¿Soy un experimento?; ¿un experimentista?.
¿En una expedición?,
una expedición de un ex matrimonio; ¿de experimentarios?.
¿Qué soy? un extrovertido, experimentado, un exigente extraviado
en el exterior? ¿un exótico, excéntrico?.
Expiraron los excesos y quedé excitado, el extirpe quedó explicito pero exiliado.
Un éxodo exclusivo me extorsiona excesivamente con su marca X...
¿Estoy acaso exagerando?.
Creo no exagerar,
ni exacerbar mi mirar, mi reflexionar.
La yuxtaposición de sensaciones me exalta.
Deseo que terminen de forma expeditiva,
para no experimentar más esa marca en forma de X.
¿Soy un expedicionario?; ¿un explorador?
¿en un experimento?.
Me explayo en mesetas con un xilófono.
¿Reflexiones extremas de luz?,
no, sólo exagero con pensares exponenciales.
Explosión en mi cabeza.
Examinado en cada paso, ¿acaso seré exprimido?.
¿Soy un extraterrestre?; ¿un inexpresivo?.
Es un éxito este boxeo al mundo,
expreso deseos de existir, un rato más.
Texturas exquisitas, nubes de xenón,
oxigeno renovador, pulmones exhausto de respirar.
¿Me estaré convirtiendo en xerófito?; ¿o en xilofonista?,
Ya lo sé, ¿en un axolote?; ¿o en Excalibur?.
Creo no exagerar,
ni exacerbar mi mirar, mi reflexionar.
La yuxtaposición de sensaciones me exalta.
Deseo que terminen de forma expeditiva ,
para no experimentar más esa marca en forma de X.
miércoles, 25 de noviembre de 2009
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Escala de grises…
Empaté mis ganas de no soñarte en esa tarde de bravo chaparrón, tirados en la misma cama estábamos mi soledad, mi Bloodhound y yo, con la cabeza en punto muerto y con ese lío de no querer sin querer, el palo de un adiós resonando, y queriendo hacer cosas (para sentirme útil) sin querer hacer nada. Espinas que no sangran, cabos que no se atan, intento darle cuerda al corazón, pero es bien en vano, mejor escuchar la tormenta que no me soltaba ni por puta, es increíble como duele el parto de aquel adiós… la puta, quizás sólo dios sabe cuanto duele…
Y así llegó la noche de antesala, tiré mis dados, sabiendo que nadie me va a ganar en este oficio de perder, y allí estaba el resultado, como ya era sabido la casa gana, ¡JA!, hace 15 reencarnaciones que debería haber solucionado ese problemita, pero al parecer sigo viajando de colgado en el vagón de la reencarnación, ¿qué le vamos a hacer?, habrá que esperar a la próxima vida para solucionar este quilombo.
De la cama a la cocina para comer algo y de la cocina a ese bar que está cerca de la estación de Lugano. Largo camino para caminar con la calle húmeda. Una vez en ese lugar, me colgué del cuello el cartelito de escabiador y con el cuaderno y un lápiz reviví el mismo proceder de ponerse a escribir en la barra de ese lugar, como cuando tenía 16 años… como pasa el tiempo.
No hay con qué darle al tiempo loco, se destiñen los sueños y la pasión. Se acumulan resacas, crecen las botellas vacías y las desilusiones a estrenar. Se humedece la madera, no hay barniz ni lija que la pueden recuperar, pero cuando uno está desamorado por suerte siempre encuentra a alguien con quien brindar y el viaje se hace menos tenso, la ruta del desengaño siempre es larga y por suerte no me llevo a nadie conmigo ni debo nada, al menos eso creo. Y como decía antes (siempre hay con quien brindar), a ese lugar llegó una antigua camarera de ese bar, la saludé, creo que ni se acordaba de mi, se pidió una cerveza y charlamos un rato, de fondo sonaba Divididos.
Son estas noches de mezcla de felicidad, silencios y melancolía, de escalas de grises, lo obscuro no lo es tanto y los brillante queda opacado, así funciona la escala de grises, quise hilar una historia en ese cuaderno, pero me salió mal. Terminé en el fondo de ese vaso de scotch, la esperanza se desesperaba y alguien que estaba ahí me dijo que a la vuelta de la esquina iba a estar mejor, ojalá sea así pensé. Se puso obscura la vista. Se rifa un viaje al baño de caballeros dijo uno en la barra y allí fui a parar. Nada de lágrimas me dije, bienvenido al cementerio, me dijo otro que estaba semi parado frente al orinal. A pesar de mi disfraz, se me escaparon las ganas de llorar. Pero por suerte me repuse a tiempo y volví a la barra para terminar la historia que nunca empecé.
El de la barra comenzó a baldear y yo seguía ahí sentado, y es como siempre loco, se dobla, se dobla pero no se termina de romper jamás, es como una suerte de arte pos impresionista… el arte de lastimar y en ese bar fui a encallar, a veces todo es tan cíclico. Dale nene, terminá esa cerveza que me quiero rajar, dijo el mozo mientras se ponía los zapatos. Amaneció y apareció el Sol verdugo comiéndose mis pupilas, había escarcha en la calle y yo pensé en las cosas que podría darte pero aún no tengo, y hasta que lo consiga, guardá este escrito como garantía y recordatorio, que ya lo voy a encontrar.
Y así llegó la noche de antesala, tiré mis dados, sabiendo que nadie me va a ganar en este oficio de perder, y allí estaba el resultado, como ya era sabido la casa gana, ¡JA!, hace 15 reencarnaciones que debería haber solucionado ese problemita, pero al parecer sigo viajando de colgado en el vagón de la reencarnación, ¿qué le vamos a hacer?, habrá que esperar a la próxima vida para solucionar este quilombo.
De la cama a la cocina para comer algo y de la cocina a ese bar que está cerca de la estación de Lugano. Largo camino para caminar con la calle húmeda. Una vez en ese lugar, me colgué del cuello el cartelito de escabiador y con el cuaderno y un lápiz reviví el mismo proceder de ponerse a escribir en la barra de ese lugar, como cuando tenía 16 años… como pasa el tiempo.
No hay con qué darle al tiempo loco, se destiñen los sueños y la pasión. Se acumulan resacas, crecen las botellas vacías y las desilusiones a estrenar. Se humedece la madera, no hay barniz ni lija que la pueden recuperar, pero cuando uno está desamorado por suerte siempre encuentra a alguien con quien brindar y el viaje se hace menos tenso, la ruta del desengaño siempre es larga y por suerte no me llevo a nadie conmigo ni debo nada, al menos eso creo. Y como decía antes (siempre hay con quien brindar), a ese lugar llegó una antigua camarera de ese bar, la saludé, creo que ni se acordaba de mi, se pidió una cerveza y charlamos un rato, de fondo sonaba Divididos.
Son estas noches de mezcla de felicidad, silencios y melancolía, de escalas de grises, lo obscuro no lo es tanto y los brillante queda opacado, así funciona la escala de grises, quise hilar una historia en ese cuaderno, pero me salió mal. Terminé en el fondo de ese vaso de scotch, la esperanza se desesperaba y alguien que estaba ahí me dijo que a la vuelta de la esquina iba a estar mejor, ojalá sea así pensé. Se puso obscura la vista. Se rifa un viaje al baño de caballeros dijo uno en la barra y allí fui a parar. Nada de lágrimas me dije, bienvenido al cementerio, me dijo otro que estaba semi parado frente al orinal. A pesar de mi disfraz, se me escaparon las ganas de llorar. Pero por suerte me repuse a tiempo y volví a la barra para terminar la historia que nunca empecé.
El de la barra comenzó a baldear y yo seguía ahí sentado, y es como siempre loco, se dobla, se dobla pero no se termina de romper jamás, es como una suerte de arte pos impresionista… el arte de lastimar y en ese bar fui a encallar, a veces todo es tan cíclico. Dale nene, terminá esa cerveza que me quiero rajar, dijo el mozo mientras se ponía los zapatos. Amaneció y apareció el Sol verdugo comiéndose mis pupilas, había escarcha en la calle y yo pensé en las cosas que podría darte pero aún no tengo, y hasta que lo consiga, guardá este escrito como garantía y recordatorio, que ya lo voy a encontrar.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Correos y envíos postales…
Hacía rato que no pisaba el correo, tanto que ya no recordaba como era estar ahí, un vago recuerdo de una tarjeta QSL enviada a alguien de quien no me acuerdo, era la imagen fugaz del momento que oportunamente le comenté a mi primo el segundo, el menor, que con muy buena predisposición se copó y me acompañó hasta el centro de Lugano; a aquella oficina postal que se encuentra en la calle de boulevard que tiene por nombre Av. Riestra.
La misión era simple, al menos en apariencia, consistía en enviar un giro postal de $140 para participar en un certamen del cual fueron seleccionados algunos escritos que compartí con ustedes en su momento y que a criterio de los jueces, merecieron ser seleccionados como finalistas y publicados en una antología de la editorial que organizó dicho certamen. Pero hete aquí que no todo es como uno lo planea, en teoría el trámite no debía durar más de 10 minutos, pero amargo fue nuestro desengaño cuando entramos a la oficina de correo y observamos el pandemónium. Mi primo el segundo, el menor, atinó a salir por donde entró pero una acción evasiva de mi parte fue suficiente para aniquilar su intento.
Sin sacar turno y ante la mirada acusadora de jefes que pedían telegramas de despido y los improperios de un grupo de muchachos que sólo habían ido a comprar estampillas, nos colamos en la fila y apuntamos a la ventanilla número 3 que era atendida por un muchacho cuya expresión facial pedía a gritos irse de aquel nefasto lugar. La cuestión es que lo encaramos y le pedimos un formulario para realizar el giro postal. De inmediato y con desdén, nos dió el formulario. Los insultos seguían cuando mi primo volvió a la ventanilla a pedir una birome para llenar aquella hoja.
Completamente perdido, me enfoqué en observar la hoja en blanco, con tantos campos por llenar como dudas al respecto. Mejor empezar por lo más simple, nombre y apellido aclararán futuros pasos, pensé en voz alta mientras mi primo el segundo, el menor, asentía con la cabeza, confirmando de esta manera mi proceder sistemático. Y si pensaba que con ese proceder llegaría al podio de las ideas por venir, errado fue mi pensar, no fue así, por lo que, después de algunos minutos sin aportar nada productivo a aquella empresa, decidimos llevar la ignorancia ante alguien “preparado ante esas circunstancias”. La ayuda no fue tal, ya que la cara del empleado comunicaba un ingrato “NO ESTOY CON GANAS DE TRABAJAR”. Al consultarle nos dió vagas instrucciones y descifrados de aquel formulario tedioso, llenos de chicanas postales, jeroglíficos y con formulaciones que en vez de ayudar a la comprensión, hacían transitar las dudas del que lo llena en un laberinto de sospechas y profundos pensamientos de errares. Pese a eso y tras varias vacilaciones a la hora de finalizar los ítems en blanco, con una expresión de duda y temiendo que todo esté mal, nos apersonamos nuevamente a la ventanilla del empleado “simpático”.
-Está todo bien, dijo. ¿Tenés sobre?.
-No, no tengo, pensé que acá iba a haber. Respondí anonadado.
-En este momento no nos queda ninguno, recién van a traer la semana que viene. Profirió el empleado postal.
Pero che, ¿Cómo puede ser que no haya sobres de más en una oficina de correo?. Pensé mientras mi primo el segundo, el menor, dijo:
-A comprar entonces…
Pocas veces sucede que la Avenida Riestra tenga un tránsito tan molesto como el de aquel día, el viento que corría se veía acelerado por las variaciones de presión, provocando corrientes convectivas que es mejor ni contar para no ahondar en detalles superfluos. Cruzada la avenida, sólo restaba atravesar la calle Murguiondo para entrar en la librería que se encontraba en frente nuestro.
Al ingresar al lugar otra grata sorpresa, era un mundo de gente, parecía que todos se habían puesto de acuerdo en ir a comprar a la misma hora… cosas de todos los días… dame 50 cm. de goma eva, ¿cuánto sale el papel crepé?, ¿tenés cuadernos rayados?, eran preguntas habituales de escuchar con cierta frecuencia.
Mi primo, el segundo, el menor, salió a fumar un cigarrillo reparado de la pequeña llovizna bajo el alero que tenía en el frente aquel local, mientras tanto yo hacía rigurosa cola, observando el reloj de pared y temiendo que cierre la oficina de correo. Finalizado el cigarrillo mi primo ingresó y yo todavía estaba sin atender, en un afán imperioso y solemne, mi primo el segundo, el menor, le preguntó a la señora que atendía si tenía sobres, ella contestó que si, y preguntó de que tamaño lo deseábamos. El furgón de las dudas nos llevó a dar un paseo, mientras una señora vociferaba a un tipo de 30 años que nos habíamos colado.
-Es para hacer un giro postal, respondí en un ataque de iluminación.
-Este te va a servir, son 50 centavos, me dijo la vendedora.
Pagamos y dejamos atrás un mundo de discusiones y entreveros entre los clientes y la vendedora por que nos habíamos “colado”, les aclaro (a todo aquel lector) que todo es relativo, ya que la vendedora ponderó nuestra necesidad de lograr nuestra misión y enviar ese giro postal, ¡que joder!.
Repetimos la operación de cruzar ambas calles y llegar al correo, que ahora estaba abarrotado de gente que aprovechó hasta último momento para hacer giros, envíos y encomiendas a todo tipo de lugares insólitos. Pasamos entre ellos como pudimos, volvimos a la ventanilla 3, entregamos el sobre y los $140, mientras se empezaba a notar el enojo de la gente por nuestra intromisión en ese puesto y el ambiente comenzaba a ganar temperatura.
-¿La querés certificada la carta?, preguntó con toda la pereza el flaco de la ventanilla.
-Quiero mandarla y ya. ¿Qué me recomendás?.
-Que sea certificada, respondió.
-Dale, hacé así.
Cinco minutos después el trámite estaba hecho, cuando un tipo se acercó a la ventanilla y golpeó el mostrador, la gente se peleaba entre si, una viejita lloraba, los papeles llovían por doquier en esa oficina… eso lo sabemos mi primo el segundo, el menor y yo, por que pudimos escapar y pasamos con el auto nuevamente por la oficina de correo cuando emprendíamos el camino de regreso a casa.
La misión era simple, al menos en apariencia, consistía en enviar un giro postal de $140 para participar en un certamen del cual fueron seleccionados algunos escritos que compartí con ustedes en su momento y que a criterio de los jueces, merecieron ser seleccionados como finalistas y publicados en una antología de la editorial que organizó dicho certamen. Pero hete aquí que no todo es como uno lo planea, en teoría el trámite no debía durar más de 10 minutos, pero amargo fue nuestro desengaño cuando entramos a la oficina de correo y observamos el pandemónium. Mi primo el segundo, el menor, atinó a salir por donde entró pero una acción evasiva de mi parte fue suficiente para aniquilar su intento.
Sin sacar turno y ante la mirada acusadora de jefes que pedían telegramas de despido y los improperios de un grupo de muchachos que sólo habían ido a comprar estampillas, nos colamos en la fila y apuntamos a la ventanilla número 3 que era atendida por un muchacho cuya expresión facial pedía a gritos irse de aquel nefasto lugar. La cuestión es que lo encaramos y le pedimos un formulario para realizar el giro postal. De inmediato y con desdén, nos dió el formulario. Los insultos seguían cuando mi primo volvió a la ventanilla a pedir una birome para llenar aquella hoja.
Completamente perdido, me enfoqué en observar la hoja en blanco, con tantos campos por llenar como dudas al respecto. Mejor empezar por lo más simple, nombre y apellido aclararán futuros pasos, pensé en voz alta mientras mi primo el segundo, el menor, asentía con la cabeza, confirmando de esta manera mi proceder sistemático. Y si pensaba que con ese proceder llegaría al podio de las ideas por venir, errado fue mi pensar, no fue así, por lo que, después de algunos minutos sin aportar nada productivo a aquella empresa, decidimos llevar la ignorancia ante alguien “preparado ante esas circunstancias”. La ayuda no fue tal, ya que la cara del empleado comunicaba un ingrato “NO ESTOY CON GANAS DE TRABAJAR”. Al consultarle nos dió vagas instrucciones y descifrados de aquel formulario tedioso, llenos de chicanas postales, jeroglíficos y con formulaciones que en vez de ayudar a la comprensión, hacían transitar las dudas del que lo llena en un laberinto de sospechas y profundos pensamientos de errares. Pese a eso y tras varias vacilaciones a la hora de finalizar los ítems en blanco, con una expresión de duda y temiendo que todo esté mal, nos apersonamos nuevamente a la ventanilla del empleado “simpático”.
-Está todo bien, dijo. ¿Tenés sobre?.
-No, no tengo, pensé que acá iba a haber. Respondí anonadado.
-En este momento no nos queda ninguno, recién van a traer la semana que viene. Profirió el empleado postal.
Pero che, ¿Cómo puede ser que no haya sobres de más en una oficina de correo?. Pensé mientras mi primo el segundo, el menor, dijo:
-A comprar entonces…
Pocas veces sucede que la Avenida Riestra tenga un tránsito tan molesto como el de aquel día, el viento que corría se veía acelerado por las variaciones de presión, provocando corrientes convectivas que es mejor ni contar para no ahondar en detalles superfluos. Cruzada la avenida, sólo restaba atravesar la calle Murguiondo para entrar en la librería que se encontraba en frente nuestro.
Al ingresar al lugar otra grata sorpresa, era un mundo de gente, parecía que todos se habían puesto de acuerdo en ir a comprar a la misma hora… cosas de todos los días… dame 50 cm. de goma eva, ¿cuánto sale el papel crepé?, ¿tenés cuadernos rayados?, eran preguntas habituales de escuchar con cierta frecuencia.
Mi primo, el segundo, el menor, salió a fumar un cigarrillo reparado de la pequeña llovizna bajo el alero que tenía en el frente aquel local, mientras tanto yo hacía rigurosa cola, observando el reloj de pared y temiendo que cierre la oficina de correo. Finalizado el cigarrillo mi primo ingresó y yo todavía estaba sin atender, en un afán imperioso y solemne, mi primo el segundo, el menor, le preguntó a la señora que atendía si tenía sobres, ella contestó que si, y preguntó de que tamaño lo deseábamos. El furgón de las dudas nos llevó a dar un paseo, mientras una señora vociferaba a un tipo de 30 años que nos habíamos colado.
-Es para hacer un giro postal, respondí en un ataque de iluminación.
-Este te va a servir, son 50 centavos, me dijo la vendedora.
Pagamos y dejamos atrás un mundo de discusiones y entreveros entre los clientes y la vendedora por que nos habíamos “colado”, les aclaro (a todo aquel lector) que todo es relativo, ya que la vendedora ponderó nuestra necesidad de lograr nuestra misión y enviar ese giro postal, ¡que joder!.
Repetimos la operación de cruzar ambas calles y llegar al correo, que ahora estaba abarrotado de gente que aprovechó hasta último momento para hacer giros, envíos y encomiendas a todo tipo de lugares insólitos. Pasamos entre ellos como pudimos, volvimos a la ventanilla 3, entregamos el sobre y los $140, mientras se empezaba a notar el enojo de la gente por nuestra intromisión en ese puesto y el ambiente comenzaba a ganar temperatura.
-¿La querés certificada la carta?, preguntó con toda la pereza el flaco de la ventanilla.
-Quiero mandarla y ya. ¿Qué me recomendás?.
-Que sea certificada, respondió.
-Dale, hacé así.
Cinco minutos después el trámite estaba hecho, cuando un tipo se acercó a la ventanilla y golpeó el mostrador, la gente se peleaba entre si, una viejita lloraba, los papeles llovían por doquier en esa oficina… eso lo sabemos mi primo el segundo, el menor y yo, por que pudimos escapar y pasamos con el auto nuevamente por la oficina de correo cuando emprendíamos el camino de regreso a casa.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Atreverse…
Nos han hecho creer durante mucho tiempo que la esperanza es lo último que uno debe perder (o resignar, a gusto y piacere del lector en este caso). Y así nos mantenemos víctimas pasivas, cuya única salida es la queja y la indignación, mientras seguimos esperando, o muchas veces intentando que el mundo sea lo que queremos que sea, sin embargo la esperanza es lo primero que uno debe perder para empezar a aceptar la propia responsabilidad, una larga semana me ayudó a reparar en ese tópico.
Si esperaban que escriba algo nuevo, mal hecho, lo lamento che. Lo estoy haciendo, pero podría no haberlo hecho nunca. Podría haber muerto o resucitado por novena vez, o haber decidido no escribir más, o no escribir nunca más en este blog, o irme de vacaciones, o encerrarme durante meses a practicar matemática, física o desempolvar aquel libro olvidado rogando que la creación me ilumine por un momento y escriba algo maravilloso u otro fracaso más. No estoy aquí para cumplir las expectativas de nadie, eso lo saben bien, apenas logro cubrir las mías. Estoy aquí y ya. Pero estoy empezando. No soy ya el mismo que escribió todo lo anterior. Así que... ¿a quién esperaban?. Yo ya no espero nunca, ni a ustedes mis lectores (fieles u ocasionales) ni a nadie, ya me cansé de tanto esperar si es que se entiende lo que escribo en estas líneas... Gozo con ustedes cuando están, cuando deciden estar, a pesar que jamás me entero, pues no tengo forma de saber quien ingresa o no a este lugar y créanme, no me preocupa demasiado tampoco.
Otras veces nos contamos a nosotros mismos que estamos esperando unas condiciones mejores, un momento ideal, que recule el chaparrón, haber "superado" ciertas cosas, estar "preparado", saber lo que uno "quiere". Nos contamos todo tipo de excusas, hablamos mucho, nadie sabe a ciencia cierta todo lo que hablamos para no hacer lo que tememos hacer, que siempre es lo que más deseamos hacer por difícil que sea, por más obstáculos que haya. Y sin embargo la única forma de dejar de temer es hacer. La única forma de aprender algo es aprendiéndolo. Es el saber el que crea aquello que se sabe. Se trata de atreverte a saberlo. No hay proceso. No hay tiempo.
Soy el comandante de este barco transoceánico que atraviesa los mares del pasado y se aventura de a poco al futuro, y como están las cosas en el planeta Tierra, espero que me sea leve, este escrito es una suerte de celebración de los días por venir.
Si esperaban que escriba algo nuevo, mal hecho, lo lamento che. Lo estoy haciendo, pero podría no haberlo hecho nunca. Podría haber muerto o resucitado por novena vez, o haber decidido no escribir más, o no escribir nunca más en este blog, o irme de vacaciones, o encerrarme durante meses a practicar matemática, física o desempolvar aquel libro olvidado rogando que la creación me ilumine por un momento y escriba algo maravilloso u otro fracaso más. No estoy aquí para cumplir las expectativas de nadie, eso lo saben bien, apenas logro cubrir las mías. Estoy aquí y ya. Pero estoy empezando. No soy ya el mismo que escribió todo lo anterior. Así que... ¿a quién esperaban?. Yo ya no espero nunca, ni a ustedes mis lectores (fieles u ocasionales) ni a nadie, ya me cansé de tanto esperar si es que se entiende lo que escribo en estas líneas... Gozo con ustedes cuando están, cuando deciden estar, a pesar que jamás me entero, pues no tengo forma de saber quien ingresa o no a este lugar y créanme, no me preocupa demasiado tampoco.
Otras veces nos contamos a nosotros mismos que estamos esperando unas condiciones mejores, un momento ideal, que recule el chaparrón, haber "superado" ciertas cosas, estar "preparado", saber lo que uno "quiere". Nos contamos todo tipo de excusas, hablamos mucho, nadie sabe a ciencia cierta todo lo que hablamos para no hacer lo que tememos hacer, que siempre es lo que más deseamos hacer por difícil que sea, por más obstáculos que haya. Y sin embargo la única forma de dejar de temer es hacer. La única forma de aprender algo es aprendiéndolo. Es el saber el que crea aquello que se sabe. Se trata de atreverte a saberlo. No hay proceso. No hay tiempo.
Soy el comandante de este barco transoceánico que atraviesa los mares del pasado y se aventura de a poco al futuro, y como están las cosas en el planeta Tierra, espero que me sea leve, este escrito es una suerte de celebración de los días por venir.
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