En su reflexión habitual de cada noche, se dispuso a escuchar a Chopin, y desempolvó aquel ajado libro de bitácoras con el objeto de encontrar en él la solución al hastío, esperando de una vez, la llegada del sueño que siempre se resiste a asistir. Procedió temeroso pero a la vez intrigado, arrellanado en su sillón, con la certeza de tener los cigarrillos a mano y aquella botella con su elíxir favorito cerca de aquel vaso que lo acompañaba en el escritorio.
Sopló la cubierta, tomó un trago y abrió más o menos por la mitad a aquel libro, se dejó atrapar casi de inmediato y sin resistencia en la sucesión de letras ordenadas y a veces desordenadas, se abrió el cielo de aquella noche, Chopin no paraba de tocar, de repente un relato resaltó del resto, un relato que hablaba de un naufragio en aquel escote del cual casi ni recordaba, otro de una tempestad desatada tras aquella mirada, y él, expectante, pasó de la sonrisa al llanto, del cigarrillo al whisky… encontró cenizas e inseguridades, también encontró varios “yo sé” cuando en realidad no sabía nada, trastabilló con un recuerdo de teclas gastadas, de risas acompañadas de la mezcla de esas obscuras bebidas, también había un par de recetas en tiempo pasado de cómo estar mejor cuando todo estaba mal… y claro… de eso se trata, de lo antiguo, cuando uno relee un libro de bitácoras, pero en el momento de llenar al mismo no es el pasado, sino el presente documentando lo sucedido para su análisis en el futuro.
Recuperó luces y reflejos perdidos por el paso del tiempo, relatos de humedades y sabores exóticos, de exploraciones a lugares desconocidos y hoy por hoy tan conocidos que hasta él mismo podría perderse si se confía. También había besos con fecha de vencimiento, ásperas caricias, llantos desconsolados, sal, pétalos y flores, cristales, lluvias inolvidables, desfilaban platos rotos, alfileres y huellas en el barro, densos recreos, andenes vacíos y vías que no llevaban a ningún lugar; leyó sobre tormentas, sierras y arena, pólvora mojada, ramas sin fuerza, nubes grises, pizarrones cargados de fórmulas y dibujos, encontró pensares y estrategias jamás usadas, poesías sin títulos, un zorro estepario y hasta un recuerdo que no debía estar allí… la noche pasaba al igual que los cigarrillos en su boca. Un pequeño receso para ir al baño interrumpió aquella catarata de datos, imágenes, signos, información y recuerdos.
Trajo consigo al volver al sillón la predisposición a no hacer nada, a ahogarse en todas esas vivencias, a vestirse de sombra, alejarse de sueños, esperanzas y amores; meterse algunas alegrías en el bolsillo para usarlas en tiempos mejores; para cuando pensaba eso, la noche se iba temblando, el rocío hacía difusa la mirada y Chopin ya no tocaba más el piano… de aquella botella sólo quedaban los restos y de aquel atado de cigarrillos casi nuevo quedaban algunos sobrevivientes.
En vano comenzar a escribir una fé de erratas o hacer borrones y tachaduras en lo escrito en el pasado cuando el presente es aún más confuso y trae consigo un frasco cuyo contenido aún no es descifrable del todo, pero aquel libro le trajo recuerdos varios, de los más sentidos y alegres.
Pero no le pudo traer las sensaciones que vivió en aquellos tiempos documentado en renglones con tinta y acompañadas de alguna que otra foto.
jueves, 31 de marzo de 2011
miércoles, 16 de marzo de 2011
Soy…
Soy el que te espera cada noche,
soy el que verte siempre ansía.
Soy el que viendo las estrellas
tus ojos iluminados imagina.
Soy quien se ampara en la soledad
al no tenerte o saberte encontrar.
Soy aquel que se pregunta cada noche:
¿de qué me sirve tanta sabiduría
si para enamorarte no la sé utilizar?.
Soy una estrella perdida en el universo.
Soy el secreto oculto en tu conciencia.
Soy aquella brisa helada que sentiste
esa tarde cuando te abrazó la tristeza.
Soy el misterio que tiene nombre,
soy ese conocido que no conoces.
Soy las letras que a los silencios le da vida;
soy imagen mentirosa reflejada.
Soy quien espera inquieto y con ansias
ese abrazo imposible que no se concretará.
Soy tantas cosas y a la vez nada,
soy un río profundo y sin orillas
donde te recomendaría nunca pescar.
Soy estas palabras sutilmente embellecidas,
soy quien pone en tus labios estas dulces rimas,
soy el beso que suaviza tus heridas,
soy quien te escribe esta poesía.
soy el que verte siempre ansía.
Soy el que viendo las estrellas
tus ojos iluminados imagina.
Soy quien se ampara en la soledad
al no tenerte o saberte encontrar.
Soy aquel que se pregunta cada noche:
¿de qué me sirve tanta sabiduría
si para enamorarte no la sé utilizar?.
Soy una estrella perdida en el universo.
Soy el secreto oculto en tu conciencia.
Soy aquella brisa helada que sentiste
esa tarde cuando te abrazó la tristeza.
Soy el misterio que tiene nombre,
soy ese conocido que no conoces.
Soy las letras que a los silencios le da vida;
soy imagen mentirosa reflejada.
Soy quien espera inquieto y con ansias
ese abrazo imposible que no se concretará.
Soy tantas cosas y a la vez nada,
soy un río profundo y sin orillas
donde te recomendaría nunca pescar.
Soy estas palabras sutilmente embellecidas,
soy quien pone en tus labios estas dulces rimas,
soy el beso que suaviza tus heridas,
soy quien te escribe esta poesía.
miércoles, 2 de marzo de 2011
Sólo tenía 17…
Ella sólo tenía 17 y sin dudas era la belleza más impresionante del lugar, en realidad lo era para mi, pero ¿quién más importa en este caso?; la hermosura de sus ojos nunca me dejaron de hipnotizar y eso era doblemente terrible dado que no podía dejar de mirarlos y nunca pude sacarme esa mirada de mi cabeza, aún hoy los recuerdos como si fuese esa noche.
Esa noche la recuerdo muy bien, no por lo espectacular del cielo y aquel sin fin de perlas que de él suspendían, sino por como comenzó todo. Escoltado por mis dos fieles escuderos Darío y Jorge, llegamos a aquella esquina; Verónica vio con agrado nuestro arribo y enseguida salió a nuestro encuentro para saludarnos. Había una alegría indisimulable en la cara de mi amiga al verme, sus sonrisa era de oreja a oreja. Fiel al hábito protocolar de todo encuentro comenzamos una charla que abarcó una infinidad de temas que la verdad, al día de hoy no recuerdo bien, aunque creo que no sumaría nada a esta suerte de relato que estoy haciendo o intentando por lo menos.
La charla fue interrumpida por la llegada de aquel estruendoso y falso tren que pasaba del asfalto al empedrado que hay en esa parte de la Av. Rivadavia para estacionar. Un montón de personas saltaban y gritaban al son de la música reinante en aquel vagón, había muchas personas, hasta que en un momento se abrió un claro entre ellas, y ahí apareció ella, vestida de hada.
No podía salir de mi asombro al verla vestida de esa manera, cada movimiento, cada gesto, sus piernas, eran las mejores piernas del lugar, no terminé de pensar eso que saltó de ese vagón y comenzó a correr, cuando pude advertilo ya estaba saltando a mis brazos… les juro que no me dio tiempo de saludarla, selló aquel momento, quizás con el beso más hermoso y largo que me dieron en mi vida.
Esa noche fue especial, más allá de las bebidas y el baile, la pasamos de lo más bien, anoté en el cuaderno de bitácoras aquellos besos que guardaba y supe darle, los abrazos interminables que no se querían acabar, y el recuerdo de la etapa más feliz de mi vida, llena de vértigos y misterios por descubrir…
Después llegaron los inviernos cabizbajos, las tardes lerdas que no querían irse, desfiles incesantes de caprichos, alfileres que no podían sostener algunas situaciones, tropiezos y supersticiones, reproches que hablaban de más, ocupaciones varias y falta de tiempo, alguna que otra caricia de manos suaves, pero el final sería el mismo con ella como con las demás… es difícil ayudar a crecer a alguien que no quiere.
Ella tenía 17 y yo también.
Esa noche la recuerdo muy bien, no por lo espectacular del cielo y aquel sin fin de perlas que de él suspendían, sino por como comenzó todo. Escoltado por mis dos fieles escuderos Darío y Jorge, llegamos a aquella esquina; Verónica vio con agrado nuestro arribo y enseguida salió a nuestro encuentro para saludarnos. Había una alegría indisimulable en la cara de mi amiga al verme, sus sonrisa era de oreja a oreja. Fiel al hábito protocolar de todo encuentro comenzamos una charla que abarcó una infinidad de temas que la verdad, al día de hoy no recuerdo bien, aunque creo que no sumaría nada a esta suerte de relato que estoy haciendo o intentando por lo menos.
La charla fue interrumpida por la llegada de aquel estruendoso y falso tren que pasaba del asfalto al empedrado que hay en esa parte de la Av. Rivadavia para estacionar. Un montón de personas saltaban y gritaban al son de la música reinante en aquel vagón, había muchas personas, hasta que en un momento se abrió un claro entre ellas, y ahí apareció ella, vestida de hada.
No podía salir de mi asombro al verla vestida de esa manera, cada movimiento, cada gesto, sus piernas, eran las mejores piernas del lugar, no terminé de pensar eso que saltó de ese vagón y comenzó a correr, cuando pude advertilo ya estaba saltando a mis brazos… les juro que no me dio tiempo de saludarla, selló aquel momento, quizás con el beso más hermoso y largo que me dieron en mi vida.
Esa noche fue especial, más allá de las bebidas y el baile, la pasamos de lo más bien, anoté en el cuaderno de bitácoras aquellos besos que guardaba y supe darle, los abrazos interminables que no se querían acabar, y el recuerdo de la etapa más feliz de mi vida, llena de vértigos y misterios por descubrir…
Después llegaron los inviernos cabizbajos, las tardes lerdas que no querían irse, desfiles incesantes de caprichos, alfileres que no podían sostener algunas situaciones, tropiezos y supersticiones, reproches que hablaban de más, ocupaciones varias y falta de tiempo, alguna que otra caricia de manos suaves, pero el final sería el mismo con ella como con las demás… es difícil ayudar a crecer a alguien que no quiere.
Ella tenía 17 y yo también.
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