Conversando la otra noche con Fede, me di cuenta, muy a mi pesar, que el
universo tiende al olvido. Así como nosotros algún día nos convertiremos en
petróleo y nadie nos recordará, la historia también tiende en ese sentido,
indefectiblemente hacia el olvido. Tu historia, mi historia, la historia de
todos los que conocemos o conocimos, tarde o temprano será olvidada. A veces,
esto se vuelve un poco melancólico, triste y hasta depresivo; pensar que los
recuerdos (todos) de la vida de una persona al final de sus días caben en 10 o 12
horas… y que todo lo demás se ha olvidado.
El papá de mi papá murió hace muchos años, yo no lo llegué a conocer porque murió cuando mi viejo era muy joven, y la realidad es que cuando mi tía y mi viejo fallezcan, ya nadie se acordará de él. Y dentro de una generación, a lo mejor, no habrá nadie que recuerde aún lo que es un zoológico. Esto quiere decir, entonces, que tendemos al olvido.
Es por ello que me puse a pensar que todo lo que uno puede hacer ante esto, es dar una cierta beligerancia y dilatar la vida de la memoria todo lo que sea posible, todo lo que se pueda. Pero muy en el fondo, uno sabe que nunca vencerá, que es una batalla perdida. Así como en la termodinámica, la flecha del tiempo indica que hay un sentido para las transformaciones, la lucha contra el olvido, es de algún modo, cómo luchar contra la muerte, o como el intento de transmutar metales; o lo que es peor, la posibilidad de que llegue aquel día en que me quieras.
Entonces, el olvido, es la muerte… y la memoria, es la vida. Empiezo a creer que somos muy pocas cosas más que nuestra memoria.
Quizás, toda la vida estuve un poco loco y me pasé de alguna manera, ejercitando y apostando a la memoria, incluso inútilmente; a lo mejor para no olvidar del todo de dónde vengo y quién soy. Pero lo cierto es que cada vez queda menos de esa persona que era. Cuando era más chico, trataba de recordar las letras de muchas canciones, de datos mecánicos, las formaciones de Boca Jr., entre otros datos anecdóticos, y creo que inconscientemente realizaba ese ejercicio de memoria como una de mis batallas en mi lucha contra la muerte. Pero aquella, era (y es) una lucha que sólo sirve para ir retrasando la victoria final, que será siempre del olvido.
Si me pongo a reflexionar, quisiera ser recordado por las cosas buenas que generé en los demás, por anécdotas distintas a todas, por un momento de reflexión que rompió una rutina, o por un llanto tras sacarnos el velo de lo cotidiano para hallarnos, desnudos, ante el abismo de lo que somos y no nos gusta. Quisiera ser recordado como alguien especial, alguien que de algún modo dejó una huella, una marca, un pensamiento. Quisiera que cierta noche cuando mires las estrellas recuerdes alguna que te nombré mientras la señalaba, o mejor, que cuando vayas manejando por la ruta y te cuelgues viendo la sucesión de asfalto, esboces una sonrisa recordando alguna payasada mía. No estaría mal que me recuerdes por aquella frase que quisiste atesorar, o por lo torpe que soy cuando quiero expresar algo que me gusta, que me duele, que me angustia o quiero. Con esto quiero decir, y espero que se entienda: ¡Quiero ser recordado!
Yo creo que a veces hace bien recordar, toda vez que el destino final del universo es el olvido; pero también creo que un recuerdo total y absoluto conduce a la locura, o indefectiblemente a la muerte. Esto quiere decir que debemos recordar que, después de todo, el destino de todos nosotros es también la muerte y que cada día nos morimos y que está bien olvidar por momentos que este proceso transcurre de manera indefectible. Entonces, es sabio olvidar algunas cosas, es sabio olvidar un poco, pero claro: ¿Cómo hacer un olvido selectivo de manera eficaz? La respuesta es que no lo sé.
¿Qué quiere decir todo esto? y la verdad es que tampoco lo sé con claridad. A decir verdad, cada vez que me propongo a responder preguntas, nace una nueva; pero si les puedo decir algo que no es ninguna novedad, sin embargo, es lo que siento: si tuviéramos esta charla en la barra o mesa de un bar, te diría que creo que hay que ejercer una cierta sabiduría entre el recuerdo y el olvido.
El papá de mi papá murió hace muchos años, yo no lo llegué a conocer porque murió cuando mi viejo era muy joven, y la realidad es que cuando mi tía y mi viejo fallezcan, ya nadie se acordará de él. Y dentro de una generación, a lo mejor, no habrá nadie que recuerde aún lo que es un zoológico. Esto quiere decir, entonces, que tendemos al olvido.
Es por ello que me puse a pensar que todo lo que uno puede hacer ante esto, es dar una cierta beligerancia y dilatar la vida de la memoria todo lo que sea posible, todo lo que se pueda. Pero muy en el fondo, uno sabe que nunca vencerá, que es una batalla perdida. Así como en la termodinámica, la flecha del tiempo indica que hay un sentido para las transformaciones, la lucha contra el olvido, es de algún modo, cómo luchar contra la muerte, o como el intento de transmutar metales; o lo que es peor, la posibilidad de que llegue aquel día en que me quieras.
Entonces, el olvido, es la muerte… y la memoria, es la vida. Empiezo a creer que somos muy pocas cosas más que nuestra memoria.
Quizás, toda la vida estuve un poco loco y me pasé de alguna manera, ejercitando y apostando a la memoria, incluso inútilmente; a lo mejor para no olvidar del todo de dónde vengo y quién soy. Pero lo cierto es que cada vez queda menos de esa persona que era. Cuando era más chico, trataba de recordar las letras de muchas canciones, de datos mecánicos, las formaciones de Boca Jr., entre otros datos anecdóticos, y creo que inconscientemente realizaba ese ejercicio de memoria como una de mis batallas en mi lucha contra la muerte. Pero aquella, era (y es) una lucha que sólo sirve para ir retrasando la victoria final, que será siempre del olvido.
Si me pongo a reflexionar, quisiera ser recordado por las cosas buenas que generé en los demás, por anécdotas distintas a todas, por un momento de reflexión que rompió una rutina, o por un llanto tras sacarnos el velo de lo cotidiano para hallarnos, desnudos, ante el abismo de lo que somos y no nos gusta. Quisiera ser recordado como alguien especial, alguien que de algún modo dejó una huella, una marca, un pensamiento. Quisiera que cierta noche cuando mires las estrellas recuerdes alguna que te nombré mientras la señalaba, o mejor, que cuando vayas manejando por la ruta y te cuelgues viendo la sucesión de asfalto, esboces una sonrisa recordando alguna payasada mía. No estaría mal que me recuerdes por aquella frase que quisiste atesorar, o por lo torpe que soy cuando quiero expresar algo que me gusta, que me duele, que me angustia o quiero. Con esto quiero decir, y espero que se entienda: ¡Quiero ser recordado!
Yo creo que a veces hace bien recordar, toda vez que el destino final del universo es el olvido; pero también creo que un recuerdo total y absoluto conduce a la locura, o indefectiblemente a la muerte. Esto quiere decir que debemos recordar que, después de todo, el destino de todos nosotros es también la muerte y que cada día nos morimos y que está bien olvidar por momentos que este proceso transcurre de manera indefectible. Entonces, es sabio olvidar algunas cosas, es sabio olvidar un poco, pero claro: ¿Cómo hacer un olvido selectivo de manera eficaz? La respuesta es que no lo sé.
¿Qué quiere decir todo esto? y la verdad es que tampoco lo sé con claridad. A decir verdad, cada vez que me propongo a responder preguntas, nace una nueva; pero si les puedo decir algo que no es ninguna novedad, sin embargo, es lo que siento: si tuviéramos esta charla en la barra o mesa de un bar, te diría que creo que hay que ejercer una cierta sabiduría entre el recuerdo y el olvido.
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