Hace más de siete años que una
noche, con alguien en un bar, nos escribimos en una servilleta un mensaje para
nosotros; en la mía, me escribí: ¿Quién sos? Esta noche, sin ánimos de hacer
cuentas, puedo afirmar que llevo por lo menos 20 años haciéndome esa pregunta y
aún no encuentro una respuesta que me satisfaga. Puedo distraer a todos
contando que hago lo que me gusta, que trato de ser todo lo bueno que me sale.
Tengo, si se quiere, algo de experiencia, pero no descubrí aún quien soy.
Quien me conoce un poco sabe
que temo a la muerte como nadie, no sólo la mía, sino de la de aquellos a
quienes quiero. También que me enamoro de todo y me conformo con nada y que, cada
vez que supero lo que me complicaba, me aburro y busco otro reto de dificultad
mayor. Generalmente me pasa que al cubrir el 80% de una tarea, dificultad,
carrera o proyecto; al comprenderlo y entender como superé la dificultad que me
planteó, me aburro y suelo abandonarlo, con miras en otras cosas…
Sueño con ser todo lo que me
interesa y no soy nada, se me podría definir como a una persona diletante. Creo
en el amor, aunque no se presenta jamás de la manera que espero. Posiblemente ya
no me divierto como antes, no creo ser tan alegre como solía y con el tiempo me
divorcié de las ganas de tener aventuras. A pesar de que vivo en el lugar donde
siempre quise, sospecho que ya no me basta. Soy una suerte de equilibrista
entre mis sueños y mis decepciones.
Necesito un mundo diferente,
el que vivo no me alcanza y entiendo que la gente que me rodea, difícilmente
pueda comprender mi frustración. Me aburro por lo cotidiano, me desespera la
repetición, los mismos patrones que se vuelven constantes. Por eso cada tanto,
asoma Grytviken, el descontento, la necesidad de algo más que no llega, pero que
espero y ansío.
Por eso creo que lo que
importa en definitiva es la historia nuestra y como nos refleja, creo que el pasado
siempre nos persigue y nos muestra quien es quien; quiero decir, los reflejos
de nuestras vidas son premonitorios. No soy de esos que se empeñan en llorar,
pero reconozco que muchas veces resuena mi vida en ecos; ecos que no dejan una
clara imagen de lo que pasa y a veces, tampoco de lo que pasó. Por eso no
prefiero llorar, no, prefiero soñar, aunque muchas veces lloro últimamente.
Me encanta distraerme y
confundirme para evitar abordar lo que verdaderamente es importante, cada tanto
la cabeza brama una advertencia que suplica por aprender de los errores propios,
y de los que cometen los demás, para no terminar de la misma forma de siempre.
A vece suelo ser eficaz al respecto… la mayoría no.
Nunca nos llegamos a conocer,
pienso que creer en un sueño imposible, donde uno cree que está soñando una
realidad, puede ser la solución a un montón de interrogantes que se nos plantean ciertas madrugadas. Por lo general, los ecos del pasado se reflejan cada vez
que el pasado regresa. No se trata de glorificar al pasado, sino de vivirlo
como una cicatriz que queda para recordarnos algo importante o trágico. Sueño
con abandonar mi pasado y no seguir atado a él.
Quisiera reconciliarme con el
que fui de chico y no encuentro cómo. Quizás mirando atrás, busco fuerzas, o tomo impulso para
seguir, quizás esperando morir, o volver a ser un niño, donde me identifico
como una persona completa y feliz.
Por eso, siempre voy a volver
(siempre vuelvo) a mi pasado. El pasado no es una obsesión obtusa, sino gente,
gente que me visita y me habla, pedazos de mí que reflejan algo que quiero y
que no puedo tener. Vos que me estás leyendo, seguramente te vas a convertir en
mi cicatriz en algún momento, o quizás, ya lo sos…
Somos, en definitiva, una
suerte de fantasmas, que usamos la rutina y el trabajo como un ambiente oxidado
que nos permite fantasear un pasado ya superado, como método de escape de
nuestra propia sombra. Nos vivimos convenciendo que descubrimos nuevos métodos,
que derivan casi siempre en el escapismo y la mentira; escapando, o ignorando
esquivamente al dolor. Adormecido... Todo es más cómodo y conveniente.
Pasa el tiempo, cubrí con mil
tapas o capas mi dolor y siempre se presenta de una forma moderna y elegante. Cuando
el trabajo o la rutina, o la novedad se acaba, dice presente el pasado y
aquella vieja herida florece… Lo pendiente siempre se queda con nosotros.
Equilibrado en intensidad y
sutilezas, a lo mejor, los pequeños momentos del pasado son alicientes de los
momentos presentes de estancamiento y dolor. El mundo sigue y todo es culpa de
alguien, no de algo; así pareciera más fácil aliviar la carga, pero tal vez,
disfrutando del ahora y no dejarse tirar por el pasado, sea la forma correcta
de seguir. No hay que mirar atrás, me dijo una persona, sin ponerse a descifrar
lo que le quise decir, al contarle mi situación y crisis actual; que por actual, tiene tientes de pasada.
Mire, no soy depresivo, sólo melancólico
y nostálgico serial, me reconozco en el desatino y trato de solucionar aquellas
cosas que puedo, por un lado, dejé de fumar hace mucho tiempo, pese al gran
placer que sentía al practicar dicho hábito. También he logrado poner límites a
mi manera de beber y sobre todo a la gran dosis. Logré incrementar las horas de
sueño, pero no he logrado nunca descansar mejor, como tampoco pude jamás hacer
que la mirada y opinión ajena cambie, respecto a que se me vea como una persona
más que nada obsesionado con el ayer que con el mañana. Estrené muchas alegrías
y felicidades en tiempos presentes también. Pero si es muy cierto que suelo negar
felicidades en el presente, por buscarlas en el ayer y no en el mañana.
Crear nuevos sueños me
sostiene vivo y me da esperanzas, me distrae de la idea de aburrimiento y estancamiento,
me encanta cada vez que algo nuevo ocurre y no es una constante, ni una mirada
al pasado desde un espejo retrovisor. Me gusta la idea de utilizar algunos retazos
de lo que vivimos, y usarlos como trampolín, para proyectar nuestras propias
experiencias y ver así, los hilos que realmente nos mueven. Por ahí, si tiramos
de aquellos hilos, notemos referencias, matices, colores, sabores, olores y
símbolos.
Doy vestigios de información,
por lo general es una metodología que utilizo para ocultar algo, para que no se
sepa lo que viene… ¿Quién sabe? Tal vez la vida me fue impostada. Pero ya no se
si eso es relevante de algún modo. El núcleo de este pensamiento, conduce o
refuerza mi presente. Ya no importa la construcción de un futuro o la ruptura
del pasado, la presencia de heridas visibles o invisibles, sólo nos hace pensar
que somos más fuertes, y la verdad es que no.
La vida es un viaje en el que
se relacionan los problemas y se renuevan de maneras relativamente nuevas,
sobre todo si empezamos a ser sinceros con nosotros. Ahí es cuando nos sentamos
en un vehículo y deambulamos por calles de un único sentido, buscando, de
alguna manera la forma de hacernos entender el medio por el cual nos
desplazamos.
El pasado, creo yo, suele ser
un recurrente generador de conflictos, sutilmente diferentes y no tan
distantes, aunque a veces, uno no queda tan encadenado. Al superar nuestras
huellas advertimos que ya no somos los mismos de antes; y que tampoco lo son
nuestros conflictos. Para ello, la honestidad y la coherencia se tornan en
factores fundamentales que permiten advertir aquello. En suma, los momentos que
pasamos no son más que el motor que da marcha a nuestra experiencia, y así, a
medida que la vida se va abriendo paso, necesitamos o adquirimos mecanismos que
nos permiten adaptarnos, o rebelarnos, como método de supervivencia. Sólo al
confiar en las nuevas experiencias es que podemos seguir adelante, sin asuntos
pendientes y comprendiendo situaciones que antes pasábamos por alto; y de algún
modo, nos sentimos y nos sabemos un poco más libres.
A pesar de que uno intente
tener todas las variables controladas, la vida busca su rumbo que casi siempre
resulta inesperado... Es conveniente saber adaptarse para evitar los bloqueos.
No somos el centro de todo. Las personas de nuestro entorno nos determinan
siempre.
Las ojeras soldadas, mi viejo,
las noches en la terraza mirando al cielo, los besos no dados, los silencios
pensados, las tormentas, las miradas corridas, las estaciones de tren, los ojos
nublados, los poemas quemados, los heavy metal que pogueamos, los recitales, tu
última mirada, aquella sonrisa, las canciones en casetes y CD, ese mail en el
que me explicabas todo, aquella vez que decidiste no volver a escribir, tu
bloqueo, aquellos golpes de los que pude escapar, la borrachera para esquivar
el llanto, los amigos que ya no están, el te quiero que no te dije jamás, las
camionetas, los viajes en bondi para verte, las trasnoches hablando por radio,
las ilusiones no concretadas, los jueves de lluvia que no te busqué, las noches
que no bailamos, las caminatas en la costa, los bares, los alfileres que
sostenían la imagen que nunca compraste, el silencio de cómo me veo cuando
estoy a la intemperie, en el baldío de lo que soy, en esta penosa imagen que veo
y me refleja, que suelo llamar desilusión.