Como muchos sabrán, nunca me gustó mucho hacer mucho. Esa apariencia de actividad, de persona ocupada que se suele premiar y admirar me pareció siempre inerte, tonta y bastante inútil. ¿A dónde van todos con tanta prisa?; ¿qué hace tanta gente manejando en las autopistas y rutas a toda hora?. Pareciera como si dieran por sentado el hecho de estar vivos por estar ocupados, como si eso no les sorprendiera o ni siquiera repararan en ello. En todo esto pensaba hace unos días en mi trabajo durante una huelga bastante extensa en plazo por cierto. Nunca quise ser un hombre de acción, de ocupaciones o de provecho. Siempre sentí que ya había demasiadas cosas hechas en el mundo. ¿Para qué hacer más?. Más bien habría que deshacer un poco. Quedarse desnudo y quieto. Ver. Observar. Regresar. Revisar. Destapar una noche la inocencia primordial que hemos enterrado (cuando no perdido) bajo toda esa mersa que llamamos educación y experiencia.
Por ejemplo quisiera empezar diciendo que no me gustan las huelgas para nada como instrumento de cambio, por más que sus amantes se afanen en encumbrarlas como el único método válido y el definitivo para lograr algo. No me gusta quejarme de esa manera. No es así como actúo en mi vida cuando deseo conquistar algo, ó quiero cambiar algo. A lo que voy, no digo que no sea una manera efectiva en ocasiones, dependiendo de lo que cada uno entienda por efectivo, pero muchas veces los valores que se pretenden defender, o los cambios a los que se aspiran, quedan sepultadas por otras cuestiones ocultas que nada tiene que ver con la medida de reclamo que generaron dicha huelga, y si a cuestiones personales ó intereses de gremialistas.
Para mí todas las revoluciones que el hombre quiso hacer se lograron, la única revolución pendiente para la especie humana es la revolución de la consciencia, la transmutación del ser humano que sólo puede empezar por uno mismo. El gran Gandhi dijo alguna vez una frase que hace tiempo me viene guiando: "Conviértete en el cambio que quieres ver en el mundo".
Respeto profundamente y valoro el derecho a huelga de aquellos que quieran ejercerla. Si no tuviesen ese derecho clamaría al cielo o lucharía de alguna manera para que lo tuviesen, independientemente de lo que a mi me parezca como método de protesta ó de si yo lo fuese a ejercer o no. Pero lamentablemente no siento que se respete igualmente mi derecho, y el de muchos, a no hacer huelga.
Vivir en base a metas por cumplir es vivir en el futuro, para el futuro. Es decir: para algo que no existe aún. Si quieren podemos decir vivir para nada. Hoy existe en el mundo una epidemia que se propaga rápidamente; la de las ansias por el logro. Así es como muchos inconscientemente necesitan inventar metas para sentir que su ser evoluciona. Es lamentable, pero es así, identifican la evolución con el movimiento, y no sólo con el movimiento, también con la dirección definida y el punto de aplicación de ese movimiento. Sin embargo las metas son ilusorias, son horizontes, es ese “agua” que se vé en el asfalto un día de mucho Sol. El objeto y objetivo deseado cambia continuamente, y al ser alcanzado ya no es el mismo (o lo mismo, según el caso) que se deseaba alcanzar. Y lo triste es que tampoco quien lo deseaba es ya la misma persona. Por tanto no se alcanza aquello que se pensaba. En definitiva no se alcanza nada. Se pasea, se visitan aconteceres, se viven apariciones, se disfruta momentáneamente de aquello nuevo hasta que pasa el furor y guiados por el deseo nos maravilla, todo aquello que pasa nos deslumbra, todo eso es imposible de prever.
Los niños gastan energía, juegan y corren sin saber para qué ni hacia dónde. El deseo es un fin en sí mismo. No imaginan una ganancia. Vivir, jugar, distraerse es el premio. Estar vivo, y correr, y saltar, y jugar. Los adultos, instruidos ya por la "educación" pensada para crear ciudadanos y en algunos casos máquinas que cumplan programas prefijados, tienen implantado un “chip” en el estómago que hace que éste se encoja si se desvían del trayecto planeado antes de partir.
Duele, duele mucho despertar de un despertar. También duele que los argumentos propios no sean bien vistos por tus compañeros de trabajo, pero es ahí y es entonces cuando uno se siente más vivo que nunca. Así que aquí estoy. Y lo digo más vivo que nunca: Aquí estoy.