces, y mientras me perdía no me dejaba encontrar. Hasta que alguien (ella), me encontró arrodillado al borde de un error, y mirándome a los ojos, mientras me acariciaba una mejilla, me dijo: “¿Vale la pena intentar el dolor que lleva a ser uno mismo?” Creo que me desperté por la increíble vergüenza de sentirme descubierto. De sentirme tocado.
Por eso en esas noches en las que no entiendo más nada, y que me miro a la cara, me gusta escaparme de mi, como polizón en el furgón de mi alma.

martes, 9 de mayo de 2023

Beligerancia temporal….

Conversando la otra noche con Fede, me di cuenta, muy a mi pesar, que el universo tiende al olvido. Así como nosotros algún día nos convertiremos en petróleo y nadie nos recordará, la historia también tiende en ese sentido, indefectiblemente hacia el olvido. Tu historia, mi historia, la historia de todos los que conocemos o conocimos, tarde o temprano será olvidada. A veces, esto se vuelve un poco melancólico, triste y hasta depresivo; pensar que los recuerdos (todos) de la vida de una persona al final de sus días caben en 10 o 12 horas… y que todo lo demás se ha olvidado.
El papá de mi papá murió hace muchos años, yo no lo llegué a conocer porque murió cuando mi viejo era muy joven, y la realidad es que cuando mi tía y mi viejo fallezcan, ya nadie se acordará de él. Y dentro de una generación, a lo mejor, no habrá nadie que recuerde aún lo que es un zoológico. Esto quiere decir, entonces, que tendemos al olvido.
Es por ello que me puse a pensar que todo lo que uno puede hacer ante esto, es dar una cierta beligerancia y dilatar la vida de la memoria todo lo que sea posible, todo lo que se pueda. Pero muy en el fondo, uno sabe que nunca vencerá, que es una batalla perdida. Así como en la termodinámica, la flecha del tiempo indica que hay un sentido para las transformaciones, la lucha contra el olvido, es de algún modo, cómo luchar contra la muerte, o como el intento de transmutar metales; o lo que es peor, la posibilidad de que llegue aquel día en que me quieras.
Entonces, el olvido, es la muerte… y la memoria, es la vida. Empiezo a creer que somos muy pocas cosas más que nuestra memoria.
Quizás, toda la vida estuve un poco loco y me pasé de alguna manera, ejercitando y apostando a la memoria, incluso inútilmente; a lo mejor para no olvidar del todo de dónde vengo y quién soy. Pero lo cierto es que cada vez queda menos de esa persona que era. Cuando era más chico, trataba de recordar las letras de muchas canciones, de datos mecánicos, las formaciones de Boca Jr., entre otros datos anecdóticos, y creo que inconscientemente realizaba ese ejercicio de memoria como una de mis batallas en mi lucha contra la muerte. Pero aquella, era (y es) una lucha que sólo sirve para ir retrasando la victoria final, que será siempre del olvido.
Si me pongo a reflexionar, quisiera ser recordado por las cosas buenas que generé en los demás, por anécdotas distintas a todas, por un momento de reflexión que rompió una rutina, o por un llanto tras sacarnos el velo de lo cotidiano para hallarnos, desnudos, ante el abismo de lo que somos y no nos gusta. Quisiera ser recordado como alguien especial, alguien que de algún modo dejó una huella, una marca, un pensamiento. Quisiera que cierta noche cuando mires las estrellas recuerdes alguna que te nombré mientras la señalaba, o mejor, que cuando vayas manejando por la ruta y te cuelgues viendo la sucesión de asfalto, esboces una sonrisa recordando alguna payasada mía. No estaría mal que me recuerdes por aquella frase que quisiste atesorar, o por lo torpe que soy cuando quiero expresar algo que me gusta, que me duele, que me angustia o quiero. Con esto quiero decir, y espero que se entienda: ¡Quiero ser recordado!
Yo creo que a veces hace bien recordar, toda vez que el destino final del universo es el olvido; pero también creo que un recuerdo total y absoluto conduce a la locura, o indefectiblemente a la muerte. Esto quiere decir que debemos recordar que, después de todo, el destino de todos nosotros es también la muerte y que cada día nos morimos y que está bien olvidar por momentos que este proceso transcurre de manera indefectible. Entonces, es sabio olvidar algunas cosas, es sabio olvidar un poco, pero claro: ¿Cómo hacer un olvido selectivo de manera eficaz? La respuesta es que no lo sé.
¿Qué quiere decir todo esto? y la verdad es que tampoco lo sé con claridad. A decir verdad, cada vez que me propongo a responder preguntas, nace una nueva; pero si les puedo decir algo que no es ninguna novedad, sin embargo, es lo que siento: si tuviéramos esta charla en la barra o mesa de un bar, te diría que creo que hay que ejercer una cierta sabiduría entre el recuerdo y el olvido.